Cada vez somos más los que pensamos que o escapamos de la esclavitud del euro o este país no levanta cabeza ni así pase medio siglo. Eso sin descartar que al final la presión sobre España acabe siendo tan grande que en lugar de escapar de él terminen por echarnos de la unión monetaria. En todo caso, por la actualidad y el interés del asunto, con la prima de riesgo por encima de los 500 puntos básicos desde hace dos semanas y los rumores de intervención a la orden del día, me parece de lo más oportuno rescatar esta serie de artículos del economísta Manuel Balmaseda para el diario digital El imparcial.
En mi opinión se trata de uno de los diagnósticos más certeros y mejor fundados que se puedan leer en internet sobre la coyuntura actual. A lo largo de los tres artículos Balmaseda identifica claramente el origen de nuestros problemas, descarta otros diagnosticos errados muy en boga, analiza el abanico de posibilidades que se no presenta y apuesta decididamente por la solución que ya anuncia el título: salirse de la zona del euro.
Vamos con el primero:
Por qué España debe salirse de la zona Euro (I), por Manuel Balmaseda
EL PROBLEMA
Ha habido en la Historia muchos
intentos de uniones monetarias. Simplificando, se puede decir que han
tenido éxito las que han ido acompañadas de la unificación política
plena en un solo estado soberano, con un gobierno central, un poder
legislativo y un presupuesto. Uniones monetarias con éxito lo fueron la
de Inglaterra y Escocia de 1707, la unificación Italiana de 1861, la
creación de la Reserva Federal de EEUU en 1913 o la unión de las dos
Alemanias de 1990. Fueron ejemplos de fracaso la Unión Monetaria Latina
creada en 1865 entre Francia, Bélgica, Italia y Suiza o la Unión
Monetaria Escandinava entre Dinamarca y Suecia, a la que se sumó Noruega
en 1875, y que sobrevivió hasta 1920.
La Unión Monetaria Europea es un caso casi único y sin precedentes.
Se inicia en 1999 con 11 países, entre ellos España, y hoy integra a un
conjunto de 17 estados independientes, sin que haya unidad cultural y
lingüística entre la mayoría de ellos y sin que exista un proyecto
definido de unificación política plena, con renuncia a la propia
soberanía de cada estado, todo ello sin perjuicio de los anhelos y
buenos deseos de muchos europeístas convencidos.
Las ventajas de esta unión son indudables. Aparte del beneficio de
una mayor integración política, la unión monetaria aporta una gran
estabilidad y ahorro en las transacciones comerciales pues evita los
costes y riesgos de cambio.
Sin embargo, limitándonos al caso de España, las consecuencias perjudiciales del Euro han sido enormes.
El Banco Central Europeo ha seguido, como es lógico, una política de
tipos de interés adecuada a los países con más peso económico y
político, en su conjunto, dentro de la zona: Alemania, Francia, Holanda,
Bélgica, Luxemburgo, Finlandia y Austria. Estos son países con una
cultura y tradición de inflación baja, a diferencia de España, Italia o
Portugal que por su estructura económica, hábitos comerciales y, sobre
todo, marco de relaciones laborales han mantenido un historial de
inflación mucho más elevada.
En el caso de España, los tipos de interés reales — deducida la
inflación verdadera — que ha venido aplicando el Banco Central Europeo
han resultado ser muy bajos o próximos a cero, con la consecuencia de
que las empresas y las familias se han endeudado durante la década de
vigencia del euro de forma alarmante: las empresas han incrementado su
endeudamiento en el equivalente a un 62% del PIB y las familias en una
cantidad igual al 41% de su renta disponible . Pero lo más grave ha sido
el endeudamiento de la economía española en su conjunto frente al
exterior que, entre los años 2000 y 2009, ha aumentado en 739.000
millones de euros, el equivalente a un 69% del PIB de este año. Como
resultado, a finales de 2009 la economía española debía a bancos y
entidades extranjeras un total de 925.000 millones de euros, que
representa un 86% del PIB, y más de la mitad de esta cantidad, el
equivalente al 47% del PIB, correspondía a deuda de bancos y cajas con
el extranjero.
El resultado ha sido dramático principalmente en tres aspectos:
Burbuja inmobiliaria.
Este disparatado endeudamiento ha servido, entre otros fines, para
financiar una gigantesca inversión inmobiliaria especulativa que ha
atraído una masiva inmigración de mano de obra no cualificada. Este
problema es tan patente y sobradamente conocido que huelga dar cifras
para explicarlo. Un paseo por las urbanizaciones fantasma de Seseña,
Guadalajara o la Costa del Sol ilustra más que muchas cifras.
Pérdida de competitividad
La economía española ha crecido enormemente durante estos años de
bonanza — 2000 a 2007 — pero sobre la base de un desarrollo precario
dirigido al consumo interno, con el consiguiente encarecimiento de los
costes de producción que no ha ido acompañado de mejoras de la
productividad. Como consecuencia se ha producido un enorme deterioro de
la competitividad de la economía española frente al extranjero. El
indicador de competitividad calculado por la OCDE — que combina los
costes laborales, la productividad y los tipos de cambio de las divisas
de los socios comerciales — se ha deteriorado en España en un 31% entre
los años 2000 y 2008 mientras que en Alemania ha mejorado en un 2%
durante estos mismos años. Es decir, en comparación con Alemania, España
es un 33% menos competitiva en los mercados extranjeros. Otro indicador
distinto, tomado del Boletín Estadístico del Banco de España para el
período de 1999 a 2008, refleja una caída de la competitividad de España
frente a los países desarrollados del 15,2%. No es de extrañar que, si
exceptuamos el sector del ocio y turismo, las multinacionales no
inviertan en España y que se marchen una vez que hayan amortizado sus
inversiones. Es precisamente la mejora de su competitividad en relación
con los otros países de la zona Euro lo que explica que Alemania esté
saliendo de la crisis mundial mejor que ningún otro país de su entorno y
que tenga ahora una tasa de desempleo del 6,8%, la más baja desde su
reunificación. Las exportaciones de bienes y servicios han pasado de
representar un 29% del PIB en el año 2000 a un 26,5% en el año 2008,
mientras que en Alemania han pasado, en estos mismos años, del 33,3% al
47,5% del PIB . La primera década de vigencia del Euro, en contra de lo
previsto, no ha producido una convergencia sino una divergencia en los
diferenciales de productividad preexistentes. Lo más insólito de todo
esto es que, incluso durante los años 2008 y 2011 en que España sufre un
brutal aumento del desempleo, el índice de precios industriales haya
subido un 2,5% anual , los costes laborales hayan aumentado un 1,4%
anual y los costes laborales en la construcción un 3,3% anual . Este
último dato es tan insólito que si no proviniera del Banco de España
habría que cuestionarlo.
Déficit público
El empleo y los beneficios generados han engrosado las arcas públicas
de forma que las Administraciones Públicas se han puesto a gastar como
si la bonanza fuera para siempre, con el consiguiente deterioro súbito
de sus cuentas en cuanto ha estallado el globo del crecimiento
artificial centrado en el ladrillo. Para agravar más el déficit, a la
pérdida de ingresos se ha sumado el incremento de los gastos generados
por el desempleo, que ha aumentado en más de 3 millones de trabajadores.
EL EURO EN EL ORIGEN DEL PROBLEMA
Los problemas aquí expuestos son generalmente admitidos sin discusión.
El gran debate surge a la hora de analizar las causas y, obviamente, las
soluciones posibles.
Si España se hubiera mantenido en la peseta, como Gran Bretaña en la
libra, los mercados no hubieran prestado tanto dinero a tan bajo tipo de
interés. A medida que hubieran aumentado la deuda externa y el déficit
por cuenta corriente, la peseta hubiera tendido a devaluarse y los tipos
de interés a subir. También el Banco de España hubiera tenido
independencia para fijar una política financiera más restrictiva. Todo
ello hubiera impedido, o al menos aminorado, la locura especulativa en
el sector inmobiliario, la masiva entrada de mano de obra no cualificada
y el enorme endeudamiento externo de la banca. La ficción, creada por
los políticos, de que la entrada en la Zona Euro era irreversible ha
inducido a los bancos y fondos extranjeros a subestimar el riesgo en que
incurrían al comprar bonos españoles.
Los políticos del continente Europeo, los banqueros, las grandes
empresas no exportadoras y los medios de comunicación se han confabulado
para convencer al ciudadano de que el origen del problema no está en el
Euro sino en el excesivo gasto de las Administraciones Públicas. De ahí
la conclusión unánime de que hay que recortar el gasto público y que
así se solucionarán los problemas de España y demás países periféricos
de la zona Euro.
Veamos por qué esto es una falacia, y ello sin perjuicio de
considerar muy necesario suprimir gastos superfluos, ineficiencias y
corrupción en las Administraciones Públicas. Entre el año 2000 y 2007
España ha cumplido mejor que Alemania y Francia con los límites del 3%
anual de déficit presupuestario y del 60% de deuda pública, en
porcentaje sobre el PIB. España no ha sobrepasado en ninguno de estos
años estos límites, como sí lo han hecho estos dos países, incluso ha
tenido un superávit de cerca del 2% en sus cuentas públicas en los años
2006 y 2007. La deuda total y el déficit anual de las
Administraciones
Públicas españolas es actualmente, en porcentaje sobre el PIB, inferior a
la de EEUU o Gran Bretaña y, sin embargo, los mercados aceptan su deuda
a 10 años a tipos inferiores al 2% mientras que, en el caso de España,
se niegan a prestar a tipos del 6,5% y sólo la intervención masiva de
Banco Central Europeo, primero directa y ahora indirectamente a través
de préstamos a los bancos, ha hecho posible que España pueda colocar su
deuda al 5,5%. De verdad, ¿qué temen los mercados en el caso de España?
Pues pregúntese a cualquier gestor de fondos extranjero y sabremos que
los inversores privados no quieren comprar deuda Española a 10 años por
el temor a que, para entonces, España haya sido expulsada de la Zona
Euro y se les devuelva su préstamo en pesetas o euros españoles. Y ¿por
qué no les gustará recibir en pago moneda española? Porque saben que la
futura moneda española, cualquiera que sea su denominación, se habrá
devaluado entre un 35% y un 50%, que es el porcentaje de devaluación que
los expertos estiman que necesita la economía española para recuperar
su competitividad frente al exterior.
La receta que están imponiendo la señora Merkel y el señor Sarkozy a
los países llamados periféricos, y entre ellos a España, es un
disparate, que desaprobaría cualquier alumno de primero de económicas.
Como se ha comprobado en el caso de Grecia, que ha sido el primer país
sometido a la disciplina comunitaria, la reducción del gasto público es
una medida pro cíclica que no hace sino profundizar la recesión,
reduciendo aún más los ingresos públicos y aumentando el desempleo y los
gastos que conlleva. El resultado es que, caeteris paribus, el
déficit no se reduce sino que, por el contrario, aumenta. Las medidas
que pretenden aplicar la Unión Europea y el FMI simplemente prolongan la
agonía. Incluso si Alemania - o para el caso China o Brasil, a quienes
también se está pidiendo dinero — estuvieran dispuestos a aportar
billones de euros al fondo de rescate creado para financiar la deuda
española e italiana, con ello España no recuperaría la competitividad
perdida durante los años de bonanza vividos al abrigo del Euro. Cuanto
más dinero presten a España más aumentará la deuda externa y más grave
será el problema el día, que llegará, en que España se vea obligada a
salir de la zona Euro para poder competir por sus propios medios.
Ahora la pregunta es ¿por qué tienen Francia y Alemania ese empeño en
que España se apriete el cinturón y no salga de la unión monetaria?
Pues también es fácil de comprender: la salida de la zona Euro y
consiguiente devaluación — porque para eso se sale de la zona Euro, para
devaluar — implicará una importante pérdida para los tenedores
extranjeros de deuda española, pública y privada, y da la casualidad de
que los principales tenedores de esta deuda son los bancos, empresas y
fondos de inversión franceses y alemanes. No es que Merkel o Sarkozy
tengan a España o a Italia especial cariño, es que no quieren sufrir las
consecuencias de la quita que se avecina o por lo menos no quieren que
se produzca mientras estén ellos en el poder. Actúan como el banquero
que presiona para que el deudor se apriete el cinturón y pague el 100%
de la deuda sin quitas ni descuentos.
Es cierto que la Comisión Europea y el FMI también insisten en la
necesidad de acometer reformas estructurales en la economía, pero con
éstas no se conseguiría recuperar la competitividad ya perdida sino sólo
evitar la pérdida futura.
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