domingo, 17 de abril de 2022

Tom Strong, de Alan Moore, Chris Sprouse y VV.AA.

 


Carece del grandioso trasfondo mítico-mágico-místico de Promethea o de la apabuyante red metaficcional de The League Of Extraordinary Gentlemen, incluso de esa novedosa estructura de serie televisiva de Top Ten. Sí, las historias de Tom Strong son sencillas pero no nos equivoquemos, también muy entretenidas. No hay coartadas ni excusas aquí: todo se construye a base de pulso narrativo. Y de mucha imaginación. De hecho no hay variante de la literatura superheroica, de la literatura de ciencia ficción, de la literatura fantástica o de la literatura de aventuras que no encuentre un hueco entre sus páginas. Por ellas desfilan elegantes villanos tecnológicos, nazis pechugonas, hormigas gigantes, héroes del futuro, héroes del pasado, animales antropomórficos, mundos paralelos y todo cuanto se nos pase por la cabeza para componer un fresco de lo que puede dar de sí  la narrativa pulp.  

 


En este sentido es cierto que las historias son siempre entretenidas, sin embargo hay que señalar en el debe de la serie que esa falta de proyección en una estructura narrativa más ambiciosa las hace a veces un poco monótonas e intrascendentes. De hecho en el conjunto de relatos se destacan las escasas trilogías que aparecen. De ellas me quedo claramente con la compuesta por los números 20, 21 y 22 de la serie, una historia alternativa de lineas temporales paralelas y viajes en el tiempo que es todo un compendio del mundo de Tom Strong o incluso de lo que podría haber sido y no ha llegado a ser.  En esta trilogía, que hace de despedida de Moore al frente de los guiones, por lo menos hasta el episodio final, el 36, el autor inglés parece echar el resto y dejarnos una pequeña obra maestra repleta de entretenimiento. 

Con todo, leida más a ratos perdidos que de una sentada, resulta una lectura más que recomendable. Además necesaria si queremos tener una visión omniabarcante y completa de la obra de Moore.




¿Y el resto qué...?

jueves, 17 de marzo de 2022

La isla, de Mayte Alvarado


Hay novelas gráficas que saben burlar los controles del intelecto para apelar directamente  al goze estético, a sensaciones e impresiones que pasan por encima del intento de racionalización. No es que no puedan ser explicadas o que no desarrollen temas y argumentos dignos de análisis, es que dejan ese esfuerzo de la consciencia en un segundo plano. Caso de La isla de Mayte Alvarado, un relato intimista que se hace grande gracias a su impresionante apartado gráfico y a su muy cuidado ritmo narrativo. Esos son, a mi entender, los dos grandes protagonistas de la novela gráfica. Temas como la soledad, el aislamiento, la perdida o la necesidad de escapar componen la novela gráfica pero parecen poco más que pretextos para que las pinturas nos seduzca con su hábil uso del color y la sabia construcción de un ritmo narrativo que nos envuelve en su atmosfera misteriosa de personajes enigmáticos. 





¿Y el resto qué...?

jueves, 24 de febrero de 2022

The League Of Extraordinary Gentlemen: Century (1910, 1969 y 2009) de Alan Moore y Kevin O'Neill

 


 Mantiene la unidad temática pero evidentemente no hablamos de un único volumen sino de una trilogía. Y es que aunque la trama sea común el resultado es muy desigual entre las partes. De ellas me quedo claramente con 1910, una ópera de papel al ritmo de las canciones de la Ópera de tres centavos de Bertolt Brecht, donde además el arte de Kevin O'Neill raya a su más alto nivel. Así mismo se nos presenta al personaje de Janni Dakkar, que después protagonizará la trilogía de novelas gráficas de Nemo. El leitmotiv que da unidad a las tres partes es el plan de Oliver Haddo para crear un anticristo y llevar al mundo al apocalipsis -el enésimo en la obra de Moore-, pero en 1910  apenas alcanza a ser una anecdota lateral, centrándose en las peripecias de la hija del capitán Nemo en su intento infructuoso por escapar del legado opresivo de su padre. Entre las curiosidades de esta primera parte, el papel que otorga Moore a Mackie el navaja, a medio camino entre el que le asignara el propio Brecht y el del destripador de Whitechapel. También me atrae el final sangriento que arrasa con los muelles de Londres.

Por su parte en 1969 parece imperar la divisa Sexo, magia y Rock & Roll. Y es que en plena era hippie la música sigue siendo un elemento fundamental del tebeo, aunque pierde presencia en comparación con su predecesora 1910. A cambio toma relevancia los planes mágicos de Haddo, que conspira ahora para hacerse con el cuerpo de Terner -Turner en la película Perfomance de Nicolas Roeg- , lider de la Purple Orchestra y alter ego de Mick Jagger y sus Rolling Stone. Todo ello aderezado con modelitos y peinados sesenteros, el desprejuiciado sexo de la época, pastillas de taduki, psicodelia y viajes astrales. Una combinación algo indigesta que va preparando al lector para la resolución en 2009.

Y digo que va preparando al lector porque esta tercera parte es aun más barroca que la anterior. Hay que advertir que, seamos honestos, una segunda lectura coloca todos los elementos en su lugar y hace más digerible los detalles, como es habitual en la serie, pero la primera lectura es complicada. Máxime cuando de repente aparece un gigante calvo con muchos ojos en la frente que por lo visto es Harry Potter y que se saca porque sí la chorra -en verdad porque es su barita mágica- y dispara rayos fulminantes por ahí y se carga a Allan Quatermain y después baja Mary Poppins en persona -que además posiblemente sea Dios mismo- y convierte a Harry Potter en un dibujo de tiza... Pero es cierto, colocados todos los detalles en su sitio, ya sea con el apoyo de páginas anotadas de internet, la cosa más o menos funciona. Desgraciadamente a estas alturas ya se ha perdido gran parte de la diversión y la frescura que caracterizaban al primer volumen.

 



¿Y el resto qué...?

miércoles, 16 de febrero de 2022

The League Of Extraordinary Gentlemen: Dossier Negro, de Alan Moore y Kevin O'Neill

 


  Y aquí empiezan los problemas... No tanto por la sobreabundancia de referencias literarias y cinematográficas, que haberlas haylas, sino más bien porque es el primer volumen cuya parte historietada no puede leerse de manera independiente de los anexos que acompañan a la novela gráfica. El paso entre el volumen I y el volumen II era los suficientemente suave como para permitir esa lectura autónoma: misma época, mismos personajes, información bien dosificada. Pero el paso al Black Dossier es desconcertante. Saltamos de época, los personajes cambian sin que en principio se nos explique nada -¿quién es este nuevo Allan Quatermain? ¿qué pasó con el anterior?-  y por cambiar cambiamos hasta de género. Del último volumen a este el tebeo transita de la aventura decimonónica hacia el género de espías propio del periodo de posguerra. Y es que como si fueramos espias somos nosotros mismos los que tenemos que rebuscar en la documentación del Dossier negro la información necesaria para completar los huecos de la parte historietada. Lo cual hace bastante más exigente su lectura, por no hablar de que entorpece mucho su ritmo.

 Ahora bien, ¿merece la pena este sobreesfuerzo? Diría que sí. Moore juega duro pero con honestidad y los anexos, que están integrados en la propia historia de modo que los vamos leyendo al mismo tiempo que los protagonistas, dibujan una vasta red ficcional que cubre los años intermedios de la liga, revela sus origenes y antecedentes, muestra a sus homólogos franceses y alemanes, descubre al equipo de Warralson, presenta personajes tan relevantes para el siguiente volumen como el/la inmortal Orlando o como el mago Oliver Haddo o da las claves para entender la trama de espionaje de la propia novela gráfica. En este sentido el Dossier negro ahonda en lo iniciado con el Nuevo Almanaque del Viajero del volumen II y da una medida de la complejidad del proyecto metaficcional de Moore. 

Por su parte la historia de espias cumple, introduce personajes como Emma Night y tiene sus momentos intensos, con James Bond como malo malísimo. El único pero que le pondría yo es que la parte del Mundo Llameante del final se me hace algo indigesta.

Resumiendo, un volumen exigente pero interesante.



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domingo, 13 de febrero de 2022

The League Of Extraordinary Gentlemen: Volumen II, de Alan Moore y Kevin O'Neill



Este segundo volumen no tiene el punch del primero, sobre todo por su final algo previsible, no por más consecuente con el relato original menos decepcionante. Pero el volumen, que consigue mantenerse dentro de la sencillez narrativa de la que después tanto adolecerá la serie, está jalonado de aciertos que lo siguen elevando a un lugar destacado dentro del conjunto del universo de "la liga". Los que más me gustan a mí:

 

*La evolución del personaje de Edward Hyde: 

Ya se apuntaba en el primer volumen que el alter ego de Henry Jekyll era algo más que una masa de músculos con muy malas pulgas. En este segundo volumen lo vemos más comedido, con más momentos íntimos -no lo digo solo por su affaire con Griffin-, más melancólico y enamoradizo y además capaz de los más altos sacrificios. Tanto que estoy por decir que acapara el espectáculo del volumen.


*Los maravillosos trípodes marcianos: 

Hyde es el protagonista de parte de los buenos. Los trípodes los son de parte de los malos. Y casi están a su altura. Magníficas todas y cada una de las escenas donde aparecen.


*El sensacional primer número:

 Ambientado en casi su totalidad en Marte y hablado en parte en marciano, este primer número es desde un punto de vista estético una verdadera delicia. Todo es hermoso en él, los paisajes del planeta rojo, las distintas razas marcianas, la guerra tumultuosa...


*El color de Benedict Dimagmaliw:

 Mucho rojo por todas partes.

 

*El impresionante currazo que hay detrás de El Nuevo Almanaque del Viajero:

Reconozco que a mí el complemento literario de este volumen se me hace algo indigesto pero no por ello puedo dejar de reconocer el exhaustivo trabajo realizado por Moore para cartografiar los territorios de la fantasía. No deja rincón mágico de los cinco continentes por explorar. Además aquí se pone la primera piedra para urdir una red de referencias metaliterarias que después se hará necesaria consultar para entender las subtramas del propio cómic.

Y eso es cuanto tengo que decir.



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The League Of Extraordinary Gentlemen: Volumen I, de Alan Moore y Kevin O'Neill

 

 "Al imperio británico siempre le ha resultado difícil distinguir entre sus héroes y sus monstruos"

Campion Bond

 

No da puntada sin hilo Moore en la línea ABC. Y la "liga" no es una excepción. Leído con la perspectiva que otorga el tiempo este primer volumen  resulta ser el más redondo de toda la saga. 

Superado el deslumbramiento por la presentación de la brillante idea sobre la que se contruye la serie queda una aventura equilibrada, donde la superposición y entrecruzamiento de referencias literarias ni estorba ni resta protagonismo a las peripecias de los personajes. Cosa que no siempre se puede decir de la saga. Todo fluye con naturalidad aquí, desde el reclutamiento de los personajes al planteamiento del conflicto que los concita. Por no hablar de su resolución, de lo más entretenida. Y muy espectacular. De la parte final me gusta especialmente su magnífica ambientación de Limehouse, su dinámica batalla aerea y sus  seductores diseños de naves con la fantástica cavorita como motor. Muy atractivas también las apariciones de personajes como el doctor Fu-Manchú de Sax Rohmer, al que nunca se le nombra como tal, o el profesor James Moriarty de Conan Doyle.

Por ser redondo hasta el relato literario de "Allan y el velo rasgado" acompaña. El pulso narrativo de Moore no desmerece en una aventura que se lee con agrado y que está trufada de referencias que van desde La máquina del tiempo de Wells, al Aleph de Borges o Los mitos de Cthulu de Lovecraft.

Mención especial merece el delicioso ambiente victoriano con gotas de steampunk que construye el arte de Kevin O'Neill.

Lo dicho, un volumen redondo.



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lunes, 7 de febrero de 2022

Fashion beast, de Alan Moore, Malcom McLaren, Anthony Johnston y Facundo Percio

 

Por lo visto Fashion beast tiene el curioso honor de ser el único guion cinematográfico que ha realizado Alan Moore a lo largo de su carrera. Y a fe que se nota. En el buen sentido, porque la serie, magnificamente secuencializada por Anthony Johnston y correctamente dibujada por Facundo Percio, tiene un ritmo y una cadencia digna de un film. 

Cierto que no es un tebeo memorable, pero se lee con agrado. Y a pesar de la rareza de su tema  -nos adentrarnos en el poco transitado mundo de la moda- la verdad es que hasta cierto punto la mano de Moore resulta reconocible. Y es que, oh sorpresa, para Moore la moda es... ¡otra forma de magia! Pero no es la supuesta transcendencia de la moda lo que me interesa de la obra. El punto fuerte de la serie lo cifro en el retrato de los tres personajes principales y las relaciones que se establecen entre ellos. 

Por un lado tenemos a Celestine, patrón de la moda ya consagrado que parece de vuelta de todo y al que, obsesionado con su supuesta deformidad física, no le resta en la vida más que gestionar su propio legado de cara a la posteridad. El contrapunto es el personaje de Tomboy, joven ambiciosa con ideas nuevas que lucha por hacerse un hueco en el mundillo. Y como nexo de unión la bella Muñeca Seguin, maniquí que en principio no tiene más objetivo que ganarse la vida pero que crece en su relación bisagra entre ambos modistas. De las tensiones, anhelos y frustraciones de este triangulo surgen los mejores momentos del cómic.

Luego, si nos queremos poner algo pedantillos, está la reflexión sobre la ambiguedad de la apariecia y la verdad en un mundillo donde nada es lo que parece, donde los hombres tienen aspecto de mujeres y las mujeres de hombres, donde lo feo es hermoso y lo bello oculta un trasfondo oscuro; el aparente cuento de hadas que se transforma en una distopía al borde de la catastrofe donde la consagración es el paso previo a la muerte y los origes humildes al éxito profesional.  

Vamos digo yo...

 Imagen

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jueves, 3 de febrero de 2022

Nemo. Corazón de hielo, de Alan Moore y Kevin O'Neill



Al final va a resultar que la gran influencia del genio de Northampton es H.P. Lovecraft. Lo apunta su trilogía compuesta por The courtyard, Neonomicon y Providence. Pero es que además Moore aprovecha la saga de Los hombres extraordinarios para marcarse otro homenaje a Howard Phillips. Cierto que este Corazón de Hielo es todo un canto a la aventura, a la intrepida exploración de territorios ignotos -en este caso la Antártida de los años veinte del siglo pasado-, que sus influencias son multiples, no solo Lovecraft -el Poe de La narración de Arthur Gordon Pym es la más evidente- pero es que el peso que tiene el escritor de Providence es decisivo.

 Quizá ese sea uno de los mayores lastres de toda la saga. A partir del Black dossier la presencia que tienen las referencias literarias y cinematográficas se torna excesiva, dejando a veces a las peripecias en un frustrante segundo plano. Pasa también en Corazón de hielo pero tal vez de una manera más equilibrada. Así para disfrutar plenamente de la entrega es aconsejable tener en mente el Century: 1910, o En las montañas de la locura de Lovecraft, el  Ella de H. Rider Haggard, el Ciudadano Kane de Welles, la Luna nueva de Howard Hawks u otra infinidad de referencias que a mi se me escapan -atención a D'Artacán y sus mosqueperros en Megapatagonia. Pero afortunadamente en esta ocasión el sentido de la aventura es lo suficientemente vivo como para valerse por sí mismo. 


Otro inconveniente que le veo a  la saga en general, y que aquí se extrema, es su forma elíptica de narrar. La manera en la que está dosificada la información parece pensada para obligar al lector a una segunda lectura. En todo momento se da por sabida información que tal vez los personajes tengan pero que el lector desconoce. Así para entender cabalmente cada diálogo es necesario saber de antemano qué va a ocurrir a continuación, lo que convierte a la primera lectura en toda una odisea. Cierto que después uno se puede entretener de lo lindo comprobando cómo cuadran todos los detalles...   
 
Como punto fuerte del volumen cabe destacar la original manera en que se nos presentan las anomalias temporales a las que se enfrentan los protagonista en su deambular por la Antártida. Una forma que nos introduce de lleno en la desorientación y el asombro que ellos mismos deben  atravesar.



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viernes, 28 de enero de 2022

Providence, de Alan Moore y Jacen Borrows



Sería curioso plantear una comparación estructural entre los tres libros de Miracleman y los tres tomos de Providence publicados por Panini. O entre los doce episodios de Watchmen y los doce números de los que también se compone esta última. Me sospecho yo que podríamos encontrar más de un paralelismo no casual entre ellas. Porque quizá cabría hablar de una especie de "metodo Moore" aplicado entonces al mundo de los superhéroes y ahora al universo literario de H.P. Lovecraft.  Metodo que podríamos cifrar aproximadamente en tres pasos, a saber: 

1.- Inclusión de una nueva mirada sobre la realidad estudiada. 

2.- Destrucción de la realidad estudiada. 

3.- Desarrollo de una nueva realidad. 

Diría que este esquema general se puede encontrar de una manera más o menos clara en las obras antes referidas o incluso en obras como V de Vendetta, Capitán Britania, Promethea o La Cosa del Pantano. La nueva mirada consiste en el deslizamiento de una visión más madura del género -el superheroico mayormente, pero no sólo él- donde las peripecias y aventuras repercuten por fin en el mundo de la ficción. La destrucción de la realidad de referencia viene simbolizada o bien por la muerte del personaje, caso de La Cosa del Pantano o Capitán Britania, o bien por los frecuentes apocalipsis que pueblan la obra de Moore . El tercer paso vendría representado por las utopías triunfantes o en su caso por la resurrección de un personaje que es modificado radicalmente en sus esencias.

 



Pue bien, en cuanto a Providence podría decirse que el paso 1, la inclusión de una nueva mirada,   dota de un origen alternativo al universo literario de Lovecraft, una especie de conspiración del mundo onírico que remueve materiales ocultos de la norteamerica rural para hacerse presente en el mundo de la vigilia. Así las diferentes piezas de las que se compone la imaginería del escritor  son recopiladas por Moore en una especie de viaje iniciatico a través de Nueva Inglaterra que tendrá como objeto ofrecer al mismo Lovecraft las claves de su propia narrativa. De esta forma la imagineria toma carta de realidad, una realidad esoterica que será desvelada con el paulatino reconocimiento de la obra de Lovecraft y que acabará prevaleciendo sobre nuestra propia realidad.  Providence ofrece así el enésimo apocalipsis en la obra de Moore, lo cual constituye el paso 2. 

Y por supuesto su enésima propuesta de realidad alternativa. Hasta aquí teníamos la utopía de los seres superiores de Miracleman, el nuevo acuerdo en la era de Veidt de Watchmen, el anárquico Reino Unido de V de Vendetta o el psicodélico mundo postapocalíptico de Promethea. Ahora tenemos el triunfante universo de Lovecraft campando a sus anchas por la realidad.





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domingo, 16 de enero de 2022

Las tareas del superhéroe

Dentro del amplio espectro de temas a los que puede incitar a debate el universo de las licras ajustadas y las mallas de colorines, siempre me ha intrigado sobremanera -y me sigue intrigando todavía- el de la puerilidad, la estupidez y el sinsentido de la empresa a la que se consagra el superhéroe tradicional, esa especie de frenesí aventurero repleto de brincos y pendencias que casi siempre se resuelven a hostias limpias y que parece más digna de un acróbata de circo o de un luchador de Wrestling que de un ser que quiere presentarse como la encarnación del poder absoluto. Y ciertamente no se puede negar que esa fuera la intención primera de los superhéroes clásicos: la de satisfacer las fantasías de poder de sus lectores adolescentes, a los que, por lo que se ve, no se les pasaba por la mente otra forma de alcanzarlo y ejercerlo más que a través del dominio de una fuerza y unas habilidades físicas superlativas, de todo punto inhumanas. Pero ocurre que a nada que se lean unas cuantas aventuras de superhéroes no resulta difícil percatarse de inmediato que el supuesto poderío de estos portentos físicos deviene y se diluye con frecuencia en la más absoluta esterilidad. 

 


Para plantear la cuestión empecemos aceptando que por encima de cualquier otra consideración el superhombre clásico hace suya la divisa arácnida de "un gran poder conlleva una gran responsabilidad" y que sintiéndose poderoso se concibe a sí mismo en la obligación de poner sus cualidades extremas al servicio del bien común. El problema radica en que el superhéroe clásico transita por un espacio conceptual de tal ingenuidad que le es materialmente imposible intuir siquiera qué ha de ser eso del bien común o de qué manera podrían servirle eficientemente sus destrezas. El resultado, por otra parte bastante predecible, es que invariablemente termina cayendo en el simplismo de identificar el bien mediante su oposición al mal, e igualar el mal con sus manifestaciones más gruesas y más groseras, o sea con la delincuencia común o, en el mejor de los casos, con el crimen organizado. Una oposición que paradójicamente rinde como principal saldo no la desaparición del crimen, sino su refinamiento y elevación hasta las cotas que inaugura el supervillano. Y no por casualidad, ya que la aparición de la figura del supercriminal es sin duda fruto maduro de la existencia del superhéroe, al que le une una relación de antagonismo dialéctico con el que conforma, en síntesis, una unidad inextricable. Así lo refleja lúcidamente Frank Miller en su Dark Knight: retirado el héroe, también sus némesis necesarias desaparecen de la palestra; regresado a la acción, retorna con él toda la galería de monstruosidades y deformaciones que aparentemente se le oponen, y en cuyas filas tal vez hubiéramos de contar al propio Señor de la Noche. 

 


 Ahora bien, aceptada también la incapacidad del superhéroe clásico para manejar con coherencia sus poderes, el destino que le aguarda pasa inevitablemente por su reconversión en herramienta de la política exterior del gobierno de turno; en arma intimidatoria con la que decantar el equilibrio de fuerzas entre estados. Tal es el uso que nos muestra, por cierto antes que Watchmen, Rick Veitch en su trilogía del superhéroe, principalmente en El Uno y en El Maximortal, donde el ser con superpoderes adopta, literalmente, el papel de bomba atómica. En este sentido puede resultar especialmente esclarecedor detenernos un momento a considerar los diferentes matices que Moore otorga en Watchmen a la función del héroe, bosquejados a partir de las actitudes y comportamientos de las tres figuras principales de su obra, es decir, de El Comediante, El Doctor Manhattan y Ozymandias. Así podemos comprobar que El Comediante vendría a representar la encarnación de ese héroe clásico que, en pugna con su impotencia para entender y resistir las fuerzas que rigen el sino de la vida de los hombres, decide no oponerse a ellas y acepta, aun con desprecio, el papel que le ha sido encomendado. No por casualidad es El Comediante el primero de los aventureros de Watchmen que se percata de la inutilidad de la tarea clásica del héroe y así lo manifiesta de forma expresa en la reunión de justicieros de los 60; como tampoco es casual el hecho de que sea, junto a Manhattan, el único al que se le permite continuar en activo, por supuesto trabajando en cubierto para el gobierno, una vez aprobada el Acta de Keane. Blake es el primero en comprender a carta cabal su condición de atrezzo en un drama que le desborda por completo; el primero que entiende el alcance y la profundidad del chiste que el superhéroe está condenado a escenificar y el primero en abandonar toda esperanza de redención para el colectivo, tragando sumisamente, en el fondo porque tampoco le queda más alternativa, con el mandato de reírle las gracias al sistema.

 


 Frente a la figura desencanta y cínica de El Comediante, Moore contrapone el voluntarismo audaz e inconformista de Ozymandias. En este sentido Veidt mantiene una deuda inconmensurable con El Comediante, que como si de un guía espiritual se tratara, le abre los ojos y le revela la absoluta inutilidad de los juegos circenses en los que hasta el momento se han venido empleando, señalándole además el derrotero por el que a partir de entonces habrá de discurrir su labor. Pero a diferencia de El Comendiante, Ozymandias, que se autodenomina "el hombre más listo del mundo", sí se siente capaz de entender y manejar las dinámicas que se ocultan tras esas fuerzas misteriosas que dan forma al mundo. Veidt comprende que el verdadero poder se dirime en el campo de lo político y de lo económico y que quien pretenda poseer la fuerza necesaria para cambiar la realidad deberá adquirirla ineludiblemente en esos terrenos. Consecuentemente colgará para siempre el antifaz y hará pública su identidad civil, incluso antes de que el Acta de Keane le imponga ese deber, para afanarse desde entonces en la consolidación de un imperio económico transnacional que le asegure una verdadera influencia sobre la realidad. De esta manera Moore define y da forma, a través de la empresa que acomete Veidt, a una de la vías de las que dispone el superhéroe para transcender la insustancialidad y la impotencia de su tarea clásica; la misma misión de contenido netamente político que le otorgará al personaje de V en V de Vendetta. Una labor que ya no puede permitirse la distinción ingenua entre medios y fines, donde la línea divisoria entre héroes y villanos queda definitivamente desdibujada, dependiendo si acaso y en exclusiva del prisma ideológico que se utilice en su valoración. No olvidemos que V es presentado como El Villano y que Veidt, en su misión de salvar al mundo de los horrores de una confrontación abierta entre superpotencias no vacila en poner sobre el tablero en el que se dirime el conflicto los ensangrentados despojos de más de tres millones de cadáveres. 

 


 Pero aun siendo este cometido político una labor más eficiente y menos ingenua que la anterior, sigue sin ser realmente la que correspondería en rigor a la figura del superhéroe. Porque la acción política es ciertamente territorio de lo humano, pero no de lo sobrehumano. Y esa es la postura que materializa –o desmaterializa, según le venga en ganas- el Doctor Manhattan. Siendo en puridad el único dotado de superpoderes, Manhattan asume en principio la misma actitud que define a El Comediante, es decir acepta sin lucha el papel que para él le tiene reservado el gobierno de los EE.UU. Sin embargo sus razones son distintas a las de Blake: si la sumisión de aquel nacía de la impotencia, la de éste brota de la inercia y el desapego. En la práctica Manhattan es un hombre que por mediación de un lance accidental ha devenido súbitamente en una especie de dios –como suele ocurrir frecuentemente con los superhéroes tradicionales-, un dios al que, sin tiempo para asimilarlo, le cuesta entender las implicaciones de su nueva condición. Más absorto en comprender cuál debe ser su nueva relación con una realidad a la que puede modificar a su antojo hasta niveles subatómicos, Manhattan consentirá indiferente ante su utilización como arma intimidatoria definitiva por parte del aparato militar yanki, situación que se condensa magistralmente en el tebeo con el lema “Dios existe y es norteamericano”. Sin embargo y según se va entretejiendo a su alrededor la trama con la que Veidt pretende neutralizarlo, éste va adquiriendo conciencia de su naturaleza divina y de las distancias siderales que le separan de los asuntos más mundanos de los hombres. Por momentos puede entrever cual debe ser su misión, la misión verdadera del superhéroe, que nunca será la de plegarse a las necesidades de la realidad humana, sino la de plegar esa misma realidad humana a sus caprichos y antojos, la de hacerla, deshacerla, cambiarla y descambiarla a su gusto y a su imagen y semejanza. A esa conclusión parece llegar Manhattan al final de Watchmen, decidido al fin a abandonar la Tierra y a ocupar su tiempo en la creación de formas propias de vida que le sirvan de entretenimiento. Y esa es también la tarea que le encomiendan a sus superhombres los británicos Moore y Gaiman en los libros tercero y cuarto de Miracleman, la misma que les reserva Rafael Marín en su novela –sin grafismos- Mundo de Dioses, acaso las obras que mejor reflejan el hacer del superhéroe una vez librado a su propio destino: la de instaurar la dictadura de los seres superiores. Porque aunque les ha costado entenderse a sí mismos, la tarea de los superhéroes sólo puede comprenderse como el reflejo en el espejo de nuestro tiempo de aquellos dioses que poblaron el Olimpo griego, el panteón romano o el Asgard escandinavo. Vamos, me parece a mí.

¿Y el resto qué...?