domingo, 9 de septiembre de 2007

Death Proof de Quentin Tarantino

Si sólo por ser la última película de Tarantino estabais esperando que rebosara de diálogos geniales, interpretaciones memorables, homenajes y referencias sin número a viejas películas de serie Z y alguna que otra audacia narrativa, pues lo siento, pero… acertasteis de pleno. Pues sí, Death Proof da justamente lo que se supone que una peli de Tarantino debe dar, cosa que, afortunadamente, incluye además en el lote – a ver si se entera el Robert Rodríguez- el saber y la habilidad necesarios para armonizar con maestría todo estos elementos y hacer de la suma una obra más que recomendable.

Tarantino nos ofrece en Death Proof una película divida en dos episodios bien diferenciados -o si se quiere dos películas en una- que con Kurt Russell como único nexo común le sirve para hacer el ya habitual pastiche-homenaje de turno, ahora de esas películas setenteras plenas de violencia, persecuciones y sexo que se proyectaban en los Grindhouses o salas dedicadas al cine de bajo presupuesto. Y es que como ya se ha apuntado en muchas ocasiones, la formación cinematográfica de Tarantino se forjó con la contemplación exagerada de este tipo películas, de las cuales se tragó lo que no está en los escritos. Pero lo que no se ha dicho tanto, y tal vez sea necesario recordar, es que su formación se enraiza, además, y con igual profundidad, en el clasicismo más puro, lo que sin duda otorga a sus films un poso que ni en sueños alcanzarán nunca los de su epígono Rodríguez. Porque aunque en estética y argumento Death Proof remite al “explotaition”, lo cierto es que su manejo del ritmo y la tensión cinematograficos lo empareja más bien a directores como Howard Hawks, cuyo catecismo, por cierto, constaba de diez mandamientos de los cuales los nueve primeros exigian la estricta observancia del deber de no aburrir.

Pero si por algo sobresale la última película del director de Knoxville es fundamentalmente por la forma prodigiosa en la que juega con las expectativas creadas en el espectador, al que lleva siempre por donde quiere, haciendole creer que tal vez lo inevitable termine por no pasar sólo para que justamente cuando menos lo espera acabe sucediendo. Sin hablar del no menos inesperado giro argumental de la segunda parte del metraje. Una habilidad que recuerda directamente al Hitchcock de Psicosis (otra muestra antológica de cómo manipular–honradamente- al espectador), lo cual son ya palabra mayores.

Y a todo esto hay que añadir además, como ya he dicho antes, unos diálogos que aunque posiblemente sean algo menos ingeniosos que en otras ocasiones, saben transmitir esa sensación de verismo y credibilidad que sin duda llenan de matices a sus personajes. Porque en las películas de Tarantino las situaciones y argumentos pueden ser todo lo kitch que se quiera -herederas, sin duda, de los códigos narrativos propios de los géneros a los que quiere homenajear- , pero sus personajes son siempre, y antes que nada, seres humanos que hablan y se interesan por las mismas cosas, importantes o banales, que cualquiera de nosotros. Algo a lo que contribuye, claro esta, la soberbia interpretación de todo el elenco femenino –muy monas ellas- y la de un memorable Kurt Russell verdaderamente inquietante.

Por último, un consejo: haced el esfuerzo y prestad atención a los curiosos autohomenajes de los que esta plagado el film, que incluso recupera al Marshall texano y a su hijo nº 1 de la segunda parte de Kill Bill. Ahí teneis otro buen entretenimiento, el de descubrir las alusiones a sus anteriores películas, para disfrutar aún más del espectáculo.

Pues nada, Tarantino en estado puro, o sea, una delicia para sus fans –entre los que me cuento- y un peñazo –supongo- para sus detractores.

Os dejo con el trailer y alguna secuencia memorable.

El trailer




La amiga Vanessa Ferlito se marca un Lap dance que quita el aliento




Spoiler sádico no apto para estómagos delicados ni para aquellos que aun no hayan visto la película





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