Vuelvo al cómic y lo hago coincidiendo con mi primer acercamiento a la obra de
Seth, autor del que hasta el momento, y a pesar de las magníficas referencias, aun no había leído absolutamente nada. Una elección que, si se piensa un poco, resulta bastante oportuna para un blog que tiene por costumbre y vicio mirar más al pasado que al presente. Y es que como ya se ha dicho en muchas ocasiones y en muchos otros sitios,
Seth es el autor de la nostalgia por excelencia. Por excelencia y por la excelencia de sus obras.
Y la verdad es que la primera impresión no puede ser mejor:
Seth no decepciona y nos sirve un tebeo audaz en su forma, estructurado en dos partes que resultan ser la antítesis, la némesis y el contrapunto perfecto la una de la otra: la primera, ambientada en un presente más o menos cercano -1997, para ser exactos-, es el elocuente monólogo de un anciano, de un hombre seguro de si mismo que ha vivido en armonía con su mundo y que ya en el final de su vida repasa con nostalgia las que fueron las claves de la misma, una historia en la que apenas se nos muestran los hechos nimios que forman su cotidianidad sin que jamás veamos nada de lo que nos es referido; la segunda parte, por el contrario, anclada en el pasado, realiza el lacónico seguimiento de las andanzas comerciales de un joven tímido, hermano del anciano protagonista de la primera parte, que a diferencia de aquel es incapaz de encontrar su lugar en el mundo y del que trata de escapar a toda costa, bien ya sea a través de la imaginación o, en lo que supone una huída hacia delante, enfrentándolo de cara.
Seth pone así de manifiesto dos formas bien diferenciadas de estar y relacionarse con el mundo: la extrovertida del primer hermano, que toma como base de operaciones -y para decirlo de alguna manera- la realidad
objetiva, que la acepta y trata de aprender sus reglas para así poder jugar en las mejores condiciones, frente a la del segundo hermano, la introvertida, la de quien rechaza por completo esta misma realidad para volcarse más en su propia verdad; que no aprende el juego sino que sueña con cambiarlo. De esta forma la figura del comercial, el famoso viajante, se convierte en la excusa ideal para reflexionar sobre el carisma personal y las consecuencias del mismo. O como se dice en la primera parte, del hecho de que el principal producto de un vendedor sea él mismo. Al fin y al cabo, todos somos, en sociedad, nuestro principal producto, y de nuestra habilidad para vendernos a los demás depende el que le saquemos mayor o menor provecho a la vida.
Mención aparte merece el ritmo suave, envolvente y evocador que consigue imprimirle
Seth al relato. Ya he insistido en esto en otras ocasiones, pero lo volveré a hacer aquí: frente a la narrativa desarrollada por
Eisner en sus novelas gráficas, basada en la agilización del ritmo mediante la supresión de cualquier elemento que pueda resultar superfluo y la eliminación del marco de las viñetas para conseguir aumentar la sensación de fluidez, llegando casi al extremo de convertir cada dibujo en una escena, yo prefiero, y con mucho, una concepción del cómic más cercana a la de
Seth, que llena sus páginas de viñetas con detalles insignificantes que si bien no aportan necesariamente nada a lo que se esta contando, si que consiguen introducir al lector en su mundo y hacer que este
vea realmente lo que esta sucediendo. Esta es sin duda la forma de narrar que más se apróxima a lo que entiendo ha de ser un cómic; estos son, en definitiva, los comics que a mí me agradan más. Y para muestra de este buen hacer de
Seth, un botón: obviando las innumerables páginas mudas o con escasos textos de la segunda parte, justificadas por el carácter introvertido del personaje, que hace necesaria una narración más contemplativa, llama poderosamente la atención el inicio de la historia, la del hermano dicharachero, en la que el primer texto no aparece hasta la quinta página, y esto tras 24 silenciosas viñetas dedicadas las 16 primeras a mostrar el amanecer de un nuevo día en la vida del personaje y las 8 siguientes al despertar de este. Algo impensable en la narrativa
post Spirit del maestro
Eisner, quien posiblemente lo hubiera resuelto en apenas dos dibujos; plano general del edificio y primer plano del rostro del personaje despertando. Y todo lo demás, al tintero.
Pues nada, un relato, como era de esperar por la fama de su autor, cargado de la melancolía por el mundo perdido, en un caso, y por el mundo no ganado en el otro; una historia llena de pausas y silencios que agradará a los que gustan de las narraciones más intimistas y desesperará a los que prefieren las páginas cargadas de acción. Yo, que me apasiono hasta con las pelis de
Rohmer, me cuento entre los primeros.
Puntuación: 9