Reconozco que le tenía miedo a Burns después de haber leído Burn again.
Imperdonable error. Es cierto que abundan las imágenes inquietantes, a
veces repulsivas. Pero no hay arbitriaridades caprichosas en Black Hole. Al contrario, predomina la emoción, siempre justificada y siempre muy humana... tal vez demasiado humana.
Estamos ante una parábola
turbadora y plena de aciertos sobre el mundo de la adolescencia y las formas solapadas de
marginación que subyacen en ella. Algunos de estos aciertos: el fiel retrato de
los adolescentes, típicamente norteamericanos, sí, pero que sumados y restados algunos matices puntuales
bien podrían representar a los adolescentes de cualquier rincón del planeta; lo
azaroso del bacilo, de la mano del cual cualquiera puede acabar transformado de la noche a la
mañana en un paria social, detalle que acentúa más si cabe la angustia
que destilan sus páginas; la asimilación de la mirada ajena como propia:
los afectados se sienten y actuan como monstruos sólo en tanto que saben
que es así como son vistos por los demás, incluso cuando el bacilo apenas deja rasgos visibles en ellos; y por
supuesto la inevitable degración moral de quienes interiorizan la tara que
todo el mundo les señala...
Y
después está el dibujo de Burns... Trazos gruesos y grandes bloques de
un negro muy denso, muy compacto, que a pesar de cierta apariencia de
tosquedad le dotan de una belleza rotunda, muy física. Y para rematar,
la maestría con la que Burns sabe traducir a imagenes las emociones por
las que atraviesan su personajes, dibujos que basculan entre lo onírico y
lo pesadillezco, composiciones de página de corte expresionista que nos
meten de lleno en las ansiedades y frustraciones que padecen...
Un grandísimo tebeo. Nada que ver, afortunadamente, con el Burn again.
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