martes, 6 de junio de 2006

Ciudad de cristal, de Paul Karasik y David Mazzucchelli

…palabras, palabras, palabras… (Hamlet; William
Shakespeare)

…y dibujos también; símbolos al fin y al cabo con los que intentar aprehender la realidad, hacerla accesible y darle un significado. Pero, oh, terrible descubrimiento, las palabras mienten, son imprecisas, se equivocan y nombran objetos o situaciones que a ninguna realidad corresponden. ¿Cómo comunicarnos pues? ¿Cómo tratar, siquiera, de pensar el mundo o de pensar en que se piensa el mundo, cuando la herramienta básica se revela de tan escasa fiabilidad? ¿Qué nos están diciendo cuando nos dicen algo?

Ese parece ser el dilema que se plantea Paul Auster en Ciudad de crista, primera de las novelas que componen su Trilogía de Nueva York, una obra fascinante que explora los límites mismos de la comunicación y del lenguaje. Una obra que arranca cuando Daniel Quinn, una especie de trasunto de lo que Paul Auster -el escritor- hubiera podido llegar a ser de haber querido transitar el azar por otros derroteros , pero que sin embargo no es Paul Auster -aunque sí escritor-, es confundido con un Paul Auster que siendo Paul Auster, en vez de escritor es detective privado. Un error inocente y una mentira incosciente –un sí por un no- que son más que suficientes para que la realidad se pliegue sobre si misma y de lugar a situaciones inverosímiles; que se basta para trastocar identidades y para que el escritor se confunda con su propio personaje. De esta manera se inicia una búsqueda que no es otra cosa que una compleja caja china dentro de otra: la búsqueda de Peter Stillman a manos de Daniel Quinn tras la que se esconde la propia desesperación por encontrar una justificación que de sentido a su existencia; otra búsqueda, la del mismo Peter Stillman por hallar un lenguaje primigenio y puro con el que retornar a la unión inocente entre palabra y realidad, ajena a cualquier duda que las ensombrezcan. Sin embargo los personajes acabarán dándose de bruces con una verdad inexorable: el carácter inefable de la realidad.

Un tema y unas complejidades lingüísticas que parecen difícilmente adaptables a la gramática de la narrativa gráfica. Sin embargo David Mazzucchelli y Paul Karasik alcanzan un equilibrio impecable entre dibujo y texto que se complementan a la perfección consiguiendo como resultado una obra con señas de identidad propia, muy alejada de la simple ilustración de la novela de Auster, aunque sin traicionar por ello el espíritu y la hondura que la animaban: Karasik sabe condensar la esencia de la misma evitando la tentación de reducirla al genero detectivesco, mientras Mazzucchelli desarrolla los recursos gráficos adecuados para darle forma a la historia. Para ello recurre a un esquema estable de 3*3 viñetas que se centra fundamentalmente –en la línea de lo que reclamaba yo en mi post dedicado a Sinfonía gráfica de Sergio García- en el juego con la representación gráfica de los significados y su interacción con el texto y entre sí. Todo ello convierten a esta Ciudad de cristal en la ilustración ideal de cómo se debe trasvasar una obra de un medio a otro.

Puntuación:9

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