miércoles, 26 de noviembre de 2008

Yo quiero escribir como Tennessee Williams (nos ha jodido, ¿y quién no?)

A falta de otra cosa lo que más aprecio de una obra literaria es su ingenio, su inteligencia, su sentido del humor y su capacidad para salirse de lo esperado. Es decir, todo aquello que hace de los cuentos de Quim Monzó, de Agusto Monterroso o de Julio Cortazar mis principales modelos, con perdón, a la hora de escribir.
Además admiro profundamente las obras que son capaces de tomar por asalto la realidad con la sencillez como única arma; sin gestos impostados, sin artificios, sin excesos dramáticos; sólo sinceridad y honradez. Obras que se erigen en espejos fieles de la realidad, cuando no es la misma realidad la que parece ser un reflejo de aquellas, como las de Raymond Carver o J.M. Coetzee.
Aun más, me apasionan las obras de corte filosófico y espiritual, de esas que tratan de hallarle desesperadamente un por qué a la existencia, como las de mi muy admirado Hermann Hesse.
Pero vaya, con todo, si de verdad pudiera elegir qué tipo de obras me gustaría escribir, si bastara desearlo para empezar a escribirlas, en tal caso no dudaría ni un instante: escribiría obras como las de Teneessee Williams. Obras que como El zoo de cristal, Un tranvía llamado deseo, La gata sobre el tejado de zinc caliente o La noche de la iguana poseen un dramatismo, una sensibilidad, una sensualidad, una voluptuosidad, un aliento poético como sólo le recuerdo al mejor Faulkner o al mismísimo Shakespeare. Obras que desnudan admirablemente el corazón humano, que aciertan a mostrar en toda su crudeza, en toda su dolorosa fragilidad, pero también en toda su grandiosa majestuosidad lo que significa participar de eso que llamamos tan pomposamente, sin saber muy bien a qué demonios nos estamos refieriendo, como la condición humana. Esta es para mí la tarea más noble, la cima más alta y también la más inaccesible de a cuantas la literatura puede aspirar. Y es allí, nada menos que allí, al lado de los más grandes, donde el señor Williams fue a acampar en más de una ocasión. Qué envidia.

2 comentarios:

  1. No tienes mal gusto tú, eh!

    Leemos parecido.

    Un limón agridulce!

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  2. Pues para qué te voy a mentir: tengo un gusto excelente.

    Y supongo que sí, que leemos parecidos. Yo en concreto con los ojos y el libro abierto y a ser posible con la luz encendida. Clásiquillo que es uno.

    Una rosquilla mecánica.

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