jueves, 31 de agosto de 2006

Johnny Farrell ha muerto


Que dios guarde en el cielo de los aventureros –que en nada se parecerá, afortunadamente, al de los buenos creyentes- al hombre que hizo su propia suerte y que pasará a los anales de la historia por una verdad a medias: Gilda le abofeteó primero. Él sólo se defendía.





¿Y el resto qué...?

jueves, 24 de agosto de 2006

El misterio religioso de Grant Morrison y Jon J. Muth

Casi dos años ha permanecido este pequeño volumen en los anaqueles de mi biblioteca particular sin que yo le hiciera el menor caso. La verdad es que es un tebeo que jamás me atrajo y que si lo adquirí en su momento fue más que nada por lo atractivo de su apartado gráfico. Y es que ninguna referencia manejaba entonces sobre él o sus autores. Y ninguna manejo ahora, después de haberlo leído: siguen pareciéndome las pinturas lo mejor del mismo y siguen sin decirme gran cosa sus autores. Ya sé que Morrison no es un cualquiera en esto de los superhéroes, pero qué quereis que os diga, para mí no es más que un completo desconocido y no creo que este Mystery play me vaya a suponer el revulsivo necesario para comenzar a profundizar en su obra.

Pero en fin, vayamos con el cómic. Dios a muerto, lo anunció Stirner antes que Nietzsche. O al menos el actor que lo encarna en esa especie de auto sacramental cuya representación tiene lugar en Townely, el Twin Peak de la campiña inglesa. Y hasta allí se desplazará, con intención de resolver el misterio, un no menos misterioso detective procedente de Manchester. Tanto que a su vez será investigado por una joven reportera local, dando inicio a toda una serie de pesquisas e interrogatorios pintorescos que Morrison nos quiere hace pasar por profundas disquisiciones metafísicas en busca de la verdad última de la esencia primera de la realidad intermedia inserta en el cosmos integro –Carl Sagan incluido- y sus aledaños. O sea, que no dicen nada de nada. Y sin embargo las estupendas pinturas de Jon J. Muth -por las que ganó el premio Eisner en 1995- y su buen ritmo narrativo hacen de ésta una lectura cuanto menos amena y cuanto más hipnótica. Da igual que los diálogos rechinen un poco o que sepamos de antemano que ningún misterio será resuelto o que ninguna verdad esencial nos va a ser revelada. Morrison y Muth nos invitan a dejarnos envolver por la atmosfera del relato, a renunciar a cualquier intento de interpretación y a perdernos en el goce despreocupado de sus páginas. En este sentido, resulta especialmente significativa esa viñeta final que nos muestra la crucifixión de una gabardina vacía , algo que acaso venga a representar el colgadero en el que cada cual puede poner lo que quiera que signifique la obra, pero sin olvidar nunca que sea lo que fuere, es él y no el autor quien allí lo dejó.

Resumiendo, una obra interesante si se está dispuesto a entrar en su juego y se disfruta sin complejos de lo sugerente de los dibujos y/o una obra pedante, pretenciosa, vacía e irritante si no le seguimos la bola al Morrison y lo despachamos desde el punto de vista analítico y racional. Yo opto por un punto intermedio y reconozco que ambas posibilidades son igualmente legítimas y deseables.

Puntuación: 7


¿Y el resto qué...?

El Mediador de Joe Sacco

¡¡¡Al fin una reseña comiquera!!! Joder, acabo de comprobar que no escribo sobre el mundo del cómic nada menos que desde el 6 de junio, cuando reseñé Ciudad de cristal. Bueno, trataremos de enmendar un poco la cosa. Para ello os contaré mis impresiones sobre El Mediador de Joe Sacco.

Hace tiempo, por la época en la que descubrí El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad y su versión cinematográfica -Apocalypse now de Francis Ford Coppola-, mantenía yo aún la creencia que detrás de tanta muestra gratuita de crueldad se encontraba esa ferocidad innata de la bestia humana que, por mucho que se trate de domesticar y embridar con el invento de la civilización, no puede evitar volver a sus fueros naturales de salvajismo. Sin embargo, pasado los años, las experiencias y las lecturas, me domina la sensación contraria de que precisamente estas mismas muestras de locura son hijas –además legítimas y reconocidas- de la propia civilización. Ya no estoy nada convencido de que el estallido de la violencia o la explotación inhumana surjan de la condición animal e irracional del hombre, sino que por el contrario se tratan de elecciones muy conscientes y calculadas por parte de sus órganos pensantes.

Una impresión que se me reafirma tras la lectura de El Mediador, un tebeo que, en tono periodístico, nos relata la historia de uno de esos personajes singulares –Neven, el mediador- que, como buitres alrededor de un cadáver putrefacto, sobrevuelan las catastrofes de esta indole en busca de su propio provecho. Mediante el dudoso testimonio de este mediador –una especie de chico listo que se encarga de conseguir lo que los periodistas extranjeros le reclaman- Sacco hace una detallada cronología de lo que fue el sitio de Sarajevo, trazando un itinerario de los horrores que allí se cometieron que va desde los tiempos en que esta era una apacible ciudad multicultural ajena por completo a la locura –calculada, lo mantengo- de sus dirigentes, hasta que acaba convertida en territorio de caza de los señores de la guerra, esos lideres guerrilleros que se autoproclamaron sus defensores y que a la postre terminaron por vampirizarla sin piedad.

En el proceso Sacco pone de manifiesto cómo en tiempos de guerra el ascenso de estos elementos, indeseables en tiempo de paz, es permitido y alentado por las propias autoridades competentes, sabedoras de que suprimida toda forma de moralidad, estos personajillos les son ahora de gran utilidad. De esta manera vemos como los lideres de las guerrillas campean a sus anchas cometiendo todo tipo de barbaridades imaginables para ser frenados sólo y en el único caso de que, endiosados, acaben siendo una molestia para las autoridades. Por ello, consciente de su papel de marionetas, Sacco evita juzgarlos, insistiendo en la necesidad de ponerse en su pellejo para poder comprenderlos mínimamente. Porque al fin estos no son otra cosa que victimas de la cruel maquinaria del poder, engranajes que realizan el trabajo sucio y son eliminados una vez realizado.

Como dije anteriormente, la historia se nos narra en forma periodística, mediante las sucesivas conversaciones del autor con el mediador, de tal manera que consigue trasmitirnos la verosimilitud del reportaje de investigación. Sin embargo creo que es importante no obviar, a la hora de interpretarla, su carácter esencialmente ficticio, pues ante que nada nos hallamos frente a una obra de creación y es por tanto peligroso querer entenderla como si realmente de un reportaje periodístico se tratara. Así el propio Sacco nos pone en aviso de la dudosa credibilidad de las declaraciones de su mediador y con ello nos llama la atención sobre la inevitable subjetividad de toda historia, necesariamente fecundada por la imaginación y los anhelos de quien nos la cuenta. Es decir, del propio Sacco en nuestro caso.

En fin, otro tebeo imprescindible para la colección. Y a ver si de ahora en adelante consigo espaciar menos mis lecturas gráficas.

Puntuación: 9


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miércoles, 23 de agosto de 2006

Raymond Carver

¿De que hablamos cuando hablamos de amor? Vete tú a saber. Para mí tengo, a pesar de todo el rollo sentimentaloide que escribí cuando reseñe El Principito, que detrás de sentimiento tan imprescindible, al que han cantado apasionadamente los aedos de todas las épocas y lugares y del que dicen los filósofos que es capaz de resguardarnos por sí solo del frío mortal de un universo sin dios; que detrás de la adhesión voluntaria –no me atreveré a decir que desinteresada- de dos seres, existe, como existe siempre en cualquier tipo de relación humana, un algo –un mucho tal vez- de sucia lucha de poderes. No quiero decir con esto que el amor sea apenas una entelequia nacida de nuestros miedos más profundos –joder, como me estoy poniendo de espléndido hoy-, sino, muy por el contrario, creo que es una realidad innegable que todos hemos sentido de alguna u otra forma en el transcurso de nuestras vidas. Lo único que quiero decir es que no es oro todo lo que reluce y que aún el amor más sincero es capaz de sacar lo peor de las personas que lo viven.

Esta parece ser una de las constantes que vertebran la obra del escritor norteamericano Raymond Carver, autor de volúmenes de cuentos tan imprescindibles como Catedral o ¿De qué hablamos cuando hablamos de amor? En sus narraciones Carver nos muestra el reverso tenebroso del American Way of Life, ese lado oscuro del sueño americano en el que no todo son oportunidades, éxitos y relumbrones; la América de Carver se asienta firmemente sobre las frustraciones, las desiluciones, el desespero y la más absoluta falta de fe en un futuro mejor: parados, alcoholicos, parejas destrozadas que se aman a traves de la violencia -ya sea verbal o fisica- , infieles de todo tipo, hijos desnaturalizados... son la fauna de esta exposición de lo que los americanos suelen denominar –tan sensibles ellos siempres- como basura blanca. Sus páginas se pueblan así de todo tipo de personajes destrozados que no conocen otra cara que la de la crueldad y que no admiten otra moneda de pago que esa misma crueldad con la que su mundo les obsequia y en el que apenas hay lugar para la aparición de la belleza. Atención especial merecen los ríos de alcohol que corren por las venas de sus personajes, que rara vez hacen nada sin la compañía de un whisky o una cervecita.

Acorde con estas intenciones, la narración extrema su sequedad y elimina cualquier tipo de adorno verbal llevando al extremo un estilo que se pretende objetivo, más cercano al rigor policial de un Dashiell Hammett que al de un Dos Passos del que temáticamente pudiera sentirse más afín. Sin embargo Carver construye la eficacia de sus relatos a través de un magistral uso del tiempo narrativo que se apoya en diálogos naturalistas y milimétricos y de la sabia dosificación de las tensiones acumuladas en unas historias en las que se siente siempre la vibración de una energía negativa latente y apunto de explosionar.

De todas formas, quien se acerque por primera vez a este universo tan particular que lo haga prevenido, pues se adentra en un territorio desasosegante que puede no ser plato de buen agrado para paladares no acostumbrados a los sabores amargos. Aunque si mantiene la templaza, tenga por seguro que degustará uno de los platos más exquisitos de la literatura contemporánea.

En fin, que algún día me gustaría escribir la mitad de bien de lo que escribió este hombre. O beber la mitad de lo que bebieron sus personajes. O conocer la mitad –solo la mitad, por favor- de la infelicidad que rezuman sus páginas.


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martes, 22 de agosto de 2006

¿Dónde están los cómics?

Pues eso me pregunto yo también. Y es que hace tiempo que no leo ninguno. Tanto que voy a tener que empezar a plantearme la posibilidad de cambiarle el nombre a este blog. De todas formas no desesperéis -¿hay alguien ahí?- porque tengo previsto iniciar pronto una ronda de lecturas que incluirá cosas como Nausicaä del valle del viento de Hayao Miyazaki, los álbumes de Mr. Jean o Como perros de Max. En fin, que prometo volver con el noveno arte.






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Sobre gustos

Es curioso cuan relativa es esa afirmación que considera inexplicables los gustos y los deja al albur de algo tan etereo y oscuro como lo son las preferencias personales. Sin embargo me niego a creer que estos nazcan solamente de un automatismo irracional y que no puedan ser educados y encauzados. Sostengo, muy por el contrario, que aun cuando indudablemente están marcados por las propias experiencias, por la propia forma de ver y sentir el mundo, también dependen -y por tanto puede ser modificados - de los conocimientos que se posean o se vayan adquiriendo.

Un ejemplo flagrante: en mi ignorancia sin fondo tengo por escritor profundamente interesante a Milan Kundera. Me encanta La insoportable levedad del ser o El arte de la novela. Me parece que sabe tratar sin envaramiento temas muy complicados. Eso pienso yo desde mi completa falta de formación. Esto es, sin embargo, lo que opina un amigo mío, al que espero no le importe que le cite sin consentimiento, y del que me reconozco muy lejos en autogobierno y sabiduría:

“No puedo ocultar que Kundera me parece un escritor formado en los clásicos y que, cuando se conocen a estos, su obra produce una penosa sensación de trivialidad. Pero es muy listo, como tantos otros escritores contemporáneos, que, no habiendo leído, me aventuro a suponer juzgando por sus resultados, más que alguna que otra obra de los maestros y puede que, con suerte, atropelladamente, una o dos buenas monografías de prestigio en la estela de la cosa, se dedican luego a "edulcorar" en un lenguaje más o menos canallamente adaptado lo que les pareció excogitar en sus sacrificadas lecturas. Juegan con la ventaja, y ahí reside su audacia, de que los demás, lectores modositos y ecos de plétoras existenciales al socaire hormonal, desconocen, en su mayoría (aquí no, por favor; en este lugar nos acogemos a sagrado: por si la susceptibilidad), pongamos por caso, el aterciopelado verbo de un Apiano. Pero es lo que hay, sin asumir por ello la condición de apocalíptico, que ése es otro Eco.”

Por qué no. Después de todo no se pueden valorar igual las cosas cuando se les ve la trampa, cuando uno sabe de que fuentes beben –o copian, si nos ponemos maliciosos- o quienes han tratado más y mejor los mismos temas. Y sin embargo, qué remedio nos queda que ver las cosas a través de nuestros propios ojos y valorarlas de acuerdo con nuestros modestos conocimientos. Es decir, los gustos se pueden objetivizar, pero al final, tampoco importa demasiado, porque en toda lectura uno se enfrenta a la obra solo y sólo él puede gustarla o sufrirla.

Total, que mucha retórica para no ir a ningún sitio, muchas palabras para no decir nada. Ese es mi estilo y siempre lo será.







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martes, 8 de agosto de 2006

Odiseo y Penélope

Es difícil explicar, a quienes no conozcan en persona la majestuosidad del Teatro Romano de Mérida, lo que significa el privilegio de vivir una noche de teatro entre sus mágicas piedras; explicar cuán impresionante es para el público –no quiero pensar en lo que debe suponer para los actores- el poder deleitarse de un arte como el de la interpretación en uno de sus escenarios más carismáticos y universales. Es una experiencia, retóricas facilonas aparte, que verdaderamente se graba en el alma de cualquiera. Pero si sobre el escenario añadimos el texto y la interpretación de uno de los más grandes escritores del último medio siglo -como lo es sin duda Mario Vargas Llosa- , adaptando además una de las obras fundacionales de la literatura y el sentir occidental, más una extraordinaria actriz como Aitana Sánchez Gijón, la velada roza, simple y llanamente, la perfección, acaso solo mejorable con el disfrute de una buena compañía y la sugerente iluminación de los jardines del teatro con el fuego de las antorchas, cosa que me consta que se ha hecho en otras ocasiones.

Con una puesta en escena minimalista, en la que constituyen toda ambientación apenas una larga pasarela, que recuerda los muelles de un puerto marítimo, un pequeño espacio iluminado, que quiere ser el manto que la propia Penélope tejió y destejió a lo largo de su paciente espera, una serie de atriles, que hacen las veces de refugio natural para el narrador y una especie de mercadillo de telas, del que es muy difícil explicar y explicarse su presencia, fue Vargas Llosa, de blanco impoluto y con un ejemplar de la Odisea bajo el brazo, el primero en hacer acto de presencia sobre las tablas. De modo que pronto se desvelaría la duda inevitable sobre las dotes interpretativas de Don Mario. Porque si bien es cierto que ésta no era la primera vez que se subía a un escenario, pues ya antes había realizado la adaptación de La verdad de las mentiras, tampoco lo es menos que la anterior experiencia apenas paso de ser otra cosa que una lectura dramatizada del texto. Era pues la primera vez que el escritor se veía obligado a interpretar, a memorizar el texto, a moverse por el escenario, a gesticular... en fin, a ser un actor de pleno derecho. Y Mario dejó enseguida bien a las clara que, aún cuando no se le pueda considerar un excelente actor –le falta experiencia para ello- al menos si que lo es solvente y cumplidor. Mario interpreta convincentemente y aunque le falta soltura cuando se desplaza por el escenario y algún registro más en su declamar, lo cierto es que en ningún momento desvirtúa ni entorpece el desarrollo de la obra.
Por supuesto, muy diferente cantar fue la actuación de Aitana, soberbia como no podía ser de otra manera en una actriz tan contrastada. Pero esto ya lo esperábamos. Al menos yo sí.

Pero sin duda lo mejor con diferencia de la obra fue el extraordinario texto del peruano. Fiel y de hermosísimo aliento poético, la adaptación homérica de Vargas Llosa apela a la fuente de donde nace el mito, a la visión y a la ensoñación que del mundo tiene nuestra cultura. Vargas Llosa nos lleva de viaje, con su Odiseo, por las aguas de las que surge lo humano tal cual nosotros lo entendemos. Porque con cada trabajo de Ulises, con cada revés en el intento por retornar a su Ítaca natal, con cada nueva experiencia, ya sea mágica o terrible, se va desvelando, -se va creando- un modelo de sentir que sin duda da forma y explica lo que somos cada uno de nosotros. Unas vivencias de cuya verdad el propio Odiseo se confesará en duda, y que sin embargo, hayan o no sucedido, constituyen una realidad innegable, porque al fin, como manifiesta la propia obra, tan parte de la vida de los hombres es, al igual que lo que les acontece, lo que estos son capaces de soñar.

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viernes, 4 de agosto de 2006

Me voy al teatro

En menos de un cuarto de hora parto, ilusionado como un crio con zapatos nuevos, hacia Mérida para asistir a la representación de Odiseo y Penélope, de mi muy admirado Mario Vargas Llosa, en el que el eterno candidato al Nobel de literatura hace, junto a Aitana Sánchez Gijón, también las veces de actor. Ya os contaré otro día que tal fue la cosa.

Nada, que me voy...

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jueves, 3 de agosto de 2006

Ética para Amador

Hace tiempo ensayé una pretendida defensa del libro de autoayuda que resulto ser más un ataque que otra cosa. Venía yo por entonces a decir más o menos que si por algo pueden ser salvados de la quema este tipo de libros, que si de alguna manera pueden resultar útiles, será más por constituirse como plataforma de promoción y acercamiento a temas serios -lease aquí esos imperecederos de los que la filosofía, la psicología y tal vez la literatura han hecho como propios- al gran público que por sus propios aciertos. Por lo general -continuaba razonando yo- los libros de autoayuda suelen poseer la virtud de la amenidad y la sencillez, virtudes que resultan a la postre muy apropiadas para atraer lectores hacía estas cuestiones, lo que con tiempo y fortuna se puede acabar traduciendo en una profundización más consciente y rigurosa de los mismos.

Pues bien, si existe una cualidad por la que merezca destacar al libro –y también al autor- que quiero reseñar es precisamente esta: por su apuesta insobornable por hacer amenas y accesibles cuestiones vitales que en manos de otros acaban casi siempre resultado soporíferas. Ética para Amador es un libro pretendidamente sencillo que se reconoce destinado a adolescente; es también un libro pretendidamente falto de pretensiones que aparenta ser poco más que esos consejos informales y cariñosos de un padre atento hacia su hijo que Savater quiere hacernos creer. Sin embargo tras tanta modestia se esconde un inteligentísimo tratado que expone, propone y pone al alcance de todos –y no solo de los adolescentes- los fundamentos básicos de la ética; que llama a la reflexión y a la toma de consciencia sobre temas tan trascendente como la libertad, la responsabilidad, la obligación de decidir, la búsqueda de lo bueno o el gusto por el buen vivir, temas que están en el corazón y en el día a día de cualquiera vida y que sin embargo solemos despachar con la ligereza de la inercia y la rutina.

Un libro, como ya he dicho antes, destinado a adolescentes que sin embargo yo recomendaría a todo tipo de lectores que posean un mínimo de inquietud, pues antes que nada es un libro sincero y honrado que se toma en serio a su destinatario -tanto más que a su emisor- y que por tanto no ofenderá la inteligencia de nadie.

El único pero que yo le pondría a esta Ética para Amador -un pero minúsculo y completamente injustificado si tenemos en cuenta las circunstancias del libro- es su decidida visión positiva de la vida. Después de haber leído su Ensayo sobre Cioran, uno echa de menos un Savater no tan optimista. Pero esto es ya cuestión de gustos.





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miércoles, 2 de agosto de 2006

Presento mi candidatura a la excomunión II: Gobernar en el Infierno

Qué cortas, qué vagas son las entendederas de vuestra especie, cuán difícil es imaginar un hecho más evidente, una evidencia más obvia, una obviedad más transparente: con qué otra intención pude haberme hecho yo presente en vuestro mundo si no con la de propagar el mal. Pero antes de nada, acomódate como si estuvieras en tu casa y acepta el amparo del fuego perpetuo, porque lo quieras o no, este será tu hogar por el resto de la eternidad.Comprueba cómo os ha cegado la petulante creencia que os nombra centro de la creación; cómo os ha ofuscado la soberbia incapacidad de admitiros más origen que el divino. Pero no des por hecho que toda la culpa me pertenece; yo no he tenido que esforzarme en mantener el engaño: ni tan siquiera admití lo que vosotros mismo me exigisteis que admitiera. Fíjate que ni cuando el Dante – más poema que su Comedia fue la elocuencia de su rostro- osó aventurarse por mis dominios, ni siquiera entonces moví un ápice de mi voluntad para impedir que revelara la verdad que aquí había conocido. La misma inabarcable incredulidad que ahora te domina ha dominado antes por igual a todos los humanos que pueblan el Averno. Pero dime, desvalida criatura, ¿por qué?, ¿acaso mejoró en algo vuestro mundo después de que yo partiera de él?, ¿es que traje algo distinto de la espada que prometí? Dime pues, por qué os resulta tan difícil admitir que yo, Jesucristo, pueda gobernar en el Infierno.



¿Y el resto qué...?