Ocurrió que un cronopio, habiendo visto tantas y tantas películas de gangsters de James Cagney, de Edward G. Robinson o de Humphrey Borgart, perdió la razón y quiso imitar a sus ídolos y convertirse en contrabandista de alcohol. Pero sucedió además que teniendo el consumo y la distribución de alcohol todas las bendiciones –incluso las recomendaciones- de las autoridades competentes, al cronopio no le quedó más remedio que idear un perverso plan con el que lograr su prohibición; plan que inició matriculándose en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales y cuya finalidad última no era otra que alcanzar, con paciencia y tiempo, la presidencia del gobierno de la nación.
Y aconteció también que, habiendo concluido la carrera e ingresado en las bases del Partido Socio-liberal de Derechas e Izquierdas, el cronopio se vio en la obligación, como única manera de ganarse el respeto y la admiración de todos -aunque siempre contra su propia voluntad-, en la obligación, decía, de trabajar intensamente a lo largo de muchos años por el bienestar de las gentes. Mas contando con el respeto y la admiración de todos pudo al fin presentar su candidatura en las elecciones presidenciales y barrer a todos sus rivales.
Y pasó asimismo que siendo presidente el cronopio, con miras a reiniciar su olvidad carrera de contrabandista, prohibió el consumo y la distribución de alcohol, pero con tan mala fortuna que habiendo conseguido la total entrega de sus conciudadanos, el contrabando continuó siendo empresa imposible, pues nadie quiso infringir su ley.
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