Ya iba siendo hora de retomar lo apuntado en la anterior entrada dedicada al boxeo y completar la historia del más grande, Muhammad Ali, al que había dejado preparando su enfrentamiento con el por entonces invencible George Foreman. Me pongo con ello.
A pesar de la expectación levantada por el combate los especialistas de la época hablaban de una lucha desigual cuyo principal atractivo residía, más que en la incertidumbre del resultado –nadie pensaba realmente que Foreman pudiera perder-, en la posibilidad de presenciar el ocaso definitivo de la carrera de Ali. Eran muchos, por no decir todos, los que pensaban que este recibiría tal paliza que después del combate ya no volvería a pelear jamás. Sin embargo, ajeno a los pronósticos y fiel a sí mismo, Alí se había dedicado a animar las semanas previas al combate con sus acostumbradas bravatas, llamando momia a su rival y asegurando que se movería con tal rapidez que Foreman sería incapaz de tocarle en ningún momento. Unas bravatas en las que no creían ni los propios miembros de su equipo, convencidos por igual de que efectivamente asistirían al final de la leyenda.
Así, de esta guisa, con Alí tumbado sobre las cuerdas y Foreman volcado sobre Ali transcurrió la pelea hasta el final del quinto asalto, momento en el que el campeón, cansado por el vendabal de golpes que había lanzado y cada vez más nervioso ante las constantes provocaciones de Ali y su incapacidad para poner a dormir al aspirante, empezó a descuidar imprudentemente su guardia, cosa que el boxeador posiblemente más inteligente de la historia no iba a dejar pasar: aprovechando la imprudencia, conectó una serie de manos que dejaron al texano seriamente tocado. Por primera vez en el combate el aspirante tenía alguna opción real de acabar ganando la pelea. Y es que Foreman se resintió mucho de este final de asalto, tanto que a partir del siguiente -del sexto- su acoso pasó a ser puramente testimonial, dando cachetazos sin apenas fuerzas, empujado más por la inercia que por un verdadero dominio de la pelea. Una inercia y una insistencia que terminaron por constituir el más grave error que el campeón pudiera cometer, exponiendose, cuando su cómoda victoria a los puntos no se lo exigía, a una nueva contra de Alí. Un error de bulto que a la postre le costaría, efectivamente, el título mundial en el octavo asalto, cuando nuevamente Alí aprovechó la obsesión de Foreman y su falta de precaución para sorprenderlo con su velocidad de manos y colocarle la serie de golpes que resultaría definitiva. Alí puso a repiar a Foreman, cual chaval con su peonza, y el campeón cayó estrepitosamente. Y aunque Foreman consiguió levantarse, no lo hizo a tiempo para evitar que la cuenta llegará a diez. Sin duda el mundo acababa de presenciar una de las más monumentales sorpresas de la historia del boxeo, acaso sólo comparable a la victoria de Max Schmeling sobre Joe Louis muchos años antes o a la de James Buster Douglas sobre Mike Tyson muchos años después. El milagro se había obrado, la leyenda renacía con más esplendor si cabe. Al fin, despúes de más de seis años desde que fue inhabilitado y desposeído de su título, y una década después de que se proclamara por primera vez campeón de los pesos pesados, Ali conseguía llegar de nuevo a lo más alto.
Bueno, pues ya he cumplido con la deuda. Tal vez algún día me de por contar también las defensas posteriores de Ali. Pero eso será ya en un futuro muy remoto.
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