miércoles, 12 de mayo de 2010

Hajime no Ippo (Espíritu de lucha), el anime

Ahora entiendo por qué no consigo que la gente se interese más por mi magnífico blog: no estoy dando mi máximo. Es cierto que la escritura de cada entrada me lleva al borde de la extenuación física y mental, pero está claro que eso no es suficiente; debería estar visitando las puertas del más allá con cada una de ellas. Mismamente como Ippo “alquiler de botes de pesca” Makunouchi en cada uno de sus combates. Fijaros si no estoy dando mi máximo que apenas he vitos la primera temporada, es decir sólo los primeros 76 “rounds”. Y nunca me han sangrado los oídos y los ojos. Una vergüenza.

Pero bueno, mejor olvidémonos de lo mío, que no tiene remedio y centrémonos en la serie. Como ya conoceréis la mayoría, o eso supongo, Hajime no Ippo, traducido libremente al castellano como Espíritu de lucha, es un anime de temática pugilística basado en el manga del mismo título que creara a finales de los ochenta el desconocido, al menos para mí, Jyogi Morikawa. Se trata de la típica japonesada que toma en este caso el mundo del boxeo como vehículo para meternos por los ojos y hasta la nausea la idea, tan cristiana ella, de la superación personal a través del esfuerzo y el sacrificio. O sea como en Los caballeros del Zodiaco o en Campeones. Porque sí, Hajime no Ippo es en ese sentido un anime arquetípico, con una estructura, un argumento, un desarrollo y unos personajes que ya son lugares comunes en la animación nipona. Y sin embargo no se puede negar que el estándar japonés sigue ejerciendo un atractivo enorme para nosotros, o al menos en quienes tampoco la hemos frecuentado en exceso y aun nos queda cierto margen para la sorpresa. En concreto lo que más me admira de esta serie es su habilidad para superar a base de oficio las tremendas limitaciones que le impone su carácter comercial.



Porque por un lado tenemos un esquema narrativo muy restringido, apenas una repetitiva sucesión de combates precedidos por pequeñas anécdotas personales. Y por otro, el hecho de que inevitablemente sabemos desde el principio cuál será el resultado final de los mismos. Y sin embargo, asombrosamente Espíritu de lucha consigue siempre mantener vivo el interés del espectador. Sí, es cierto, son combates y combates hasta el infinito, pero vaya, la habilidad de sus creadores es tal que son capaces de convertir cada uno de ellos en una especie de partida de ajedrez única, en una confrontación abierta de personalidades, de egos, de estrategias y de técnicas pugilísticas, algunas de lo más imaginativas y surrealistas como ese prodigioso salto de la rana, que jamás aburren y menos dejan indiferente. Igual que tampoco esas pequeñas anécdotas que hilvanan la sucesión de peleas son en verdad ni tan pequeñas ni tan insignificantes. Lo que en un principio puede parecer no más que una excusa para romper la monotonía del ring, considerado en el conjunto de la serie constituye una más que digna exposición de los orígenes y las motivaciones que animan a esa prolífica galería de personajes que la recorren. Este es sin duda otro de los puntos fuertes de la serie: los Makunouchi , Takamura, Kimura, Aoki y el entrenador Kamogawa por una parte, y los Miyata, Mashiba, Sendo, Volg o Date por otra dan cuerpo a una colección de protagonistas y secundarios verdaderamente admirable, con una diversidad de personalidades tan rica y tan llena de vida que uno no puede más que tomarles cariño. El resultado es que a pesar de los inconvenientes que he apuntado, de su rigidez y predecibilidad, los 76 capítulos que la componen, más de 25 horas sí calculamos a razón de 20 minutos por episodio, se beben del tirón, casi sin esfuerzo. Lo que no es poco decir. Y si encima, como a mí, te gusta el cómic, la animación y el boxeo, para qué quieres más. Lo tiene todo.

1 comentario: