Ya sé, ya sé, el título del volumen publicado por Planeta es Saigón-Hanoi, pero es que esa coletilla, ese añadido de seguido de Zeke cuenta historias, que parece no otra cosa que un pegote para hacer bulto, esconde una narración verdaderamente soberbia que empequeñece la historia titular hasta dejarla reducida a la categoría de mera anécdota. Aunque, dicho sea por amor a la verdad, tampoco podía ser de otra manera: si contamos páginas nos salen apenas 43 de la primera frente a las 82 de la segunda. Y no es que pretenda enjuiciarlas al peso, pero ciertamente la distancia entre ambas es lo suficientemente amplia –casi el doble- como para que las posibilidades narrativas de una y otra deban ser por fuerza muy diferentes. Así que, al contrario de lo que han hecho la mayoría de las reseñas que he leído, yo me voy a centrar en Zeke cuenta historias.
Y para ello empezaré dando rienda suelta a mi afán comparativo y aun a riesgo de que me apedreéis diré que la estructura narrativa me ha hecho recordar al Apocalypse Now de Francis Ford Coppola: una búsqueda por exóticos escenarios asiáticos de un personaje del que vamos conociendo su biografía de forma indirecta a través de conversaciones, anécdotas e incluso de su propia voz; un personaje que fascina y seduce no solamente por la manera en que nos es presentado sino también por sus propias características y circunstancias: ese enigmatico Zeke resulta ser todo un pope de la cultura hippie; cantautor y escritor de éxito; amante de la mujer más hermosa de la tierra con la que todos los hombres del continente –norteamericano- soñaron acostarse y por la que se pelearon Jimmi Hendrix y Timothy Leary; una celebridad que hizo surf con los Beach Boys, fumó con Bob Dylan, bebió con las Supreme y los Bee Gees; se codeó con Bukoswki, Kerouac, Crumb o Harold Pinter y que tras desaparecer del mapa durante veinte años se gana la vida en Rangún (Birmania) contando historias. Una biografía fabulosa que dispara las expectativas del lector y que plantea todo un reto para el autor, obligado a conseguir que su personaje, una vez encontrado, esté a la altura de lo imaginado. Y vaya si lo consigue Cosey.
Así nuestro primer contacto visual con Zeke se producirá precisamente durante una de estas sesiones como contador de historias en la que, como si de un Tusitala con diapositivas se tratara, ensayará, apoyandose en las imágenes fijas y en el poder de la palabra, una excéntrica explicación de sus últimos veinte años de vida, los mismos que lleva desaparecido. Un relato que se disfraza de mero entretenimiento para nativos, pero que sin embargo esconde las claves que explican los miedos y anhelos del personaje: su fascinación por las mujeres, la necesidad constante de cambio, la huída a otro mundo, el miedo a la muerte en vida que podría haberle supuesto la aceptación de la paternidad… Y es que Zeke cuenta historias es la narración de un reencuentro con el pasado y los temores más profundos; de la aceptación, en definitiva, de los errores cometidos y de la propia identidad. Pero por encima de cualquier otra consideración el tebeo es un sorprendente y arriesgado experimento narrativo en el que Cosey se sirve de viñetas repetidas y completamente estáticas (vamos, como el Bendis, pero bien hecho) que pese a sus limitaciones poseén la capacidad de cargarse de significados diferentes en función de la historia que se cuente y que de alguna manera acercan al noveno arte a la tradición oral, demostrando así que la fuerza narrativa de las viñetas no reside ni el tamaño –me acuerdo ahora de esas dobles splash pages tan típicas del Miller de Sin City- ni en la espectacularidad del dibujo, sino en el orden y la armonía que guardan con respecto al relato y entre sí. Un recurso que Moore ya uso en Watchmen –ya está, ya tuvo que salir Moore-, aunque de una forma distinta, con otro sentido.
En fin, me reitero en lo dicho, una historia sensacional que justificaría por si sola la adquisición del tomo completo. Lo que no quita que Saigón-Hanoi también se pueda leer.
Puntuación: 9 (y no le doy el 10 por timidez)
¿Y el resto qué...?
Y para ello empezaré dando rienda suelta a mi afán comparativo y aun a riesgo de que me apedreéis diré que la estructura narrativa me ha hecho recordar al Apocalypse Now de Francis Ford Coppola: una búsqueda por exóticos escenarios asiáticos de un personaje del que vamos conociendo su biografía de forma indirecta a través de conversaciones, anécdotas e incluso de su propia voz; un personaje que fascina y seduce no solamente por la manera en que nos es presentado sino también por sus propias características y circunstancias: ese enigmatico Zeke resulta ser todo un pope de la cultura hippie; cantautor y escritor de éxito; amante de la mujer más hermosa de la tierra con la que todos los hombres del continente –norteamericano- soñaron acostarse y por la que se pelearon Jimmi Hendrix y Timothy Leary; una celebridad que hizo surf con los Beach Boys, fumó con Bob Dylan, bebió con las Supreme y los Bee Gees; se codeó con Bukoswki, Kerouac, Crumb o Harold Pinter y que tras desaparecer del mapa durante veinte años se gana la vida en Rangún (Birmania) contando historias. Una biografía fabulosa que dispara las expectativas del lector y que plantea todo un reto para el autor, obligado a conseguir que su personaje, una vez encontrado, esté a la altura de lo imaginado. Y vaya si lo consigue Cosey.
Así nuestro primer contacto visual con Zeke se producirá precisamente durante una de estas sesiones como contador de historias en la que, como si de un Tusitala con diapositivas se tratara, ensayará, apoyandose en las imágenes fijas y en el poder de la palabra, una excéntrica explicación de sus últimos veinte años de vida, los mismos que lleva desaparecido. Un relato que se disfraza de mero entretenimiento para nativos, pero que sin embargo esconde las claves que explican los miedos y anhelos del personaje: su fascinación por las mujeres, la necesidad constante de cambio, la huída a otro mundo, el miedo a la muerte en vida que podría haberle supuesto la aceptación de la paternidad… Y es que Zeke cuenta historias es la narración de un reencuentro con el pasado y los temores más profundos; de la aceptación, en definitiva, de los errores cometidos y de la propia identidad. Pero por encima de cualquier otra consideración el tebeo es un sorprendente y arriesgado experimento narrativo en el que Cosey se sirve de viñetas repetidas y completamente estáticas (vamos, como el Bendis, pero bien hecho) que pese a sus limitaciones poseén la capacidad de cargarse de significados diferentes en función de la historia que se cuente y que de alguna manera acercan al noveno arte a la tradición oral, demostrando así que la fuerza narrativa de las viñetas no reside ni el tamaño –me acuerdo ahora de esas dobles splash pages tan típicas del Miller de Sin City- ni en la espectacularidad del dibujo, sino en el orden y la armonía que guardan con respecto al relato y entre sí. Un recurso que Moore ya uso en Watchmen –ya está, ya tuvo que salir Moore-, aunque de una forma distinta, con otro sentido.
En fin, me reitero en lo dicho, una historia sensacional que justificaría por si sola la adquisición del tomo completo. Lo que no quita que Saigón-Hanoi también se pueda leer.
Puntuación: 9 (y no le doy el 10 por timidez)