viernes, 26 de mayo de 2006

El mágico aprendiz, de Luis Landero

Decir de Landero, a estas alturas de la película, que es uno de los mejores prosistas en lengua castellana tal vez no sea más que regodearse en lo evidente sin más fin que el de rellenar líneas; decir de Landero que posiblemente esta virtud lastre sus primeras novelas, quizas sí sea aportar algo que aspire a superar el lugar común. Es cierto que en El mágico aprendiz Landero demuestra que sabe escribir, que sabe fabular, que sabe estructurar la trama y dibujar personajes, y sin embargo, la sensación que me deja el libro es que podría haberse escrito en muchísimas menos páginas: Landero, tan seguro y confiado de sus saberes, extiende artificiosamente la narración más alla de lo puramente necerario, dando la impresión de que quiere lucirse e impresionarnos con la soltura de su prosa.
Y es que no me acaba de convencer ese tono entre juguetón y burlesco que quiere darle a sus novelas. En mi pobre entender, con ello lo único que consigue es convertirlas en farsas dificilmente creibles, robandole la verosimilitud a los personajes, a los que reduce -ya digo, en mi muy poco estimable opinión- a la categoría de simples caricaturas. Es un defecto del que tal vez solo se salve El guitarrista, a pesar de que esta última comparte con las otras muchos de los temas y obsesiones de Landero. Incluso, en cierta medida, ese mismo tono de comedia naif. Pero en El guitarrista todo aparece dosificado con mayor precisión, con lo que la novela gana en mayor entidad. A mi, desde luego, es la que más me ha gustado de las suya.

En fin, historia, al igual que Juegos de la edad tardía, de un despertar otoñal a la vida, El mágico aprendiz nos habla de la necesidad de sueños que todos tenemos, de la imposibilidad de renunciar por completo a nuestros más intimos anhelos y de sentir, aunque sea por un momento y contra toda lógica y sensatez, que estos pueden hacerse realidad. Así sus personajes se embarcaran en una aventura absurda con todos los visos de fracasar y que sin embargo seguramente acabará por suponer la hora más alta y digna de sus miseras vidas, porque por una vez y sin que sirva de precedente, se atrevieron a intentar ser felices. Una hermosa y triste lección para muchos.

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jueves, 25 de mayo de 2006

Dr. Inugami: el horror

¿Qué puedo decir del que es sin duda el cómic más flojo de cuantos he reseñado hasta el momento? La verdad es que después del magnifico sabor de boca que me dejo Midori, la niña de las camelias, Dr. Inugami ha resultado una completa decepción de la que ni se puede ni me apetece salvar nada.
Estructurada en seis relatos cortos que tienen como centro al Dr. Inugami que le da título, una especie de exorcista japonés que vaga por el mundo deshaciendo entuertos por encargo, la obra sirve de excusa para que Maruo saque a pasear todas sus neuras –y estupideces- con el único afán de escandalizar. Asesinatos, violaciones y truculencias varias que no escandalizarán más que a aquellos que sufran de una irrefrenable tendencia a escandalizarse. Lo único curioso del tebeo –curioso, que no meritorio- es el vago parecido que le encuentro a la estructura de las historias con las de El lobo solitario y su cachorro. Aunque seguramente se deba más a la distorsión de mi mirada que a otra cosa.

Pues nada, que no merece la pena perder más tiempo con este tebeo.

Puntuación: 3
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miércoles, 24 de mayo de 2006

Sombras sobre el Hudson, de Isaac Bashevis Singer: la vida después de Auschwitz

Lo comenté en la reseña de la novela Engaño, de Philip Roth: los intelectuales judíos repiten una y otra vez siempre los mismos temas, temas que por lo demás les son -y algunos nos son- comunes a todos: dios, las relaciones de pareja, el sentimiento de culpa, el antisemitismo de los gentiles o el lugar de la comunidad judía en el mundo. Sin embargo si hay algo que de verdad supone una constante entre ellos y los unifica como grupo no es otra cosa que la desbordante inteligencia y sensibilidad de la que hacen siempre gala en sus obras. Por ello de un tiempo a esta parte cada vez que me apetece descubrir algún autor nuevo –al menos nuevo para mí- acudo sin miedo ni vacilación a las novelas de estos escritores. Me avalan en mi apuesta gente como Franz Kafka, Primo Levi, Saul Bellow o Philip Roth . Y desde ahora también Isaac Bashevis Singer.

Sombras sobre el Hudson –la única novela de Singer traducida al castellano directamente del yiddish- supone un apasionante acercamiento a los problemas existenciales que en la década de los 50 acuciaron a la comunidad judía asentada en los Estados Unidos, una comunidad que había vivido en primera persona los horrores del nazismo y que ahora se veía en la obligación de hacer borrón y cuenta nueva en un país que le era completamente ajeno. Singer nos pinta de esta manera un complejo fresco de seres humanos cuyas vidas acusan la perdida de los referentes que durante siglos han constituido sus señas de identidad, tanto en el plano individual como en el comunal; personajes que se replantean constantemente la imposibilidad de mantenerse, tras Auschwitz, en la fe que les señala como pueblo elegido de dios. Y es que pareciera que para el judío el hecho de que la vida tenga algún sentido y por tanto sea posible adoptar un comportamiento ético pasara inevitablemente por el mantenimiento de la fe en dios; huerfanos de él la existencia cae en el abismo de la nada y desaparece toda excusa sobre la que cimentar el orbe moral. No es de extrañar que después se muestren tan propensos al sentimiento de culpa.

Pero obsesiones aparte, Sombras sobre el Hudson es fundamentalmente un relato de vidas comunes, con sus amores, engaños y desengaños; sus negocios, sus exitos y sus fracaso, con el que Singer, usando siempre un lenguaje llano y accesible que prescinde de lucimientos pero sin perder por ello en precisión, demuestra su gran conocimiento de los mecanismos que rigen el drama humano y nos presenta una galería de personajes inolvidables: desde el severo Boris Makaver, pasando por el algo hamletiano Hertz Dovid Grein, hasta el tragicómico Yasha Kotik o la pasional y desquiciada Ester.

En fin, que otro judío más para la lista de imprescindibles. Y me he apuntado para próximas probaturas nombres como Bernard Malamud, Joseph o Henry Roth. Algún día habrá que reconocerles la importancia de su cultura.

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martes, 23 de mayo de 2006

Dan Brown al descubierto

En verdad ya lo sopechabamos, pero ahora todas las dudas se ha despejado: las novelas de Dan Brown las escribe una computadora que mezcla elementos al azar. Y sino, pinchen en el enlace y compruébenlo ustedes mismo.

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martes, 9 de mayo de 2006

El baile de máscaras

Cuando entro, deslumbrado por las luces estridentes y ensordecido por el exceso de decibelios, la desorientación y el desarraigo se me hacen tan intensos y me golpean tan brutalmente en la boca del estómago, que debo pensar en Elena y en las niñas para no dar media vuelta y salir corriendo. La hora -ya casi medianoche-, el intenso frío y la lluvia incesante aconsejan y casi exigen que haga desde aquí las llamadas y espere dentro la llegada de la grúa. Así que me acodo en la barra decidido a cargar con todas las miradas y ruego que no se alargue innecesariamente el tormento, pues sé que todos pueden notar que aquí soy un gallo en corral ajeno, que ni siquiera en mis años mozos frecuenté este tipo de locales. En este momento desearía intensamente ser otro. Un Passport, pienso, me hará bien para afrontar la espera.

Desgrano el tiempo mientras el calor del whisky que recorre mi cuerpo, la música y la sensación de extrañamiento que me produce el lugar comienzan a apoderarse de mi ánimo, y por un momento siento que mi identidad se diluye en esta hipnótica mezcla de estímulos para los sentidos: ya no soy el hombre felizmente casado desde hace quince años que tiene dos hijas preciosas, ni trabajo todos los días de nueve a cuatro, entre facturas y albaranes, en las oficinas de Prohogar. Nada sé tampoco del Nissan averiado frente a las puertas de este prostíbulo, porque siento que ahora puedo adoptar cualquier personalidad, transformarme en quien deseé. Decido que soy un ser solitario al que tras vagar muchos años extraviado en la aridez del amor no correspondido ha acabado abrasándole el fuego de un amor traicionado. Cierro los ojos y me siento dueño de mi desgracia, y me sueño necesitado de olvido, acosado por un pasado tortuoso del que únicamente logro liberarme refugiándome en brazos del amor mercenario.

Pido otro Passport y la imaginación termina de desbordárseme embravecida cuando veo bajar por la balaustrada del fondo a una hermosa rubia, de no más de veinte años y cuya mirada se me antoja, tal vez por capricho del whisky, la más triste que yo haya jamás conocido. Para mí esa chica se llama Vania y tiene un lunar justo bajo el ombligo que muchos de sus clientes encuentran bastante excitante y que sin embargo ella cree motivo de vergüenza. Finjo recordar que llegó a España tras abandonar a su familia y dejar su país, digamos Rusia, para seguir al hombre del que estaba perdidamente enamorada y el cual la vendió al primer postor que le ofreció la cantidad suficiente que le asegurase comer unos cuantos meses.
Hemos pasado muchas noches juntos, algunas sólo hablando. Sé que su sueño es ahorrar algo de dinero para poder volver con su familia. Cuando pasa a mi lado, quiero creer que me dedica una sonrisa cómplice en honor de tantas noches compartidas.

Mientras busco un camarero, la música cambia repentinamente y se hace más lenta y envolvente, más adecuada para las pretensiones de los clientes que pueblan ahora el local. Me sirve el tercer whisky un joven moreno de rasgos decididos pero cordiales al que bautizo Pablo y convierto en músico de vocación, trompetista para más señas. Lo imagino convenciendo a la dueña para que algunas noches le permita amenizar el local con sus excelentes dotes musicales. Este Pablo mío comenzó a trabajar aquí atraído por el ambiente, y aunque en un principio no se lo planteó más que como algo transitorio, lo cierto es que ahora sería para él una tragedia perder el puesto. El local es su vida y con Natalia, la del ciento dos, vive una romántica historia de amor secreto de la que sólo ellos saben, pues ambos son conscientes de que si se llegará a conocer su relación serían expulsados inmediatamente. Me confieso profesar sincero afecto por Pablo.

La agitación del local ha ido reduciéndose paulatinamente a medida que la mayoría de los clientes han optado por abandonar la sala de copas y subir en buena compañía a las habitaciones. Apuro el whisky y estoy a punto de pedir otro cuando me reconoce Merche y se me acerca, me pasa la mano por la nuca, me mesa el cabello y arrimándome sus labios al oído, me propone subir. Pago a Pablo y me despido de él con un guiño socarrón mientras marcho bien sujeto de las generosas caderas de Merche en busca de mayor intimidad.

La dejo esmerarse en el ejercicio de su oficio, tan diestra y rutinaria como un operario apretando tuercas. Mi vista y mi mente descansan en la contemplación del reflejo de mi rostro en el espejo ovalado que reina sobre la cómoda y reconozco, dominado por la lucidez, un rostro vacío que delata al abismo que lo corroe, que reclama la máscara que lo cargue de sentido y significación; ayer fue el sacerdote furtivo, hoy el buen padre de familia en apuros, mañana acaso sea el adolescente que busca deshacerse de su inocencia.

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lunes, 8 de mayo de 2006

Sinfonía gráfica de Sergio García

Es una lástima que sea tan difícil encontrar libros que se encarguen de desmenuzar las diversas cuestiones técnicas que el cómic suscita. Aparte del sensacional –y difícilmente superable- Entender el cómic –o Como se hace un cómic, según la edición que manejemos- de Scott McCloud, o los ensayos del maestro Eisner, El cómic y el arte secuencial y La narrativa gráfica, este tipo de literatura se muestra verdaderamente escasa e insuficiente. Por eso resulta todo un placer descubrir propuestas como la de Sinfonía gráfica de Sergio García. En ella podemos seguir, casi como si nos hubieramos colado dentro de su propio taller, paso a paso la evolución de las investigaciones llevadas a cabo por el autor en pos de abrir nuevos caminos a la narración gráfica. De esta forma Sergio nos brinda sus reflexiones, antecedentes, intenciones, y posibles vías de ensayo, acompañadas siempre de la materialización práctica de estas propuestas. Propuestas que el mismo se encargará de matizar y corregir paulatinamente, en un más que interesante proceso de tanteo que alcanzará al final de la obra unos resultados dignos de consideración.

En este sentido, Sergio apuesta por conseguir una mayor implicación del lector con el cómic, por lo que busca alternativas que aumenten la multilinealidad de la narración. Para ello trata de romper con los clásicas retículas de viñetas, que a su entender se muestran excesivamente estáticas y a cambio propone como base fondos fijos o supraviñetas en las que insertar bandas o tiras de viñetas que le permitan dotar de mayor complejidad a la historia. Bandas que se superponen verticalmente y que suponen aspectos diferente de la narración o distintas escenas y que se entrecruzan cuando los caminos de la historia lo exija, de forma que sea posible tanto una lectura horizontal como una lectura vertical del cómic. En el fondo, los resultados que se atisban son muy similares a lo que ya hiciera Eisner en sus novelas gráficas. Ya digo, una propuesta interesante que Sergio García cree –aunque no deja de reconocerle ciertas limitaciones que habrá de ir superando- lo suficientemente compleja como para transcerder la simple anécdota y constituirse como una nueva forma de narrar.

Algo con lo que yo no puedo estar en mayor desacuerdo. Aunque ya digo que la investigación es interesante, creo que es un error cargar las tintas contra la viñeta, como si esta tuviera culpa de nada. En este sentido, creo que la viñeta es una herramienta lo suficientemente precisa y bien ideada como para no justificar esa desesperación por romperla. Las investigaciones en el cómic deberían ir más por las sendas de cómo reller las viñetas, de cómo interrelacionarlas y crear nuevos significados con ellas. Porque es precisamente aquí donde se encuentra la clave de la riqueza de una obra: no en ofrecer un mayor número de opciones en su lectura, sino en saber crear un mayor número de significados. La interacción con el lector debe surgir de las posibilidades de interpretación que a este se le abran. Lo dijo Eisner en el prólogo a La narración gráfica; más importante que el cómo sigue siendo el qué. Pero no sólo eso, es que puestos a hablar del cómo, pienso que un sistema de retículas como uso Moore en Watchmen es más que capaz de contar cualquier historia, por compleja que esta sea, sin que se pierda por ello nada de riqueza. Ya digo, la magia del cómic esta en cómo se juega con los contenidos en busca de significados más sugerentes.

De todas formas, un libro jugosísimo cuyo mayor defecto es que haya pocos como él.
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sábado, 6 de mayo de 2006

Las aventuras de Luther Arkwright: un clásico por derecho propio



¿Puede terminar apasionándote una obra que empezó horrorizándote? A la vista de mi experiencia con el Luther Arkwright de Bryan Talbot diría que sí. Rotundamente. Aunque admito que me exigió grandes dosis de autodisciplina y concentración terminarlo. No fueron pocas las ocasiones en las que me vi tentado de tirar la toalla. Porque lo primero que encuentra el lector despistado que se adentra en sus páginas es un explosivo y no muy digerible cóctel de textos y dibujos, a cada cual más abigarrado, que sin aviso le transportan a una difusa realidad alternativa de mundos paralelos, con jerga científica, política y religiosa propia. Lo que obviamente no puede menos que dejarle perdido y a la deriva. No obstante, si es capaz de aguantar este primer impacto, estará en condiciones de disfrutar de un experimento narrativo apasionante que bien puede compensarle por el esfuerzo realizado. Y es que si Luther Arkwright es un vivero de pruebas en toda regla en el que tiene cabida la más amplia y heterogénea gama de recursos narrativos, lo cierto es que  Talbot acierta a conjugarlos con maestría y  coherencia, de manera que queden al servicio de la historia. Una historia que se reivindica por si misma, cargada de niveles de lecturas y materiales para la reflexión.

Luther Arkwright es un agente al servicio de W.O.T.A.N. –la O.T.A.N. interparalelos- con la capacidad única, que no con la única capacidad, de saltar a voluntad entre las diversas realidades alternativas. Su misión es acabar con los disruptores, una especie de grupo terrorista que se encarga de crear el caos y la destrucción en los mundos paralelos –vamos, como los EE.UU. de Bush en nuestra realidad. A partir de este esquema argumental, Talbot juega con los acontecimientos de nuestra Historia oficial para ir componiendo un fresco político sorprendente donde se entremezclan los diversos imperios que en la humanidad han sido –y alguno que nunca fue- en una oscura lucha por la hegemonía mundial. Una lucha trufada de injusticias y barbaridades, como no puede ser de otra manera.



Con todo, el aspecto más atractivo sigue siendo la narración gráfica, una forma de contar que habría de ejercer una influencia decisiva en los autores británicos que después darían el salto a EE.UU. y consolidarían la línea Vértigo. Es especialmente sorprendente constatar la cantidad de ideas y recursos que Moore pudo tomar de esta obra, que llegan incluso a parecidos más que sospechosos. Así, a las típicas páginas reticuladas de 4x3 viñetas (3x3 en el caso de Moore, pero es lo mismo) cabría mencionar escenas como aquella en la que Luther se pasea desnudo mirando las estrellas, una vez convertido en una especie de semidios, que recuerda poderosamente a lo que todos sabemos que recuerda, o el personaje de Fairfax, claro antecedente de Constantine,  o ese parto desvergonzado de la reina Anne que Moore homenajeará en Miracleman. Y no digamos, por excesivamente obvio, de esa Gran Bretaña fascista que comparte con V de Vendetta.

En resumidas cuentas, un clásico a la altura de su propio prestigio. Lo cual, referido al noveno arte, no es decir poco.

Puntuación: 9



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martes, 2 de mayo de 2006

Ouroboro

Te acaban de regalar una cámara digital por tu cumpleaños y ya estás deseando usarla. La primera fotografía se la haces al gato, pero cuando miras la pantalla lo que esta te devuelve no es precisamente lo que esperabas encontrar: la imagen te lo muestra aplastado bajo el mueble bar. Aun no te has recuperado de la impresión cuando un pequeño movimiento sísmico tira el mueble bar aplastando al gato.

Tras varios ensayos concluyes que por un error de fábrica la cámara captura lo que sucederá dentro de –lo has cronometrado con exactitud- cinco minutos. Te pasas las siguientes horas fotografiando todo lo dable a fotografiar: tus padres, tu hermano, la vecinilla de enfrente, el cartero, el panadero… Aunque es divertido, la mayoría de las fotografías no revelan nada importante: tu padre viendo la tele en lugar de leyendo el periódico, tu hermano orinando en lugar de mirándote bobaliconamente o la vecinilla de enfrente pegándote patadas en vez de insultándote…

Ya empiezas a cansarte de la novedad cuando se te ocurre que acaso lo más interesante sería fotografiarte a ti mismo y aprovechar las ventajas derivadas de conocer tu propio futuro, aunque sea sólo con cinco minutos de antelación. Cuando te fotografías, el visor te muestra a ti mismo fotografiándote. Compruebas que la cámara no se ha estropeado, pero cuando te vuelves a fotografiar la pantalla vuelve a mostrarte a ti mismo fotografiándote. No conforme, vuelves a fotografiarte una vez más y después otra y otra más y otra…

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Amistad

Aunque cuando piensas que tal vez fuiste excesivamente duro con Benedict -tu amigo del alma y socio en tantas y tantas aventuras- te pueda remorder un poco la conciencia, lo cierto es que estas plenamente convencido de que ya empezaba a merecérselo. Porque tú puedes ser educado, desprendido y muy amigo de tus amigos, pero todo, incluso tu amistad con Benedict, tiene un límite que no es conveniente franquear. Porque, si has de ser justo, ¿es que acaso te importó venderle tu participación en Meriat Corporation, aunque el muy granuja te lo pidiera justamente cuando el precio de las acciones empezaban a subir? Pues no, se la vendiste con la cortesía que se espera de un buen amigo. ¿O es que tal vez te negaste cuando te rogó insistentemente para que le cedieras la franquicia de Evender Digital, en plena Quinta Avenida, a pesar de la inmensa cantidad de millones que sabias que ibas a perder? Que va, una vez más le volviste a demostrar que para tí lo primero son los amigos. Ni siquiera le pusiste mala cara –aunque ya empezabas a temerte lo peor- cuando te pidió el jet privado para pasar un romántico fin de semana en tu casa de campo de Meryland.
Sí, tal vez fuiste excesivamente duro con Benedict cuando te negaste a conseguirle también los preservativos, pero de alguna manera tenías que hacerle comprender que, aunque esta vez se la hayas cedido, no debería volver a pedirte prestada a tu mujer.

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Misterio

Tú siempre has deseado ser alguien especial, por eso no te podías conformar con un simple papel en una minificción de segunda. No, tú necesitabas un papel memorable, tú querías todos los papeles. Pero para lograrlo tendrás que darte prisa, mucha prisa, porque las palabras se acaban y en cada una de ellas te vas dejando la vida desangrado. Tendrás que agudizar el ingenio y encajar todas las piezas del puzzle con la diligencia de un hábil relojero si quieres descubrir a tiempo al asesino; dónde y cuando se produjo el crimen, que arma utilizó, cuales fueron los posibles móviles o quienes los sospechosos más probables. Que fácil sería todo sí el dolor de las tripas a medio desparramar no te impidieran pensar con claridad. Pero nadie dijo que ser detective y víctima en el mismo cuento fuera un camino de rosas. Sin embargo tu ambición no te permitirá desfallecer jamás, y menos ahora que puedes vislumbra la solución muy cercana, casi al alcance de tu mano, porque necesitas hasta el delirio encontrar tu final perfecto. Tanto que te es imposible contener una carcajada satisfecha y orgullosa cuando, justo antes de expirar, consigues al fin recordar que, en un gesto digno del ser ególatra que eres, fuiste tu mismo el que te diste muerte.

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