sábado, 12 de enero de 2008

Sicko, de Michael Moore: ¿susto o muerte?

Supongo que cualquier lector medianamente avispado, de esos que suelen frecuentan mi blog, se habrá percatado ya de que no simpatizo especialmente con "el país de la libertad, la democracia y las hamburgesas”. Aunque la coartada para mis furibundos ataques a los Iuneis Esteis of América es el desagrado que me produce su imperialismo neocon y beligerante (¿no son estas tres palabras sinónimos?), lo cierto es que lo que de verdad me solivianta es esa actitud arrogante de sus ciudadanos que , completamente faltos de sentido crítico, se debaten patéticamente entre un idealismo angelical y un pragmatismo demoníaco; que los yanquis estos se crean realmente el pueblo elegido para guiar al mundo hacia la paz perpetua mientras en nombre de la misma se dedican a machacarle la cabeza a todo aquel que les suponga un inconveniente. Si al menos fueran valientes para reconocer que lo suyo no es más que el nuevo imperio y que, como tal, aplican los métodos y formas que le son propios a los imperios. País de paletos ricos y enloquecidos. Por lo demás, tampoco es que se les pueda echar en cara su detestable moral consumista: es más o menos la misma que muy gustosamente hemos abrazado todos los occidentales.

Afortunadamente, para paliar tan imperdonable falta de sentido crítico tenemos al bueno de Michael Moore y su intrepida cámara. Moore se ha dedicado siempre, a través de sus documentales, programas televisivos y libros, a poner un espejo delante de su sociedad y a dejar que ésta se refleje tal cual es (vale, vale, el espejo es algo deforme, pero es que si no estos ni se enteran): primero les mostró a lo que lleva su demencial pasión por las armas, después el aplastante dominio que los intereses de las multinacionales tienen en el delineado de la política internacional americana y ahora le toca a la sanidad privatizada. Una sanidad que hace realidad aquel viejo chiste que preguntaba ¿qué prefieres, susto (económico) o muerte?

Posiblemente sea Sicko el documental más serio y el más sincero realizado hasta el momento por Moore, donde por vez primera la ironía cede la palabra a los datos (supongo que algo partidistas, pero a grandes rasgos verdaderos) y a los terribles testimonios de los damnificados y olvidados por tan peculiar forma de entender la sanidad. El film se abre con las impactantes imágenes de un hombre al que no le queda más remedio que coserse el mismo la considerable brecha que le cruza la rodilla. Son las consecuencias de no tener seguro médico en un país donde se llega más lejos sin principios éticos que sin dinero. Pero el documental no es la radiografía de los cuarenta millones de americanos sin seguro; la película habla de los que sí lo tienen y aun así se quedan con las témporas al aire. Porque si la salud depende de las aseguradoras… en fin, que ya sabemos todos como funcionan las aseguradoras en cualquier país del mundo y donde reside su benefició: efectivamente, ya puedes estar a las puertas de la muerte que como encuentren alguna manera de evitarlo el seguro no te va a cubrir ni el reconocimiento médico. Y claro, en esas circunstancias mucha gente se muere. Gente que de haber recibido el tratamiento adecuado podría seguir viviendo. Eso sí, las aseguradoras hacen ganar un pastón a sus accionistas y dan mucho trabajo, que en el fondo es lo que importa.


Ya sé, es una situación muy dura, pero tal vez sea cierto que la cosa no puede ser de otra forma; acaso sea realmente la única opción viable para no caer en la ineficiente, burocratizada y laberíntica sanidad socializada. Así que para estar completamente seguro antes de hacer un juicio tan severo, Moore se va de viaje a comprobar como les va a los que han optado por esta última posibilidad: en Canada parece que la gente está contenta. En Inglaterra los pacientes se descojonan cuando se les pregunta por el precio de sus intervenciones médicas y en Francia un grupo de americanos residentes alucinan con las innumerables ventajas del sistema socializado francés. Vaya, curiosa consecuencia la de lo ineficiente, burocratizado y laberíntico. Pero esto no es todo, a Moore todavía le queda un as en la manga: ni corto ni perezoso coge un grupito de voluntarios de las labores de rescate del 11-S, gente que se vio afectada por la lógica insalubridad de la zona y que han sido dados de lado por el sistema sanitario de su país, los embarca y se los lleva… a Cuba. Viaje por el que, por cierto, está siendo investigado por parte del departamento de estado. El caso es que allí a los voluntarios se les cae el alma a los pies cuando comprueban que hasta un país al que tienen por tercermundista –y malvado- es capaz de prestarles una asistencia desinteresada de muchísima más calidad que la que les ha ofrecido la primera potencia económica, industrial y militar del mundo.

En fin, aunque evidentemente los beneficios del sistema sanitario estatal son idealizados y sus inconvenientes minimizados en Sicko, lo cierto es que el documental logra lo que se propone; visto lo visto a uno no le quedan dudas a la hora de elegir que sistema prefiere: lo que aquí no pasa de ser, generalmente, anécdota más o menos irritante, más o menos desesperante, allí se convierte en autentico drama humano; en verdadera tragedia evitable. Ya lo dijo Homer Simpson: La sanidad americana es la mejor del mundo, después de la canadiense, la japonesa... y todos los de Europa (gracias davidchip por la cita). Pero bueno, que allá cada cual con sus propios gustos y preferencias: si es eso lo que los americanos desean, pues que los americanos lo disfruten con salud. Más les vale, que si no lo van a pasar muy mal.


Joder, hay que ver lo rojillo me estoy volviendo.



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