"Si Dark Night era la deconstrucción de un héroe, como muchos han dicho que era aunque yo no esté de acuerdo, entonces esta historia es lo más parecido a una reconstrucción"
Frank Miller (En primera persona: Frank Miller, de David Hernando)
Al hilo del jugoso debate que se ha generado en Con c de arte he aprovechado para releerme la polémica continuación del clásico Dark Night Return. Y lo he hecho, lo confieso, con la intención de despotricar de él con el suficiente conocimiento de causa: soy de los que en su día acabaron horrorizados de los dibujos, los colores y la historia del DK2. Ah, pero como nunca lo dejé escrito en ningún sitio eso no lo sabréis jamás y ahora, si me da la gana, puedo cambiarme alegremente de bando. Que es precisamente lo que pretendo hacer, porque el caso es que a pesar de mis intenciones iniciales mi comentario en esta ocasión no puede ser –y por lo tanto no lo será- de ninguna manera negativo.
El DK2, como cualquier obra que se precie, brilla si se la entiende dentro de su adecuado contexto, si se la lee atendiendo a las metas y límites que la propia obra se marca en su concepción. Es decir, en nuestro caso, si no se la compara con el Dark Night. Efectivamente, el Dark Night es más complejo en su discurso, posee un mayor número de niveles de lectura y tiene un acabado gráfico mucho más limpio. Pero salvo esto último, cosa que sigue sin convencerme –no entiendo en qué beneficia a la historia los dibujos paródicos, rozando lo grotesco y la completa desnudez de fondos de la mayoría de las viñetas- lo cierto es que ni falta que le hace al DK2 nada de todo eso. No seamos simples y caigamos en nuestro afán por dignificar el medio en el complejo de la cebolla creyendo que la maestría de una obra está siempre en el número de capas que ofrece: cada historia tiene sus propias necesidades y lo que esta pide es sin duda un estilo narrativo directo, despojado y brutal como un derechazo en la mandíbula. Y eso es justamente lo que ofrece de forma admirable Miller en el Dk2. Que nadie se deje confundir por el contexto político de la historia: DK2 no es un análisis de nuestra realidad; tan sólo propone un escenario ideal para el desarrollo de la épica superheroica que tanto gusta al de Maryland. Y que nadie se deje confundir porque a un fondo negro se le haya añadido un par de rectángulos blancos y se le haya espolvoreado unas cuantas viñetas en sentido circular –cosa que para mí dicta mucho de ser ninguna genialidad; si acaso la genialidad está en la explicación propuesta-; DK2 posee una narración hábil, fruto sin duda de la pericia de un autor que domina su oficio, pero no es para nada una obra revolucionaria que aspire a crear nuevas formas narrativas. En el fondo la narrativa de Miller aquí no pasa de ser una curiosa amalgama de las formas del Dark Night Return y las de Sin City.
No, DK2 no es ni una obra de análisis ni una rompedora experiencia narrativa: DK2 es simple y llanamente, y aquí está la clave para entenderla, una historia de superhéroes desbocados. Miller juega a hacer realidad las "fantasías de poder adolescente" y para ello elimina todas las trabas que impiden en los comic book normales mostrar los poderes de los superhéroes en toda su grandeza; los libera de ataduras y los deja exhibirse como pocas veces antes los habíamos visto. Tanto que hasta el mojigato de Superman acaba cogiéndole gusto al uso gratuito de la violencia. Lo cual no va, ni muchísimo menos, en detrimento de la calidad de la obra: esa es la propuesta del DK2 –superhéroes ejerciendo y reclamando orgullosos su condición de superhéroes- y Miller la ejecuta a la perfección. Y no hay más –que tampoco es poco- que buscar; todos los demás elementos son apenas herramientas y utillaje para la construcción de la épica. O al menos así lo veo yo.
Puntuación: 8
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