lunes, 31 de agosto de 2009

Hard Boiled, de Frank Miller y Geof Darrow: donde se halla el arte.

Cualquiera que me haya leído un par de veces se habrá percatado ya de que una de mis mayores aficiones en esto de escribir reseñas es la de adoctrinar dogmáticamente sobre mis puntos de vistas y valoraciones; cualquiera que me haya seguido con cierta asiduidad sabrá además que disfruto especialmente poniendo en la picota al bueno de Frank Miller. Sin embargo tengo que admitir que si algo he aprendido últimamente es que, cuando se habla de este señor, tales aficiones devienen como mínimo en deporte de riesgo. Porque te gusten más o te gusten menos sus tebeos –y ahora también sus películas- hay que reconocer que las obras de Miller tienen la mala costumbre de mejorar con el tiempo, como si a la larga el de Maryland siempre tuviera que acabar saliéndose con las suyas. O por lo menos esa es la inesperada impresión con la que me he quedado yo desde que releí el DK2, una obra que de primeras me pareció un bodrio insoportable y que sin embargo leída de segundas ha terminado por parecerme una muy estimable fantasía épica.

Pues bien, a pesar de todos los riesgos que conlleva, a pesar de que tal vez en un futuro no demasiado lejano tenga que tragarme con bilis mis propias palabras, voy a darme el gusto de ser dogmático una vez más; voy a pasar de nuevo por la picota un tebeo de Miller y a decir a las claras lo que pienso de él: Hard Boiled, de Frank Miller –y Geof Darrow- es una auténtica mierda. Pues sí, qué queréis que os diga, en mi opinión estamos ante el más perfecto y más acabado ejercicio masturbatorio que haya surgido nunca de su imaginación; el paradigma de todos los vicios, manías y estupideces que no le soporto a ese Miller simplista que parece quedarse embobado con la contemplación de la muy dudosa estética de la violencia desmedida; un divertimento privado con el que a buen seguro sus autores habrán disfrutado muchísimo pero que sin embargo jamás supera, ni falta que le hace, su propio ensimismamiento. Lo cual es estupendo si eres Miller o si eres Darrow, pero es horrible si, como yo, no eres más que un humilde lector.


En fin, lo dire otra vez por si no ha quedado suficientemente claro, para mí Hard Boiled es un tebeo autista que vive excesivamente dentro de sí mismo, que es completamente incapaz de comunicar absolutamente nada a los demás y que como tal, aporta y vale muy poquito. Y sin embargo, no faltan quienes quieren ver en él una genial muestra de arte postmoderno o lo que sea. Léase por ejemplo, sino, el por lo demás estupendo análisis de Jordi Costa que acompaña al tercer número. Un análisis que me trae a la memoria las sabias palabras de un viejo amigo mío: en cuestiones de arte contemporáneo, con frecuencia hay más arte en la explicación de la obra que en la obra misma. Amén, amigo.

Puntuación: 4


¿Y el resto qué...?

domingo, 30 de agosto de 2009

El lama blanco, de Alejandro Jodorowsky y Georges Bess

Joder con el señor Alejandro,  resulta que cuando se lo propone no sólo sabe de excesos sino que es capaz de moderación y comedimiento. Eso sí, de una moderación muy “moderada” y de un comedimiento que luce en gran medida por contraste. Si comparada con La casta de los Metabarones la serie de El lama blanco puede llegar a parecer una obra intimista, casi en la línea de las firmadas por el Taniguchi de El almanaque de mi padre o el Cosey de Saigón-Hanoi , lo cierto es que también contiene su buena ración de aventuras, violencia y crueldad.
Pero a diferencia de aquella, aquí la aventura tiene un marcado carácter interior y la violencia y la crueldad , nunca gratuitas, van más allá de la mera satisfacción de los apetitos de unos lectores que todavía no han sacado suficiente lustre a sus gustos. Porque aún cuando La casta de los Metabarones, como ya dije en mi reseña anterior, no puede ser reducida a la condición de obra juvenil, tampoco es menos claro que Jodorowsky escribe aquí para un público distinto, para un tipo de lector con unas expectativas y unas inquietudes diferentes. Un cambio con el que, a mi entender, gana, y mucho. Con la moderación Jodorowsky barre con esas incoherencias y esos momentos ridículos que en gran medida le afeaban La casta de los Metabarones y a cambio refuerza las virtudes del sabio contador de historias, las del narrador que domina admirablemente los tiempos y las formas de la tensión dramática y de la creación de escenas de un profundo calado humano. Quede como muestra de lo dicho el terrible viaje al corazón de la degradación y la corrupción provocadas por el ansia de poder del tercer álbum, para mí el más redondo de toda la serie.



Pero además con el cambio de tercio el escritor chileno se aventura en un territorio, el de la temática espiritual, que sin duda le es más grata y que se deja notar en el resultado final. En efecto, El lama blanco es ante todo una obra iniciática, una obra que nos insta a expandir la conciencia y a elevarnos hasta las más altas regiones del alma desde las que aspirar a una vida más auténtica, a una vida liberada de las tensiones, tentaciones y servidumbres del mundo sensible. En este sentido nos encontramos ante una obra que remite inconfundiblemente – a mí todo me remite a otra cosa, qué le vamos a hacer- al mejor Hermann Hesse, al Hesse de Siddharta o El juego de los abalorios. Lo cual constituye el más alto elogio que conozco.

Mención especial merece también el trabajo de Georges Bess. Sin duda Jodorowsky sabe rodearse de buenos dibujantes, y si el estilo de Juan Giménez resultaba de los más adecuado para el guión del chileno, no menos adecuados son los lápices de Bess para esta historia. Resulta extraordinario comprobar la fuerza evocadora que tienen los rostros y los gestos que dibuja este hombre; su enorme capacidad para transmitir y hacer partícipe al lector del más rico y complejo repertorio de sentimientos y emociones humanos que uno pueda imaginar. Una autentica maravilla.

Puntuación: 9

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viernes, 28 de agosto de 2009

Circulo virtuoso


Dicen los sabios, los que haya, no seáis indiscretos, que donde acaba el sufrimiento humano comienza el aburrimiento. Afirmación preclara de la que no sería abusivo concluir que quien sufre jamás puede aburrirse.


Hasta donde le alcanzaba la memoria la vida de Jorge Duarte había tenido siempre la forma de una crisis existencial continua. Ya desde bien pequeño andaba Jorge siempre sufriendo, y como siempre andaba sufriendo jamás llegó a conocer el hastío. Y como jamás supo qué era eso que los otros llaman aburrimiento, pronto se volvió autosuficiente y dejó de frecuentar la compañía de los demás. Simplemente no los necesitaba. Y como no los necesitaba, desde su más tierna infancia vivió en completa soledad; en una soledad de colores claros y mañanas apacibles que se le clavaban en el corazón como alfileres de hielo y le mantenían siempre sufriendo. Y como siempre andaba sufríendo, Jorge pasaba todo su tiempo enredado entre el algodón y la pena de una crisis continua que al cabo de los años terminó por confundir con su propia existencia.
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jueves, 27 de agosto de 2009

La casta de los Metabarones, de Alejandro Jodorowsky y Juan Giménez

Hasta ahora de Alejandro Jorodowsky conocía sobre todo -y supongo que como cualquiera de vosotros-su vertiente de fetiche de la pequeña pantalla; la del artista polifacético que como escritor es capaz de animar por sí sólo la feria del libro de Chile mientras dialoga sin despeinarse con el imprescindible Cristian Warnken en La belleza de pensar, o que como psicomago y terapeuta del tarot, en la línea espiritualista y transgresora de los Dragó, Arrabal y compañía, puede llegar a hacer las veces de curandero en Negro sobre blanco o pasársela contándole chistes al mismísimo Jesús Quintero. Incluso ya puestos, dar rienda suelta a su vocación frustrada y algo frustrante de director de cine y rodar alguna que otra película de difícil digestión. Ah, pero del Jodorowsky guionista de cómic, de ese que por afición debería haber sido el primero del que me llegaran noticias, de ese no sabía nada. O no quería saber nada, porque confieso que hasta ahora cuando mi pobre imaginación extrapolaba lo que de él conocía a los territorios del noveno arte los resultados no eran precisamente halagüeños. Pensaba yo que si de por sí el artista chileno tiene tendencia a la payasada, a la desmesura y a cierta forma de infantilismo, qué no podría hacer en un medio que desde fuera y desde el tópico es visto justamente como terreno abonado para estos desafueros. Y francamente, no me parece que estuviera demasiado confundido, aun cuando reconozco que me equivocaba de medio a medio.



En efecto, en La casta de los Metabarones Jodorowsky da rienda suelta a todos esos excesos que se suponen patrimonio indiscutible del inmaduro mundo de los tebeos: universos imposibles repletos de seres extraordinarios, mujeres turgentes de medidas corbenianas, guerreros invencibles, tecnología hipermegasuperavanzada y mucha mucha violencia se dan citan en esta saga-rio con pretensiones de clásico que sin duda ha hecho y aun hará las delicias de los lectores adolescentes. Con pretensiones de clásico, digo bien, pero ojo, con pretensiones no del todo fallidas, porque además de contentar a sus lectores más jóvenes, Jodorowsky acierta a impregnar a la saga familiar de los Metabarones de esa especie de poesía teñida de crueldad y belleza que remite inevitablemente a la tragedia griega, a las sagas escandinavas, al drama shakesperiano, al novelón decimonónico o a las terribles sagas familiares de Faulkner, García Márquez o, por afinidad territorial, Isabel Allende.







Pues sí, hay sangre a raudales y violencia estéril y gratuita y atrocidades sin cuento y perversiones sin número, pero como digo no es precisamente de la literatura fantástica-juvenil-al-uso de donde bebe Jodorowsky, sino más bien de la inagotable fuente de los grandes clásicos, de esas historias más grandes que la vida que se alargan en el tiempo para dar a conocer los padecimientos y aguntias de varias generaciones y que se extienen por el espacio para llevarnos cogiditos de la mano al encuentro de la aventura y el prodigio allá donde se hallen. Y aunque es cierto que en los ocho álbumes que desarrollan el árbol genealógico de los Castakas hay lugar para los momentos ridículos, las contradicciones flagrantes, los comportamientos absurdos insuficientemente explicados o francamente injustificables, la verdad es que tomadas en conjunto estas fallas no tienen el mayor peso. Jodorowsky sabe desplegar aquí la estrategia narrativa del general que sin reparar en medios prepara a sus ejércitos para el largo sitio de la fortaleza a rendir; o la del boxeador que sabe que sus posibilidades de éxito pasan inevitablemente por desgastar a su contendiente en fieros asaltos que le permitan llevarse la victoria a los puntos; o la del narrador habilidoso que se gana la atención y la simpatía de los lectores a través de la paciencia, la acumulación y el exceso. Porque ese es el gran triunfo de Jodoroswky, el de apostar por el exceso sin pudor, sin miedo a ir demasiado lejos, sin hacer caso a las señales de advertencias que anuncian ese punto en el que el retorno ya no es posible, y hacerlo además con serenidad, con el temple y la confianza de quien sabe que, más allá de las apariencias, obra con justicia. Claro que si además quien obra a los lápices –tintas y colores- es Juan Giménez y sus maravillosas ilustraciones, todo resulta más sencillo y los riesgos son menos .



Vamos, que me ha gustado la serie.

Puntuación: 8

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miércoles, 26 de agosto de 2009

Pensamientos ocasionales: Economía de mercado

"Estamos tan habituados al intercambio monetario que ya casi se nos hace imposible distinguir entre precio y valor: todo vale lo que marca su precio y mientras más cuestan las cosas más creemos que valen. Lo mismo se puede decir de las personas: nadie aprecia a quien no se pone precio."

Yo mismo mientras desayuno madalenas con zumo de melocontón

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miércoles, 12 de agosto de 2009

Espérame

Espérame que volveré.

Sólo que la espera será dura.

Espera cuando te invada la pena, mientras ves la lluvia caer.

Espera cuando los vientos barran la nieve.

Espera en el calor sofocante,

cuando los demás hayan dejado de esperar,olvidando su ayer.

Espera incluso cuando no te lleguen cartas de lejos.

Espera incluso cuando los demás se hayan cansado de esperar.

Espera incluso cuando mi madre e hijo crean que ya no existo,

y cuando los amigos se sienten junto al fuego para brindar por mi memoria.

Espera.

No te apresures a brindar por mi memoria tú también.

Espera, porque volveré desafiando todas las muertes,

y deja que los que no esperan digan que tuve suerte.

Nunca entenderán que en medio de la muerte,

tú con tu espera me salvaste.

Solo tú y yo sabemos cómo sobreviví.

Es porque esperaste y los otros no.



Espérame, de Konstantin Simonov (visto en la estupenda El mundo en guerra)


¿Y el resto qué...?

Algunas reflexiones generales, imprecisas y muy equivocadas sobre la obra superheroica de Alan Moore

"La desconstrucción (...) consiste en mostrar cómo se ha construido un concepto cualquiera a partir de procesos históricos y acumulaciones metafóricas (...)"

Wikipedia




Cuando se habla de la obra superheroica de Moore, y aquí, en este humilde rincón, no es que se haga con demasiada frecuencia, pero si hay que hacerlo, se hace, resulta muy socorrido acudir a la ya clásica división de su carrera en dos etapas bien diferenciadas: la de la deconstrucción del género, o lo que es lo mismo, la de Miracleman, La Cosa del pantano, V de Vendetta , Watchmen o La broma asesina, y la de la reconstrucción de ese mismo universo de mallas y colorines, o por alusiones, la de 1963, Supreme, El día del juicio o toda la línea ABC. Además no es menos corriente hacer acompañar esta división con la matización de que mientras la primera se corresponde con el grueso de sus grandes obras maestras, la segunda lo hace con la de las obras firmadas por el piloto automático de Moore y no por el propio Moore. Sin embargo cada vez tengo más claro que una revisión atenta y cuidadosa -que por supuesto yo no he hecho- de toda su obra debería poner patas arriba y dejar moribundas ambas afirmaciones: la primera porque me da a mí que la verdadera fase de deconstrucción del género no empieza donde dicen todos los manuales al uso que empieza, sino precisamente donde se supone que acaba; y la segunda, porque la diferencia profunda entre ambas etapas no se encuentra en la pérdida de interés por parte de Moore y la consiguiente y consecuente disminución de calidad, sino en el desarrollo de unos planteamientos, un enfoque y unos objetivos radicalmente distintos.


Voy a tratar de explicarme. A pesar de todo lo que se ha dicho y escrito al respecto, incluso de lo que yo mismo he dicho y escrito aquí; a pesar de que sean obras que indudablemente invitan, por complejidad y profundidad, al análisis y la reflexión y de que seguramente ni Moore estaría de acuerdo con lo que voy a exponer, creo, y estoy firmemente convencido de ello, que Miracleman, V de Vendetta, La Cosa del pantano, Watchmen o La broma asesina no tienen por propósito fundamental, como se suele aceptar, la deconstrucción del género como tal; no son ensayos sobre los mecanismos, resortes, formas, temas y personajes del universo superheroico, no buscan el despiece de -y la ruptura con- lo que se había hecho hasta entonces, sino que por el contrario ofrecen su propia aportación al mismo, la de una visión muy personal que sin embargo es elaborada siempre desde el conocimiento, el respeto y la aceptación de sus tradiciones y convenciones, a las que integra y da continuidad e incluso ayuda a evolucionar. Eso sí, hasta unos límites tales que las deja casi irreconocibles. Porque la intención que guía el esfuerzo de Moore en ésta primera etapa, y he aquí la primera parte de mi tesis, no es otro que narrar y explorar; buscar las fronteras y las consecuencias últimas de lo que puede ser contado usando como vehículo de expresión el género de los superheroes. Pero ojo, sin salirse de él.




Sin embargo, una vez alcanzado ese límite, o al menos su propio límite, Moore se decide a emprender, ahora sí -y esta es la segunda parte de mi tesis- la labor de deconstrucción. Como ya he dicho, hasta entonces se había ceñido a la tarea de contar las mejores historias de las que era capaz con el material que le habían puesto entre las manos, pero a partir de 1963 -el cómic, no el año- la orientación de su trabajo va a sufrir un giro radical, de tal modo que comparada con su etapa anterior acaso pueda llegar a parecer un paso atrás en su progresión, como si efectivamente hubiera puesto el piloto automático y se contentara con crear historias convencionales de superhéroes al uso a las que sólo su inmenso talento salvan de caer en la más absoluta vulgaridad. Mas insisto, creo que considerarlo así sería un tremendo error. Porque tras la aparente simplicidad de los seis números que componen 1963, Moore nos ofrece por primera vez un inventario detallado de las claves sobre las que se asienta todo el universo Marvel: el terror comunista, el patriotismo exacerbado, la amenaza nuclear, la mitología clásica, los sueños adolescentes y la fantasía cientificista se aúnan en esta serie inconclusa para dejar al descubierto el molde en el que se forjaron iconos de la talla de Spiderman, el Capitán América, los Vengadores, los Cuatro Fantásticos, Hulk o Silver Surfer. Una labor de análisis que encontrará continuación en las páginas de Supreme, dónde le tocará pasar revisión al mito por excelencia, el de Superman. Pero Moore va a ir un paso más allá y Supreme no sólo constituirá la deconstrucción del mundo de ficción del hombre de acero sino que en ella comienza a intuir y a ensayar una formulación, la de las maneras en que ficción superheroica y realidad, realidad y ficción superheroica se entrelazan, que después retomará y ampliará en El día del juicio, donde la reflexión es elevada hasta el marco de las relaciones entre realidad y ficción sin más. O más tarde, siendo muy benevolos conmigo y mis teorías, entre superhéroes y otras formas de ficción en La liga de los caballeros extraordinarios.





Un proceso de reflexión y análisis que nos lleva de cabeza hasta los episodios de su obra más descaradamente discursiva y menos narrativa, el ensayo, el análisis y la deconstrucción - no la reconstrucción- hechos tebeo: Promethea. Sin duda es Promethea el final de un camino, el iniciado con 1963, del que tirando tirando Moore ha acabado por elaborar nada menos que una teoría general de la realidad, tal vez el compendio de su filosofía personal, a la que da cuerpo en forma de cómic de superhéroes. Una obra que, además de constituir la culminación de su verdadera etapa de reflexión, no desmerece en grandeza, calidad y esmero a ninguna de las de la primera etapa.

Pues nada, que así veo yo el tema.




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Semos especiales o lo extraño es que no pase más amenudo

Desde luego, esto solo puede pasar en mi pueblo...

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lunes, 10 de agosto de 2009

Pensamientos ocasionales: la guerra de los sexos

"Lo queramos admitir o no, en las relaciones humanas en general, pero muy especialmente en las de pareja, existe siempre un fuerte componente sadomasoquista. Cuando un hombre y una mujer se juntan, sólo pueden suceder dos cosas: o el hombre anula por completo a la mujer y esta se enamora de él; o la mujer anula por completo al hombre y este se enamora de ella. Cualquier otra posibilidad es pura fantasía adolescente"

Yo mismo tras leer algunas reseñas y comentarios al libro de Luis Racionero "Sobrevivir a un gran amor, seis veces"
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domingo, 9 de agosto de 2009

American Flagg!, de Howard Chaykin


De los 50 números que componen la serie apenas he podido leer tres; los que circulan en edición digital por la red. Quiero decir que a pesar de las pretensiones del título de la entrada sé tanto de American Flagg! como, por decir algo, de las obras completas del gran compositor Johan Sebastian Mastropiero: nada de nada. O sea que a aquel que lea mi reseña pensando en ampliar sus conocimientos sobre la obra de Chaykin lo mismo le sirve, para el caso, leer por ejemplo la reseña de El viaje de Boudoin, con tal de cambiar donde pone El viaje por American Flagg! y donde Boudoin por Chaykin, porque igual de informado al respecto se va a quedar de una manera que de otra. Estais avisado. Bien, hechas las oportunas aclaraciones quedo liberado para pontificar dogmáticamente sobre ella.

Cuando uno busca información sobre el American Flagg! de Chaykin una de las comidillas más habituales y repetidas, si no la única a la vista de la escasísima información que circula en castellano, nos aclara al respecto que la serie constituyó un hito en la evolución del cómic comercial norteamericano de los ochenta y que influyó decisivamente en aquellos autores que en la segunda mitad de la década lo revolucionaron definitivamente, llevándolo a un efimero momento de madurez, léase, cómo no, Alan Moore y Frank Miller. Bueno, puede ser. Aunque a decir verdad yo no le encuentro demasiadas semejanzas con la obra del maestro inglés, ni de esa época ni de después. No así en el caso de Miller, al que se le nota mucho la influencia sobre todo en Dark Knight y en DK2 o incluso en la serie de Sin City.

Pero dejemos de tanto divagar y vayamos con el argumento: Chaykin sitúa la acción de American Flagg! en un futuro cercano –ahora ya casi presente- en donde la autoridad política y económica de los Estados Unidos ha decidió abandonar la Tierra y establecerse en la Luna y en Marte. Esto provoca una serie de reacciones en cadena a nivel global que dejan al mundo convertido en un verdadero mercadillo de saldos. En este mundo vacío de autoridad toma las riendas de los Estados Unidos una especie de corporación televisiva, Plex, que los convertirá no ya en un estado militar o policial, como suele ser común a estos casos, sino directamente en un inmenso plató de televisión. Y ya se sabe que todo lo que aparece en televisión es siempre mentira. Hasta que a este reallity show llamado Norteamérica arribe de los mundos exteriores el ex-actor reciclado a policía Rouben Flagg. Por supuesto Flagg, como buen héroe clásico, no estará dispuesto a transigir con la decadencia y el falseamiento de la vida convertida en espectáculo público.

Pues vale. Supongo que ahora debería hablaros de la visionaria crítica de Chaykin a la enorme influencia que los mass media estaban empezando a adquirir por entonces sobre las vidas y las conciencias de los ciudadanos; de la manera decisiva en que determinan lo que entendemos y percibimos por realidad y tal y cual y pascual. Pero paso. Creo que American Flagg! es, en esencia y por encima de cualquier otra consideración, una obra de género cuya principal virtud estriba en su capacidad de entretener. No quiero decir con ello que me parezca exclusivamente un producto de consumo que se agota a la primera lectura –aunque casi-; por el contrario me resultan también muy atractivos y meritorios el inconformismo gráfico de Chaykin -cuyas formas recuerdan, en esto también, a las del Miller de Dk- y su esfuerzo por poner en escena unos personajes más maduros y unas situaciones más complejas de lo habitual en el mainstream de aquel tiempo. Y sin embargo, en mi opinión nada autorizada, American Flagg!, a diferencia de las obras de Moore o Miller a las que se supone influyó, no es capaz en ningún momento de elevarse por encima de su condición de obra de género y reivindicarse por tanto como obra maestra absoluta. A pesar de la voluntad de abandonar los caminos trillados, el argumento de American Flagg! sigue pareciéndose demasiado a lo que se supone debe ser un tebeo adolescente: mundos futuristas, tecnología cienciaficcioniera y acción y violencia sin cuartel para que no se aburran los chavales. A la obra de Chaykin le falta un algo, tal vez otra vuelta de tuerca emocional, o un momento de pausa para la intimidad, o un poso reflexivo mayor, o un aliento épico o poético de más calado, no lo sé, algo para que se pueda decir de ella que es mucho más que una buena obra de género. Pero lo cierto es que en definitiva se queda "sólo" en eso. Eso sí, no del de ciencia ficción, que a ese sí lo trasciende, sino del negro.

Resumiendo, en cinco palabras –a ver quién supera mi capacidad de síntesis-: que bien, pero no tanto.

Puntuación: 7

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martes, 4 de agosto de 2009

El viaje, de Edmon Baudoin


A veces creo que debería cambiarle el subtitulo a mi blog; quitar el muy general e impreciso “Otra forma de estar en el mundo” y poner en su lugar el más apropiado y descriptivo “El blog de cómics que nunca habla de cómics”. Y es que no es nada fácil hablar de cómics cuando no se leen demasiados. Y yo últimamente casi no leo ninguno: entre el curro, el cine y la literatura me tienen prácticamente sorbido el seso y todo mi tiempo. Eso sí, al menos tengo la ventaja de que cada uno que leo lo disfruto de forma especial, como si la falta de costumbre les añadiera un plus de disfrutabilidad (que palabra más bonita). Eso mismo es lo que me ha pasado con El viaje, de Edmond Baudoin, del que temáticamente no puedo decir que me parezca demasiado acertado, o incluso podría añadir que me desagrada francamente, y sin embargo el deseo de leer nuevamente tebeos me ha permitido dejarme envolver con facilidad por su singular atmosfera entre onírica, lírica y algo alucinada.


En El viaje Baudoin nos propone seguir las experiencias vitales de un ejecutivo parisino, casado y con un hijo, que sintiéndose apresado por la rutina y la monotonía de su vida cotidiana decide romper con todo y emprender un viaje de liberación. Por supuesto el viaje se torna pronto en un camino de hallazgos y descubrimientos, en un rosario de encuentros con personajes pintorescos, bellas historias y sucesos transcendentales que le permitirán alcanzar la tan deseada reconciliación consigo mismo y con su mundo. En definitiva, que la huida física se transforma inevitablemente en un viaje interior hacia lo más profundo, y por tanto lo más verdadero, de uno mismo.

Vamos, lo de siempre.
O lo de siempre en este tipo de obras con pretensiones existenciales que parecen poner en solfa las formas más convencionales del vivir y plantearse al tiempo modos alternativos a las mismas. Unas historias que hace unos años, cuando aun creía en la fantasía de la huída, en la posibilidad de escapar de uno mismo, me resultaban apasionantes pero que hoy día, perdida la fe, se me hacen un tanto aburridas y molestas. Y es que si se analizan bajo la fría y despiadada luz de la razón uno se da cuenta enseguida que todos esos modos alternativos de vida suelen condensarse siempre en una serie de tópicos y vaguedades que en verdad no dicen ni aportan nada. Por ejemplo, en el caso de Baudoin parece que las necesidades de liberación de su personaje se reducen al muy espiritual deseo de hacer el amor con cualquier desconocida (es lo primerito que hace en cuanto decide “liberarse”: preguntarle a la primera extraña que encuentra si quiere hacer el amor con él) y si acaso a vagabundear por ahí sin oficio ni beneficio. Pero es que además, por lo que se ve, para conseguir lo primero es condición sine qua non dedicarse con pasión a lo segundo: parece ser un hecho matemático, estadístico y también científicamente probado en laboratorios de todo el mundo que cuando se empieza a vagabundear todos quieren hacerse amigos tuyos, todas desean acostarse con uno al primer vistazo y además no tienen reparos, ni unos ni otras, ni hombres ni mujeres, en participarte de sus más íntimos anhelos como si te conocieran de toda la vida. Y si todo lo anterior es cierto, con más razón lo será que además te ofrezcan desinteresadamente alojamiento y comida gratis sin tener siquiera que pedirlo o dar las gracias. Algo que, mira tú por donde, a mí se me ha metido en la cabeza que no pasa con demasiada frecuencia en la vida real.

Y sin embargo...
Y sin embargo, si nos hacemos los tontos y fingimos creérnoslo, si consentimos en entrar en el juego que nos propone Baudoin y despreocupados le seguimos la corriente, entonces el cómic se llena de poesía y de magia. Porque El viaje no es una obra pensada para disuadir y convencer al lector de la verdad de su mirada, no está concevida ni sirve como objeto de análisis de una realidad concreta; mas al contrario aspira a hacerle partícipe de la misma por la vía de la seducción, del encanto que soborna al subconciente y esquiva los filtros de la razón para ayudarle, por qué no, a soñar con lo que se encuentra más allá de lo creíble y lo sensato. Leída de esta manera, El viaje deviene en una experiencia estética muy gozosa que justifica sobradamente el tiempo empleado. Y por supuesto ésta, y sólo ésta, será la forma de lectura que tendré en consideración a la hora de valorarla.


Puntuación: 8
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lunes, 3 de agosto de 2009

Mi jornada laboral

Hoy he llegado veinte minutos tarde al trabajo y me he ganado otra buena bronca de Teresa. Lo peor es que esta vez no había ninguna razón para ello. Otras veces sí, pero hoy no. Hoy he salido de casa con el tiempo suficiente como para haber llegado antes de que abrieran las puertas de la correduría. No con tanta holgura como para detenerme a desayunar en el California, pero sí con la suficiente como para poder solventar cualquier pequeño percance que pudiera surgirme por el camino.

Eso mismo es lo que ha sucedido.


A mitad de camino se ha puesto a parpadear con insistencia la luz ámbar del depósito de gasolina. Aunque he intentado apurar mi suerte, al final no me ha quedado más remedio que parar en la estación de servicio que hay frente al aeropuerto. Nunca me acuerdo de mirar el nivel de la gasolina hasta que estoy en reserva. Ni el del agua. Ni el del aceite. En verdad nunca miro nada del coche. La gasolinera estaba semidesierta; sólo un camión cisterna aguardaba su turno. He pensado que después de todo no iba a tener tanta mala suerte. El conductor se ha apeado y ha pedido lleno, por favor. El mozo de la estación ha necesitado casi diez minutos para llenarle el depósito. Después, cuando el camión se ha marchado, ha desaparecido también él. He esperado impaciente pensado que las necesidades fisiológicas son las necesidades fisiológica, pero que de todas formas me estaba haciendo la puñeta a base de bien. El mozo aun ha tardado más de un cuarto de hora en aparecer. Cuando al fin he salido de la gasolinera ya sabía que de nuevo iba a llegar tarde al trabajo. Al menos esperaba encontrarme poco tráfico en la carretera, pero decididamente hace tiempo que la suerte me ha abandonado. Me he topado con una procesión de tractores y remolques que me ha tenido los últimos kilómetros en tercera y sin pasar de cuarenta. Y no estamos en época de tractores.

Al final bronca y disgusto.


Antes nunca me disgustaban las broncas, pero desde que me esfuerzo por evitarlas cada una de ellas me echa a perder el día. Me doy cuenta de que por más que lo intente todo me sale del revés y eso me deja un regusto amargo a bilis y a frustración en el paladar. Para quitarme el mal sabor de boca he subido a ver a María. He preferido hacerlo por las escaleras. Últimamente estoy engordando mucho y he decidido hacer más ejercicio, andar más, ir a la piscina, nadar y todo eso. Por supuesto ni se me ha pasado por la mente la idea de comer menos. El bullicio es insoportable en la planta de reclamaciones. Cada vez hay más personal. Me he sentado frente a María y he estado unos minutos mirando el cristal roto de la ventana. El agujero es del tamaño de una grapadora grande. Sé que es del tamaño de una grapadora grande porque fui yo mismo quien lo rompió. Habíamos estado discutiendo por alguna razón que ninguno de los dos recordamos ya y entonces le tiré la grapadora grande a la cara. Pude tirarle la pequeña, pero preferí probar con la grande. Por suerte María logró agacharse a tiempo. Ahora en invierno, mientras hablamos podemos ver el vaho formándose a nuestro alrededor con cada palabra. En verano tenemos la sensación de que se está más fresco a la intemperie que allí. Mientras María ordena unos formularios pienso que deberíamos tener aire acondicionado. De hecho estuvimos a punto de tenerlo, incluso habíamos preparado ya el hueco que iba a ocupar en la pared de su despacho, pero al final la administración denegó la subvención para equipos de inversiones nuevas y nos quedamos con las ganas. Cuando en invierno se nos escapa el calor por el roto de la ventana, o se nos cuela en verano la calina, miramos los dos el hueco vacío de la pared y nos lamentamos de nuestra poca fortuna.

De eso hace ya casi cinco años.

En varias ocasiones le hemos suplicado a Teresa que haga cambiar el cristal roto de la ventana, pero ella prefiere hacerse la sueca. Sabiendo cómo sucedieron las cosas, nosotros tampoco nos atrevemos a insistirle con demasiada vehemencia. Durante casi una hora hemos rajado de Teresa. Aunque María nunca se lleva broncas, tampoco ella la soporta. Después, sin venir a cuento, me ha preguntado por qué nunca escribo sobre la oficina en mi blog. No he sabido qué contestarle. La verdad es que no lo sé. No tengo ni idea. Supongo que nada de lo que sucede aquí me parece interesante. María me ha hecho prometerle que escribiría una entrada sobre el día de hoy. Se lo he prometido con poca convicción y he bajado a mi despacho. Me he puesto a rellenar pólizas y he atendido al teléfono hasta la hora de salir. Lo más curioso de rellenar pólizas son los nombres de los asegurados. Tienen nombres de novela decimonónica, de personajes de Pérez Galdós: Tomás Urdiales y Urdiales, Jorge Santa Cruz Duarte, María Nube del Hoyo… Debería leer más a Galdós. Y a Shakespeare. Y ver alguna que otra película de vez en cuando. Debería pasar más tiempo en casa. Últimamente paso demasiado tiempo en los bares.

No he hablado con nadie más en el resto de la jornada.

No me ha pasado nada de vuelta del trabajo.Ya en casa he empezado a redactar estas notas; no tengo nada que contar y alargo superficialmente cada detalle, cada pensamiento que se me pasa por la cabeza. Incluso algunos los invento. Mientras las concluyo, me prometo a mí mismo que jamás volveré a escribir sobre mi vida laboral. Y si María insiste de nuevo, juro que le tiraré otra vez la grapadora grande a la cara. Y esta vez no pienso fallar.

¿Y el resto qué...?