Dicho lo cual, cabría preguntarse sí además de sus atractivos externos posee algún que otro interés intrínseco que pueda justificar su lectura. A lo que yo respondería, en mi habitual tono ambiguo e indeciso -que tanto parece molestar a algunos-, que sí pero que no. Y es que para mí resultaba muy atractivo conocer de primera mano la visión que de lo que venía sucediendo en La Unión Soviética podía ofrecer el Hergé reaccionario de aquella época. Por supuesto que esperaba un libelo furibundo contra la nación comunista, en donde no cupieran medias tintas ni atisbo de justificación. Lo cual, a la luz de lo que después nos descubriría la Historia, no dejaba de tener su morbo por lo que supone comprobar hasta donde el fanatismo derechista de Hergé le podía haber llevado a acertar en su diagnostico malintencionado del país de los Soviet.
He aquí el sí. Desgraciadamente –y este es el no- el interés se desvanece pronto cuando se comprueba que la denuncia de las atrocidades rojas se hace soluble en apenas cuatro tópicos mal resueltos y en su carácter de mera aventura infantil. Hergé muestra la tiranía, la crueldad y la falta de libertad y de miramientos con la que el pueblo ruso fue tratado, pero lo hace de una manera tan burda e ingenua que carece por completo de la legítima condición de denuncia: las fabricas de cartón-piedra para impresionar a los observadores internacionales o las votaciones políticas con los propios candidatos amenazando al electorado pistola en mano, resultan excesivamente irreales como para ser convincentes, aun cuando la situación real tuviera tintes similares. Pero es que además Tintín en el país de los Soviet es fundamentalmente y sobre todo una narración aventuresca sin más pretensión que la de entretener a los infantes. La mayoría de sus primeras peripecias son simples persecuciones, explosiones y peleas que no admitirían ni la más mínima lectura política de no ser por la identidad de los malos. Así el álbum resulta ser una sucesión de gags ingenuos y poco elaborados en la que Tintín demuestra lo listo que es él y lo torpe, supersticiosos y sinvergüenzas que los rojos son. Unos gags que en algunos casos Hergé repetiría prácticamente idénticos en Tintín en el Congo, sustituyendo apenas la nieve rusa por el calor de la sabana y los estúpidos bolcheviques por los negritos del colacao. Además la pericia gráfica y narrativa del belga se nos muestra aquí verdaderamente bajo mínimos, con un Tintín que no parece Tintín hasta las páginas finales –curioso como se va definiendo visualmente el personaje a lo largo de la historia-, con unos fondos desnudos que en nada anticipan el gusto por lo realista y el cuidado de los detalles que la serie adoptaría en el futuro. Eso sí, aunque, como ya digo, la narrativa esta muy lejos de la pericia que después alcanzaría Hergé, lo cierto es que el ritmo es ágil y rápido y no aburre jamás. Resumiendo, historia viva del cómic plagada de rarezas y curiosidades. Como ver a Tintín redactando su única crónica en toda su carrera periodística.
Puntuación: 6


Es comprensible que el tebeo sea flojo siendo la primera historia de Tintín, no creo que Hergé quisiera quedarse sin publicar más aventuras de su mejor personaje o que fuesen vetados en los países soviet.
ResponderEliminarTambién es comprensible que los fondos, los acabados, etc. no estén a la altura del resto de su obra puesto que todo dibujante y narrador va evolucionando con los años.
La verdad es que yo esa obra no la he leído que recuerde, aunque me suena mucho el nombre, la verdad.
Tendré que leerla vía e-cómic si es tan difícil de encontrar como dices.
¡Un saludo!