jueves, 24 de agosto de 2006

El misterio religioso de Grant Morrison y Jon J. Muth

Casi dos años ha permanecido este pequeño volumen en los anaqueles de mi biblioteca particular sin que yo le hiciera el menor caso. La verdad es que es un tebeo que jamás me atrajo y que si lo adquirí en su momento fue más que nada por lo atractivo de su apartado gráfico. Y es que ninguna referencia manejaba entonces sobre él o sus autores. Y ninguna manejo ahora, después de haberlo leído: siguen pareciéndome las pinturas lo mejor del mismo y siguen sin decirme gran cosa sus autores. Ya sé que Morrison no es un cualquiera en esto de los superhéroes, pero qué quereis que os diga, para mí no es más que un completo desconocido y no creo que este Mystery play me vaya a suponer el revulsivo necesario para comenzar a profundizar en su obra.

Pero en fin, vayamos con el cómic. Dios a muerto, lo anunció Stirner antes que Nietzsche. O al menos el actor que lo encarna en esa especie de auto sacramental cuya representación tiene lugar en Townely, el Twin Peak de la campiña inglesa. Y hasta allí se desplazará, con intención de resolver el misterio, un no menos misterioso detective procedente de Manchester. Tanto que a su vez será investigado por una joven reportera local, dando inicio a toda una serie de pesquisas e interrogatorios pintorescos que Morrison nos quiere hace pasar por profundas disquisiciones metafísicas en busca de la verdad última de la esencia primera de la realidad intermedia inserta en el cosmos integro –Carl Sagan incluido- y sus aledaños. O sea, que no dicen nada de nada. Y sin embargo las estupendas pinturas de Jon J. Muth -por las que ganó el premio Eisner en 1995- y su buen ritmo narrativo hacen de ésta una lectura cuanto menos amena y cuanto más hipnótica. Da igual que los diálogos rechinen un poco o que sepamos de antemano que ningún misterio será resuelto o que ninguna verdad esencial nos va a ser revelada. Morrison y Muth nos invitan a dejarnos envolver por la atmosfera del relato, a renunciar a cualquier intento de interpretación y a perdernos en el goce despreocupado de sus páginas. En este sentido, resulta especialmente significativa esa viñeta final que nos muestra la crucifixión de una gabardina vacía , algo que acaso venga a representar el colgadero en el que cada cual puede poner lo que quiera que signifique la obra, pero sin olvidar nunca que sea lo que fuere, es él y no el autor quien allí lo dejó.

Resumiendo, una obra interesante si se está dispuesto a entrar en su juego y se disfruta sin complejos de lo sugerente de los dibujos y/o una obra pedante, pretenciosa, vacía e irritante si no le seguimos la bola al Morrison y lo despachamos desde el punto de vista analítico y racional. Yo opto por un punto intermedio y reconozco que ambas posibilidades son igualmente legítimas y deseables.

Puntuación: 7


2 comentarios:

  1. Creo que la gabardina, por el contrario, representa que a veces nos tenemos que poner el saco del otro.

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  2. Puediera ser, amigo lautaro,por qué no. En mi opinión ni el mismo Morrison sabe lo que quería decir con eso.Ya digo, para mí significa lo que el lector quiera que signifique. Como por ejemplo que tenemos que ponernos en la piel de los demás.

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