Si hay un hombre que se ha destacado en el mundo del cómic por la osadía y la capacidad de penetración –no seáis mal pensado; hay otras formas de penetración no tan divertidas pero que también merecen la pena- con la que ha diseccionado el lenguaje del noveno arte ese es Scott McCloud. En su ya clásico Entender el cómic, el autor norteamericano nos ofreció un recital inigualable –o al menos inigualado- de los recursos de que dispone el cómic; validos incluso para analizarse a sí mismos. Una osadía a la que ni el maestro Eisner se había atrevido en sus estudios El cómic y el arte secuencial y La narrativa gráfica. Con estas credenciales era difícil resistirse al siguiente trabajo teórico del de Boston. Y efectivamente, no me he resistido, aunque me he tomado mi tiempo. Unos dos años para ser precisos.
Ahora bien, dicho esto, me vais a permitir que rescate de entre todas las propuestas la que más me ha sorprendido y a la que quisiera convertir en excusa para la reflexión. Hablando precisamente de la diversidad de géneros, McCloud afirma que la novela gráfica requiere de la aparición de un mayor número de trabajos naturalistas en los que se prescinda de la imaginación desatada y se ponga el acento en la representación del mundo tal cual es. Es decir, que traten con más frecuencia temas serios. Una opinión que puede comprenderse atendiendo al momento por el que atraviesa el cómic, dominado siempre por el género, pero que en el fondo no deja de resultar contradictoria con la vindicación de la amplitud de miras del cómic. Porque al fin y al cabo la propuesta, o el ruego, no pasa de ser más que otra manera, quizá menos evidente, de ponerle puertas al campo. Entiendo que McCloud vea necesario que el cómic supere el reto y demustre su capacidad para contar incluso las historias más apegadas a la realidad; que pruebe que puede adentrarse en la Historia, en la intrahistoria o en la vida cotidiana y subterranea de los seres humanos. Es decir, que es capaz de hacer exactamente todo lo contrario de lo que hasta ahora se le ha asignado como propio. Y sin embargo creo que esta visión contituye a la larga un error que pone de manifiesto la débil situación en la que vive el noveno arte. Creo que la normalización del cómic sólo se conseguirá cuando pueda afrontarse el proceso de creación sin ningún tipo de complejos ni limitaciones; con el descaro que ofrece la plena libertad o con la plena libertad que surge del descaro. Porque, en definitiva, el mundo del cómic no tiene de qué avergonzarse cuando opta libremente por expresarse a través de la ciencia ficción, o de la fantasía más desatada, ni siquiera -horror- por medio de los superhéroes. Lo único que debe avergonzar al cómic es producir malas obras, sean del género que sean. Y de lo único que estaría bien que se preocupara es de crear más obras de calidad, aún tomando la premisa o la excusa que le dé la gana tomar. Como ha hecho siempre la literatura o el cine. Esa debería ser la única prueba de madurez del medio y el requisito inexcusable para hacerse acreedor a la plena normalización.
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ResponderEliminarGracias por el aporte :)
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