domingo, 29 de julio de 2007

Miracleman, de Alan Moore (el de Gaiman no)

Me acabo de tragar -muy gustosamente, en verdad- todo el Miracleman de Moore y como no podía ser de otra forma ahora tengo la cabeza tal cual si hubiera regresado de un viaje de ácido lisérgico. Eso sí, de un viaje terrible, de una belleza que estremece, que emociona y que pone la carne de gallina, pero sobre todo que mueve a reflexionar en torno al concepto del superhéroe. Así que trataré de hacerlo hasta donde mis conocimientos e intuiciones me lo permitan. Espero no acabar diciendo demasiadas tonterías.

Supongo que a estas alturas de la película ya todo el mundo sabe que Miracleman -Marvelman originariamente- nació en el Reino Unido, allá por la década de los cincuenta, bajo la influencia profunda –vamos, plagiado con poco disimulo- del antiguo Capitán Marvel –después Shazam- que a su vez se inspiraba, de una manera igualmente profunda y poco disimulada, en el propio Superman. Sus aventuras, que participaban de ese carácter infantil tan típico de los cómics de la edad de oro, se prolongarían hasta 1963, año en el que la colección cerraría pasando a engrosar el limbo de los superhéroes olvidados. Y allí permanecería hasta que en 1981 el genial barbudo decidió recuperarla para dar inicio con ella a lo que podríamos denominar como su trilogía de la desmitificación del superhéroe, trilogía que completaría con V de Vendetta y Watchmen.



Efectivamente, con Miracleman el guionista inglés empieza a poner en jaque la visión del mundo que el mito del superhéroe había ofrecido hasta entonces, borrándola y sustituyéndola por otra acaso más madura, más adulta, más coherente. Para ello Moore divide la obra en tres libros, de los cuales dedicará los dos primeros a esta labor desmitificadora, para una vez destruido el mito, ofrecernos en el tercero su propia versión de lo que pueden llegar a ser los superhéroes cuando se les toma con mayor seriedad. Así, la narración se inicia cuando Mike Moran redescubre accidentalmente ser el alter ego de Miracleman, precipitándose la vida del personaje a partir de entonces en una espiral de acontecimientos que terminarán por revelarle la verdadera naturaleza de sus anteriores peripecias superheroicas –las de las décadas de los 50 y 60- que resultan no ser otra cosa que las delirantes fantasías del científico Gargunza, uno de sus enemigos dentro de la propia fantasía. De esta manera Moore consigue, además de integrar de forma natural toda la historia del personaje dentro de la nueva visión que de esta está creando, sacar fuera de la “realidad” la anterior concepción del mismo, dejándola reducida a la categoría de mera ensoñación. Una concepción que acabará de destruir en el libro segundo, cuando Miracleman mata a Gargunza, su creador, liberándose así completamente de su pasado y dejando el camino expedito para la exploración del nuevo superhéroe, del superhéroe adulto. Pero esta maduración no se fundamenta, como podría suponerse en un principio, en la elaboración de unas premisas más realistas –el superhéroe siempre tendrá que partir de la aceptación de unos supuestos imposibles, como imposible es él mismo en el mundo real- sino en la exploración coherente de los efectos y consecuencias que se derivarían de su existencia. Hasta entonces, los superhéroes, especialmente los de la edad de oro, se habían movido dentro de un universo iterativo en el que tras cada aventura el orden era siempre reestablecido, no dejando jamás cicatriz alguna sobre el mismo. En este tipo de universo no es posible profundizar en las consecuencias de la existencia de los seres extraordinarios, pues la relación entre causas y efectos se halla bloqueada, no habiendo por tanto consecuencia alguna que analizar. Como dice el propio Mike Moran: “era como un juego que nadie se tomaba en serio”.

Pero Moore va a destruir el juego en sus cómics, insertando a los superhéroes dentro de una corriente temporal que podríamos considerar como normal, es decir, dónde cada acto tiene consecuencias duraderas en la realidad. Así por vez primera la existencia de un supervillano -Kid Miracleman- no se traducirá en la urdimbre de un plan absurdo que es desbaratado sin perjuicio de nadie, sino que traerá como consecuencia la muerte brutal de miles de personas, como difícilmente podría ser de otra forma en un universo medianamente consistente. Y es que en este mundo de causas y efectos el superhéroe debe plantearse cuál es su lugar en el orden de las cosas y cuál es su responsabilidad frente al mismo, pudiendo vislumbrar por primera vez la posibilidad de cambiarlo radicalmente: por vez primera el superhéroe se apercibe de que la utopía está a su alcance. Esta es una constante dentro de las obras de desmitificación de Moore; el superhéroe, además de hacer posible la utopía, está obligado a lograrla, aunque para ello deba construirla sobre los blancos cimientos de huesos humanos.

Llegados a este punto, sería interesante señalar la que a mi parecer es la principal diferencia entre las respectivas visiones del mundo superheroico aportadas por Miracleman, V de Vendetta y Watchmen, que no sería otra que un posicionamiento distinto frente a las posibilidades de la condición humana, hecho este que determinaría a su vez el tipo de utopía hacia la que tiende cada obra. Considerado así, creo que la más optimista es sin duda V de Vendetta, en donde la misión del hombre extraordinario –en este caso sin más poder que el de su inteligencia y su habilidad- se reduce simplemente a derribar el orden injusto que impide la realización de la utopía, pero sin aspirar jamás a tutelar dicha utopía. V se conforma con liberar al hombre, ofreciendole la posibilidad de crear un nuevo orden más justo, pero sin intervenir nunca en este proceso. Roto el yugo, el ser humano en libertad, un ser humano nuevo, es capaz de crear su propio Edén.




Por su parte Watchmen se situaría aquí en un lugar intermedio, en donde la utopía pasa también obligatoriamente por la destrucción del orden irracional imperante que impide que se produzca el cambio necesario en la humanidad. Pero esta destrucción se realiza desde el engaño, dando por supuesto que al hombre es necesario llevarlo a rastras al paraíso. La concepción de la humanidad es por tanto pesimista, siendo considerada como un rebaño al que hay que guiar. Veidt, que tampoco es un superhombre, promueve el cambio interior del ser humano, pero a diferencia de V, al que jamás se le ocurre sugerir como debe ser el nuevo hombre,  sí que se encarga de programarlo a través de su método Veidt. De esta manera aspira a crear una utopía de hombres diseñados a imagen y semejanza de sí mismo.



Y finalmente la más pesimista, sin duda, sería Miracleman, en la que la utopía no sólo es dirigida y tutelada, no sólo busca transcender a la humanidad tal cual es, sino que en verdad quiere sustituirla por otra cosa. Porque los superhéroes aquí no son una evolución del hombre, son sus usurpadores. Tanto es así que superhéroe y alter ego son siempre dos cuerpos bien diferenciados que casi pueden ponerse frente a frente. La humanidad no es más que una especie animal que servirá como materia prima para que la verdadera inteligencia, los nuevos semidioses, aparezcan en el mundo y realicen la gran utopía. Esta modalidad de utopía deriva en una especie de olimpo para titanes donde lo humano tiene las horas contadas. Porque al fin esto es para Moore el superhéroe: la mitología olímpica propia del siglo XX.

Pues nada, que estamos ante una de las encarnaciones más grandes de Moore. Y con eso queda todo dicho.

Puntuación: 10



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sábado, 21 de julio de 2007

Primer día de trabajo

Para todos aquellos que alegan que el mal gusto de la portada de El Jueves es motivo más que suficiente para su secuestro, dejó aquí mi particular versión de la misma: muchisimo menos graciosa, muchisimo más casposa y de peor gusto aún. Por cierto, ya tengo el molde preparado, por si me lo piden...

Primer día de trabajo

- Con la nueva ley del ZP nos vamos a forrar, Le.(1)

- Uhh, que no Fe (2), que no, que así no se hacen los niños.

(1) Leocadia

(2) Federico

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viernes, 20 de julio de 2007

En defensa de la democracia; en defensa de El Jueves

A lo mejor es que se creen que los queremos por su simpatía y bondad. O tal vez crean de verdad que están donde están por designio divino, porque su estirpe es superior a la de los demás, porque sus genes están más evolucionados. Que no Sres. Borbones, que no Sr. Del Olmo, que si están donde están es única y exclusivamente para que mientras encontramos una forma de deshacernos de ustedes tengamos todos de quienes burlarnos y reírnos. Y si no les gustan las condiciones del trabajo, si no les parecen lo suficientemente bien remuneradas, pues puerta y a otra cosa. Vayan a ganarse la vida honradamente como todo hijo de vecino: aprovechen para sacarse unas pelas de camareros en la costa u opositen a una plaza de funcionarios del estado. Y déjennos felices con nuestra III República. Verán como así ya nadie les injuria. No te joden los Borbones estos, a ver qué coño se habrán creído…

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sábado, 14 de julio de 2007

Gustavo Bueno, ese prohombre de izquierdas

En los últimos tiempo, cuando se habla de Gustavo Bueno, parece inevitable que surja la polémica en torno a la espinosa cuestión de cuáles son sus verdaderas tendencias políticas. Si hacemos caso de la imagen que ofrece de si mismo en sus intervenciones televisivas, bien puede parecer evidente que el filósofo (comedor de pan prefiere él que le llamen) riojano tiende más hacia la derecha que hacia las izquierdas. Basta para ello recordar sus furibundos ataques a Zapatero, su oposición al matrimonio gay o su defensa a ultranza de la unidad de España, posturas que en la actualidad parecen coincidir más con las posiciones del PP que del PSOE. Sin embargo, si por el contrario nos fijamos más en su trayectoria vital nos encontraremos con un hombre que, con sus matices, se muestra decididamente de izquierdas, capaz incluso de bajar a la mina asturiana a impartir clases de filosofía materialista. O para ser precisos, de izquierda, así, en singular, pues el pensamiento político del padre del Cierre Categorial casa perfectamente, en mi opinión, dentro de los parámetros que definen a una de las ramas concretas de la izquierda: la izquierda marxista-leninista-stalinista. Es decir aquella variante de la izquierda que tiene por referencia básica la constitución de un estado fuerte que se erija en organizador de la vida social, teniendo por obligación la busqueda de su supervivencia y su expansión. Un estado-nación que se opone al estado feudal del antiguo régimen, que sirve para igualar a los ciudadanos que lo componen y que aspira a unir a la humanidad mediante su expansión.

Posiblemente sea este el rasgo del pensamiento de Bueno que más equívocos genera sobre sus tendencias políticas, pues en esto, en la necesidad de mantener unido al Estado español, aunque por vía y razones distintas, coincide punto por punto con lo que vendría a ser la derecha en la actualidad. Y seguramente sea también este el punto que le lleva a enfrentarse de manera tan salvaje con Zapatero. Pero en verdad la relación Bueno-PP es más interesada que otra cosa. Los conservadores lo utilizan, sin entender absolutamente nada de lo que dice, para tratar de arañar algunos votos a la izquierda socialdemócrata, mientras Bueno usa las plataformas mediáticas afines al PP para dar notoriedad a su pensamiento y de paso socavar los cimientos de esa otra izquierda que tan poco agrada a su propia concepción de la misma. Porque en fin, no creo que el bueno de Bueno haya considerado ni por un momento que el no menos bueno de Rajoy le vaya a traer esa 7ª izquierda, esa nueva generación de izquierda que supere las deficiencias de las seis anteriores, que tanto parece anhelar el fundador de la Escuela de Oviedo.

En este sentido, me parece obvio que a lo largo del tiempo no ha existido deriva derechista en su pensamiento: si acaso un cierto juego de provocaciones, disimulos y pequeños guiños puramente estratégico destinado a una rentabilización posterior. No es difícil constatar que posturas tan polémicas y que tanto suelen escandalizan a la izquierda más ñoña y bienpensante -no siempre sin razón, por cierto- , como la de afirmar que el Régimen de Franco no fue tan malo con se cuenta o la de defender la Pena de muerte, considerando que como tal no puede existir pues habría que hablar, como mucho, de un tipo especial de eutanasia, no son nuevas y han estado siempre presente en el pensador materialista. Es más, estos posicionamientos, aparentemente reaccionarios, responden en verdad más a esto último, a su condición de pensador materialista (aunque heterodoxo) que a su posible derechismo. Como materialista, para Bueno todo orden queda, por el uso de la fuerza, no deslegitimado, sino todo lo contrario, pues precisamente su legitimidad se funda en esta misma capacidad de imponerse y ser impuesto a los demás. Además este mismo orden tiene derecho y casi la obligación de defender su supervivencia con todos los medios a su alcance. Además, también como materialista, y por tanto ateo, Bueno no cree en la supervivencia del alma, así que destruido el cuerpo físico no queda sujeto sobre el que pueda recaer pena alguna. Ya digo, consideraciones que, gusten más o menos, han sido siempre parte de su pensamiento.

Tal vez la única diferencia que he sido capaz de encontrar entre el Gustavo Bueno actual y el de tiempo pretéritos consista en que el de antes no tenía inconveniente alguno en definirse como hombre de izquierdas (así lo hizo, por ejemplo, en el programa de Julia Otero “Un paseo por el tiempo”) mientras que el actual es más reacio a hacerlo (no quiso pronunciarse al respecto en su cara a cara con Sotelo en el programa “Negro sobre Blanco” de Sánchez Dragó). Pequeño pecado este en todo caso.

En fin, en resumen, que a mi parecer es un error querer alinear a Bueno en el ala derecha de nuestro espectro político: su tendencia es claramente izquierdosa, aunque de un izquierdismo que resulta a la postre, al menos para mí que estoy más próximo al anarquismo libertario, casi tan poco atractivo como la misma derecha. Porque al fin, aun cuando no sean lo mismo, que más te puede importar si es Stalin y no Hitler quien destroza tu vida.

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