Hoy toca volver a mis muy abandonadas reseñas comiqueras y que mejor que hacerlo de la mano de una de esas rarezas a las que uno se acerca embaucado más por su incuestionable valor histórico que por los propios méritos artísticos que espera encontrar. Y es que nos hallamos ante la que a la postre resulta ser la primera aventura de uno de los iconos más universales del noveno arte; de su reportero –con permiso de Clark Kent- por excelencia; con el chico del tupe ingrávido y su inseparable perrito: con Tintín y Milú. Sin embargo no estaría bien afirmar que las gracias y rarezas de En el país de los Soviet descansan únicamente en su carácter fundador del mito; por el contrario encuentran nuevos alicientes en todas las circunstancias editoriales que rodearon y rodean al álbum: la primera aparición de Tintín no fue concebida como tal, es decir como un álbum cerrado, sino que nació a partir de 1929 como aventura seriada en las páginas de Le Petit Vingtième, el suplemento infantil-juvenil del periódico últraconservador y ultracatólico Le Vingtième Siècle. A resultas de su origen excepcional la historia cuenta nada menos que con cerca de ciento cuarenta páginas, es decir más del doble de las que tendrían a partir de entonces todos sus álbumes, siempre de sesenta y dos páginas. Pero sobre todo es una rareza porque el tebeo, olvidado sistemáticamente en las reediciones de la saga tintinesca, resulta prácticamente inencontrable, hecho que lo envuelve en un alo muy seductor.
Dicho lo cual, cabría preguntarse sí además de sus atractivos externos posee algún que otro interés intrínseco que pueda justificar su lectura. A lo que yo respondería, en mi habitual tono ambiguo e indeciso -que tanto parece molestar a algunos-, que sí pero que no. Y es que para mí resultaba muy atractivo conocer de primera mano la visión que de lo que venía sucediendo en La Unión Soviética podía ofrecer el Hergé reaccionario de aquella época. Por supuesto que esperaba un libelo furibundo contra la nación comunista, en donde no cupieran medias tintas ni atisbo de justificación. Lo cual, a la luz de lo que después nos descubriría la Historia, no dejaba de tener su morbo por lo que supone comprobar hasta donde el fanatismo derechista de Hergé le podía haber llevado a acertar en su diagnostico malintencionado del país de los Soviet.
He aquí el sí. Desgraciadamente –y este es el no- el interés se desvanece pronto cuando se comprueba que la denuncia de las atrocidades rojas se hace soluble en apenas cuatro tópicos mal resueltos y en su carácter de mera aventura infantil. Hergé muestra la tiranía, la crueldad y la falta de libertad y de miramientos con la que el pueblo ruso fue tratado, pero lo hace de una manera tan burda e ingenua que carece por completo de la legítima condición de denuncia: las fabricas de cartón-piedra para impresionar a los observadores internacionales o las votaciones políticas con los propios candidatos amenazando al electorado pistola en mano, resultan excesivamente irreales como para ser convincentes, aun cuando la situación real tuviera tintes similares. Pero es que además Tintín en el país de los Soviet es fundamentalmente y sobre todo una narración aventuresca sin más pretensión que la de entretener a los infantes. La mayoría de sus primeras peripecias son simples persecuciones, explosiones y peleas que no admitirían ni la más mínima lectura política de no ser por la identidad de los malos. Así el álbum resulta ser una sucesión de gags ingenuos y poco elaborados en la que Tintín demuestra lo listo que es él y lo torpe, supersticiosos y sinvergüenzas que los rojos son. Unos gags que en algunos casos Hergé repetiría prácticamente idénticos en Tintín en el Congo, sustituyendo apenas la nieve rusa por el calor de la sabana y los estúpidos bolcheviques por los negritos del colacao. Además la pericia gráfica y narrativa del belga se nos muestra aquí verdaderamente bajo mínimos, con un Tintín que no parece Tintín hasta las páginas finales –curioso como se va definiendo visualmente el personaje a lo largo de la historia-, con unos fondos desnudos que en nada anticipan el gusto por lo realista y el cuidado de los detalles que la serie adoptaría en el futuro. Eso sí, aunque, como ya digo, la narrativa esta muy lejos de la pericia que después alcanzaría Hergé, lo cierto es que el ritmo es ágil y rápido y no aburre jamás.
Resumiendo, historia viva del cómic plagada de rarezas y curiosidades. Como ver a Tintín redactando su única crónica en toda su carrera periodística.
Puntuación: 6
Es comprensible que el tebeo sea flojo siendo la primera historia de Tintín, no creo que Hergé quisiera quedarse sin publicar más aventuras de su mejor personaje o que fuesen vetados en los países soviet.
ResponderEliminarTambién es comprensible que los fondos, los acabados, etc. no estén a la altura del resto de su obra puesto que todo dibujante y narrador va evolucionando con los años.
La verdad es que yo esa obra no la he leído que recuerde, aunque me suena mucho el nombre, la verdad.
Tendré que leerla vía e-cómic si es tan difícil de encontrar como dices.
¡Un saludo!