martes, 18 de mayo de 2010

Algunas consideraciones poco rigurosas y totalmente infundadas sobre el Lost Girls de Moore y Gebbie

Una idea me viene rondando con insistencia desde que leí el Lost Girls de Moore y Gebbie, a saber, que en el fondo, el sexo es cosa de niños. Porque aunque la socarronería de Shakespeare lo llamara amor, es claro que Romeo y Julieta sólo podían tener la edad que tenían. La única en la que el ejercicio de tan apreciada facultad humana se puede gozar con la ilusión de quien se adentra en un universo insólito, en una tierra tan fantástica como el Oz de Dorothy, el Nuca Jamás de Wendy o el País de las Maravillas de Zapate... digo, de Alicia. Así se nos presenta en Lost Girls, como el encendido recurso de la imaginación por el cual las tres famosas niñas serán capaces de vestir de mágico lo terrible. Recordemos que en manos de la parejita feliz, Dorothy ya no es la encantadora niñita que hace surf a lomos de un huracán; aquí es una ninfómana pueblerina que se pasa por el henil todo lo que se menéa, padre incluido; Wendy y sus hermanos ya no son los niños entusiastas que aprenden a volar con la ayudad de Peter Pan; ahora son remilgados niños bien del Londres victoriano que se dejan seducir por el cabecilla andrajoso de una panda de desarrapados callejeros; por su parte, Alicia no es más la niña que descubrió toda una realidad invertida tras caer en la madriguera, sino la víctima de los abusos pederastas de un amigo de su padre (¿¿el propio Carroll??) , lo que la inclinará de forma decisiva hacia el lesbianismo. Truculencias de todo tipo y pelaje que sin embargos ellas reinterpretarán a la luz de la pasión adolescente como aventuras fantásticas.

Aunque acaso, parecen sugerirnos sus autores, la situación sea la contraria; que es un mundo carente de imaginación, el de los adultos, el que está reinterpretando a la sombra de la moralidad vigente vivencias extraordinarias como si fueran terribles. De hecho, en la inventiva de Moore, la iniciación sexual de los adolescentes no adquiere la clásica función de rito de paso a través del cual el niño se transforma en adulto; al contrario, en Lost Girls los niños –más bien las niñas- sólo accederán a la madurez cuando, roto el encantamiento, renuncien al goce y al placer de los juegos eróticos. Estas son las niñas perdidas que nos anuncia el título, no las que se abrasaron en la senda de la lujuria, sino las que dejaron de serlo precisamente por apartarse del camino de baldosas amarillas. Un camino que retomarán tras su encuentro en el hotel Himmelgarten, esa especie de jardín celestial que les permite recobrar la infancia olvidada y, por un breve instante, convertirse en niñas otra vez. Por supuesto, tanta belleza está condenada a ser efímera y el mundo de los mayores se hará de nuevo presente, ahora en la forma de conflicto armado, nada menos que la Gran Guerra, con lo que se pondrá fin al periodo de recreo. Se acabaron los juegos infantiles, hora ya de que los adultos tomen el mando, que las cosas bellas sean destruidas y que el joven que antes yacía ocioso en la cama con el miembro viril erecto, lo haga ahora en el fondo de una oscura trinchera, con la mirada perdida y las tripas desparramadas.

En fin, una imagen terrible, esta última, que supongo fue la que escandalizó a la directora de la biblioteca municipal de Inopia, provincia de Badajoz, y la llevó a guardar bajo siete llaves, y dónde nunca más les diera el sol, los tres tomos de Lost Girls. O algo así me contaron.

3 comentarios:

  1. No conocía este cómic. Habrá que hacerse con él.

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  2. Merece la pena, aunque te advierto que siendo uno de esos libros que se leen a una sola mano, resulta excesivamente grande y pesado para ello.

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  3. Lo sostendré con la columna del medio. ¡Qué no veas que dureza!
    Pijus magníficus.

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