"-¿Llegaste a verlo?
-Sí,
lo vi. Y me lo follé unas ocho veces (...) Le hice una paja porque
tenía el chocho escocido. Entonces me entraron ganas de mear y lo hice
junto a la piscina. Acto seguido, se puso a olisquear mis meados y
luego... Perdona, ¿esto te incomoda?"
Qué
habilidad la de Moore para, tomando elementos dispersos y recuperando
cabos que parecían olvidados, anudarlo todo y hacer de ello una obra
coherente, plena y sin fisuras. Aquí toma como punto de partida su
propio relato The Courtyard, que en 2004 historietaron Antony Johnston y el mismo Jacen Burrows, para dar un paso más en su revisión de -o en su contribución a- los mitos de Cthulhu.
Por supuesto Moore lleva la mitología lovecraftiana a su propio terreno
y la transforma en una curiosa reflexión sobre la naturaleza oculta de
la realidad y la capacidad casi mágica de la palabra para, alterando
estados de consciencia, hacer accesible esa misma realidad. Vamos, una
mezcla hábil y bien proporcionada entre el mundo de Cthulhu y el de Promethea... sin olvidarnos del Lost Girls.
Aunque
sabemos que él pasó de puntilla sobre la cuestión, parece lógico que
en una representación de la realidad regida por fuerzas ancestrales y
primarias eminentemente físicas, como la que recoge la literatura de
Lovecraft, el sexo, el impulso de la carne por excelencia, deba
adquirir por fuerza una relevancia fundamental. Y claro, aprovechando
que el Guadiana pasa por Badajoz, Moore se despacha a gusto en las
escenas de la piscina, donde le da un repasito bastante explícito y
desprejuiciado a todo tipo de prácticas y parafilias sexuales:
intercambio de parejas, trios, pansexualidad, felaciones, cunnilingus,
masturbaciones, zoofília... Todo sea con tal de aumentar los niveles de
orgón del tebeo...
Una
reflexión se me sugiere del cruce de los mundos de Moore y Lovecraft.
¿Qué papel se ha de otorgar a la consciencia en el devenir de la vida
humana? Ciertamente la consciencia, sobre todo esa consciencia profunda
que despierta después de acceder al lenguaje primigenio, el Aklo, tiene
la virtud de acercarnos a la verdadera naturaleza de la realidad, como
defiende Moore. Pero si esa realidad es tan nauseabunda que es
preferible no conocerla, como afirma Lovecraft, entonces acaso ésta se
vuelva un serio inconveniente para la vida, algo que más que ayudar a
nuestra adaptación, a nuestra capacidad de supervivencia en tanto que
especie, la haga casi intolerable. Esta idea me recuerda a aquello que
William S. Borroughs, autor reconocidamente influido por la obra de
Lovecraft, afirmaba sobre el lenguaje: el lenguaje es un virus del que
hay que liberarse. Supongo que de fondo late en todo esto esa vieja
sospecha de que es con la toma de consciencia cuando, de alguna manera,
nos separamos definitivamente de nuestra condición de seres naturales,
lo que provocó nuestra caída y expulsión del jardín del Edén. O algo
así...
De todas formas el tebeo es muy recomendable.