sábado, 30 de diciembre de 2006

Me han readmitido en Tebelogs

Como ya habras podido comprobar, querido lector, he conseguido que mi blog vuelva a figurar en el listado. Supongo que la anterior desaparición de la misma responderá a algun tipo de error informático. El caso es que de las habituales cinco o seis visitas díarias que tenía últimamente he pasado ayer a nada más y nada menos que ciento ocho. Supongo que para muchos aun serán pocas, pero para mí son muchísimas. Ya solo falta que alguien se anime y deje algún comentario. Por pedir.



¿Y el resto qué...?

miércoles, 27 de diciembre de 2006

La voz del fuego , de Alan Moore

Admirador confeso de la obra de Moore como soy, no me podía resistir por demasiado tiempo a la terrible tentación que supone leer La voz del fuego, la primera novela del autor ingles y que recientemente ha publicado Planeta en España. Y es que era mucha la curiosidad por descubrir cómo se desenvuelve este grande del cómic dentro de los márgenes y exigencias de la narrativa tradicional sin dibujos: comprobar el estilo de su prosa, la elección de la forma narrativa, qué estructura vertebraría su novela o la temática sobre la que versaría. Muchos interrogantes que bien merecen un ordenado análisis. Así que, como diría el propio Dr. Gull, vayamos por partes.

1.-La prosa: ¿Sabe escribir Moore? Sabe escribir. ¿Escribe bien en La voz del fuego? No demasiado, diría yo. Lo confiesa el propio autor en la entrevista que le hace Raul Sastre con motivo de la publicación del libro y que se puede leer aquí; Moore quiere demostrar que sabe escribir y eso siempre es malo. El que sabe escribir, escribe, y el que no, se dedica a demostrar que sabe. En mi opinión la prosa de Moore es excesivamente recargada en algunos pasajes, excesivamente atenta a la descripción embellecida de paisajes y estados de ánimos. Algo que hecho con moderación no tiene nada de malo, pero que en exceso, como le sucede en algunos capítulos, llega a resultar incluso molesto. De todas formas, su nivel es cuanto menos correcto y no se le puede negar que la novela contiene también pasajes verdaderamente hermosos y de gran aliento poético. Como es el caso del relato dedicado al poeta ingles John Clare. Además hay que tener en cuenta que Moore adapta el estilo de su prosa a la época y condición del personaje que hace de narrador en cada relato. Así que algunos excesos verbales bien pueden ser justificados como exigencias de la narración. Aunque, sinceramente, mi opinión es que se tratan simplemente de lucimientos innecesarios.

2.- La estructura: Dividida en trece relatos independientes y autoconclusivos, sorprendéntemente es en la vertebración de la estructura de la novela, algo en lo que siempre se ha destacado en mundo del cómic, donde precisamente Moore se estrella con mayor estrépito. Y es que su novela se queda a medio camino entre la colección de relatos y la novela propiamente dicha, pero sin alcanzar a ser un buen libro en ninguno de los dos sentidos. Para haber sido verdaderamente una novela, como pretende Moore, le faltaría una trabazón más sólida que una las narraciones, que las interrelaciones y las haga entrar en conflicto, enriqueciéndose y matizándose mutuamente. Moore es consciente de ello -como manifiesta en la misma entrevista- y para lograrlo se encomienda a un último capítulo que el mismo denomina –y con razón- como suicida. En él se incluye a si mismo dentro de la novela y trata de esbozar una explicación de lo que sería la estructura secreta de su novela. Un intento desesperado que en mi opinión constituye un error casi imperdonable y que en ningún caso logra dotar a la novela de esa tan necesaria estructura que le de cohesión. Y es que esta fuera de lugar pretender explicar esta misma estructura: o existe, o no existe, pero querer explicarla... Lo adecuado, en mi opinión, hubiera sido que Moore enlazara de una u otra forma las distintas narraciones, de tal manera que fuera patente por si sola la razón que las une. Algo que esboza con algunas narraciones, pero que en global, y por más consciente que fuera Moore de esta necesidad, se acaba mostrando como insuficiente. Una verdadera lastima, pues un error de esta índole y tamaño echa obligatóriamente a perder por completo el libro.

3.- Las historias: Ya he dicho antes que la novela se estructura en trece relatos independientes que no alcanzan a ser ni novela ni colección de relatos. Y esto último no porque a las historias le falten interés en si mismas, ni muchisimo menos; muy al contrario Moore demuestra que es un excelente narrado y nos sirve un puñado de buenas narraciones con las que pone de manifiesto su dominio del ritmo y la tensión. Sin embargo la mayoría de estas parecen quedarse cojas y son difícilmente entendibles si no se consideran como partes integrantes de un dibujo global superior que las complete y dé todo su sentido. Ya digo, se quedan entre dos fuegos sin llegar a satisfacer ninguno. No obstante, la pericia narrativa de Moore las hace siempre amenas y muy entretenidas.

4.-La forma: Por forma entenderé la estructura narrativa, no del libro en general, sino de las propias narraciones. En este sentido cabe decir que Moore se decanta por la utilización de su particular versión del monologo interior, dando lugar así a momentos muy curiosos, como sucede con la historia contada por un individuo de la prehistoria, que tan poderosamente recuerda aquel clásico monologo del retrasado con el que Faulkner iniciara El ruido y la furia. O francamente hermosos, como el muy poético monólogo de John Clare. En todo caso, la elección de este recurso narrativo exige casi siempre de una segunda lectura que permita alcanzar una plena compresión de las historias.


5.- El tema: La historia como calor, la historia como ficción, la ficción como causa fecundante de la realidad misma, el imaginario colectivo como parte integrante de la realidad de ese mismo colectivo. Es decir, los mismos temas que en Serpientes y Escaleras, From Hell, Promethea o El Día del Juicio. Los temas y obsesiones recurrentes en Moore. Pero esto ya lo esperábamos.


En definitiva, una novela fallida, que deja un puñado de buenos relatos y la sensación de hallarnos ante un magnifico narrador al que acaso le falte aun cogerle el tranquillo a la novela como tal. O al que tal vez le ha traicionado su excesiva ambición. Sea como fuere, lo cierto es que me apunto para la lectura de su próxima novela, obra que por lo visto ya esta en proceso de elaboración.



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lunes, 18 de diciembre de 2006

Me han echado de Tebelogs

Pues sí y eso que he pedido la readmisión y todo, pero no hay manera. Supongo que no alcanzo la cuota de actualización necesaria de entradas (C.A.N.E) o, peor aun, mi blog no tiene la calidad suficiente para que nadie deba avergonzarse. El caso es que ya no figuro en el listado. Y sí antes tenía pocas visitas -sobre las veinte díarias- ahora no alcanzo ni las diez.

En fin, resignación, ya vendrán tiempos mejores. Por cierto - a ver si así consigo enganchar a alguien- estoy leyendo ahora La voz del fuego, del bueno de Moore, que me esta sorprendiendo de momento gratamente y del que prometo cumplida reseña próximamente.

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miércoles, 6 de diciembre de 2006

Travesuras de la niña mala

Aunque no sean quehaceres incompatibles, no es lo mismo, ni muchísimo menos, escribir bonito que escribir bien. Es más, yo diría que generalmente un exceso de preciosismo es señal inequívoca de una escritura deficiente. Y sí no, que se lo pregunten al bueno de Vargas Llosa. Comparen su escritura con la de, por ejemplo, un Carpentier o un Asturias y podrán comprobar lo deslucida que queda. Y sin embargo, quién se atrevería a decir de él que escribe mal. Porque la verdad es que Vargas Llosas tendrá todos los defectos que se le quiera poner –incluida su diestra, y no por hábil, orientación política- pero es un narrador como la copa de un pino. Habilidad que demuestra sobradamente también en Travesuras de la niña mala, novela que de no ser por ella, por su capacidad narrativa, se hubiera convertido en uno de los fiascos más grandes de su carrera literaria. Y es que en Travesuras de la niña mala el escritor peruano maneja materiales altamente peligrosos de los que con gran dificultad es capaz de salir airoso: cuenta las peripecias vividas, a lo largo de más de medio siglo, por dos seres atrapados en la vorágine de un amor destructivo y denigrante, que sin embargo, y de maneras distintas, se necesitan y buscan constantemente, llegándose, incluso, a ofrecer breves pero muy intensos momentos de felicidad. Una historia repleta de truculencias sexuales que se pasea alegremente por la frontera de lo inverosímil y lo grotesco, pero sin llegar a caer nunca de lleno en estas. Vargas Llosa reflexiona así sobre esa otra cara del amor de la que nada nos contaros los románticos, pues poco o nada tiene este amor de romántico y sí mucho, en cambio, de cruel ejercicio de poder. Algo, en verdad, tampoco excesivamente novedoso ni inspirado. Pero el autor de Conversación en la Catedral sabe enriquecer la narración con el excelente retrato de los lugares y acontecimientos históricos en los que se desenvuelven sus personajes, de forma que a uno le queda la sensación de haberse paseado por el Paris bohemio de los 50 y 60 o por el Londres del Flower Power de los 70. Incluso por una Madrid en plena apertura a la modernidad en los primeros años ochenta. Además tampoco olvida hacer, como es habitual en el, la crónica de las conmociones políticas sufridas por su Perú natal en este mismo periodo de tiempo. El resultado es un libro profundamente ameno que engancha como un best seller, pero que al final, también como los best seller, deja cierta sensación de vacío. Y sin embargo, yo se lo recomendaría a cualquiera: de Vargas Llosa, aun en sus momentos menos inspirado, siempre se aprende algo.

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miércoles, 29 de noviembre de 2006

Jack el destripador de Rick Geary: a la sombra de Moore

Suele pasar en el mundo del arte que a veces aparece un genio que en vez de abrir posibilidades va quemando todos los puentes a su paso. Es lo que viene ocurriendo con el bueno de Moore en el mundo del cómic: después de su Watchmen es ya muy difícil pretender hacer superhéroes en serio sin que la inevitable comparación destroce inmisericorde el intento. Pero este tipo de obras no solo ejercen su influencia sobre lo que habrá de hacerse después de ellas; tampoco se salvan las obras anteriores. Es lo que le ocurre a Jack el destripador de Rick Geary: en otro tiempo, en otro contexto, pudo tener sentido; después del From Hell de Alan Moore, no. Y es que después del From Hell de Moore es posible que nadie en el mundo del cómic se atreva a tocar el tema en mucho tiempo.

A pesar de todo, el trabajo de Rick Geary es interesante y aporta una visión algo diferente a la del guionista de Northampton. En él, más que mostrasnos detalladamente la historia de forma directa, como hiciera Moore, Geary se centra en la ilustración del diario de un contemporáneo a los hechos interesado en los mismos. De esta forma realiza la crónica de la confusión y el desconcierto con las que se vivieron los crímenes, dejando en el aire la autoría y ampliando la nomina de candidatos. Pero aparte de esto, la verdad es que poco más puede aportar Geary que no haya mostrado ya Moore. Incluso en el apartado gráfico se ve superado por la labor de Eddie Campbell. Los dibujos, al igual que los de Campbell, tratan de recrear los clásicos de la época victoriana, pero el resultado es, en mi opinión, demasiado estático y aun más feísta que los obtenidos por el dibujante australiano.

En definitiva, una obra que puede leerse pero que al día de hoy carece de demasiada justificación. Cosas que pasan.

Puntuación:6



¿Y el resto qué...?

martes, 28 de noviembre de 2006

Del cine de antes, del buen cine

Me gustaría dedicarle una reseña a cada una de las películas que he visto últimamente , películas que sin duda merecerían mejor tratamiento, pero lo cierto es que no ando demasiado bien de tiempo –maldito trabajo que ni dignifica ni mierda ni na- y lo más que puedo hacer es una pequeña alusión. Tampoco es que vaya yo a descubrirle nada a nadie: supongo que a quien le guste el cine de verdad sabe más que de sobra que ya no se hacen películas como las de antes. Y es que resulta raro poder encontrar en los tiempos actuales obras que combinen el entretenimiento y la calidad cinematográfica como lo hacían aquellas películas en blanco y negro y un millón de grises que produjeron los grandes estudios norteamericanos en los años 40 y 50. Así que lo mejor es recurrir precisamente a estas películas.

En fin, voy con ellas:

-La ruta del tabaco: La única comedia que le recuerdo a Ford (bueno, exceptuando El hombre tranquilo) y una de las películas, de entre las suyas, que más me ha impresionado. Un retrato de la miseria y la crueldad a la que se ven abocados aquellos que ya no son de utilidad para el sistema que esta casi a la altura de Las uvas de la ira y que a pesar de su barniz humorístico no esconde la dureza de su tema.

-Cautivos del mal: Posiblemente el mayor y mas completo retrato que el cine ha realizado sobre el cine. Una película en la que sobresale un guión que merodea la perfección, que no olvida ninguno de los estamentos que componen la industria (actores, guionistas, directores, productores, grandes y pequeños estudios…) y que en ningún momento es complaciente con nadie. Y todo ello sin renunciar a la tensión dramática y con un sin fin de homenajes claramente reconocibles. Sin olvidarnos, claro, de la dirección de Minnelli o de la interpretación de Kirk Douglas.

-Un tranvía llamado deseo: Si Ford es el mejor director de western, si Hawks lo es de aventuras, Wilder de comedias y Allen el mejor director de películas de Allen, Kazan se lleva la palma al mejor director dramático de la historia. Nadie ha sabido imprimir la intensidad asfixiante que este hombre imprimió a sus dramas. Y si no, vease Al este del Eden, La ley del silencio, Esplendor en la hierba o cojan este tranvía llamado deseo. Es verdaderamente admirable como Kazan es capaz de estar a la altura de la pieza de William y bucear de su mano por los límites mismos de la condición humana. Y de paso crear iconos de la fuerza de ese Brando descamisado.


-El tesoro de Sierra Madre: Antes he dicho que Hawks es el director de aventuras por excelencias. Algo en lo que me reafirmo, pero pidiendo disculpas al bueno de Huston. Y es que resulta muy duro negarle tal honor a quien dirigió obras maestras del genero como El hombre que pudo reinar o El tesoro de Sierra Madre. Aventura esta últimas sobre buscadores de oro de ritmo endiablado y que resulta toda una alegoría sobre la ambición y la búsqueda de la felicidad en los lugares equivocados. El final no lo desvelaré, pero para quien conozca la obra de Huston tampoco le será difícil imaginarlo.

-Pather panchali (La canción del camino): Bueno, esta no es norteamericana, pero no desmerece en nada a las anteriores. Una muestra ejemplar de cómo sin grandes medios, sin grandes decorados, sin actores conocidos (pero si muy buenos) y sin artificios de ningún tipo también se pueden hacer obras extraordinaria. Eso sí, se requiere una gran sensibilidad y un gran talento. Como el de Satyajit Ray, capaz de hacer interesante algo que nos puede resultar en teoría tan ajeno como lo son las gracias y desgracias de una pobre familia hindú. Y es que al final hay algo que siempre nos hermana con cualquier ser humano de cualquier recóndito lugar: las mismas pasiones, los mismos anhelos, las mismas ilusiones y decepciones que en el fondo nos convierten en ello, en humanos.

Pues hala, ahí queda eso, cine del bueno en reseña de la mala.

¿Y el resto qué...?

martes, 7 de noviembre de 2006

La tumba de las luciérnagas, de Isao Takahata

Que levante la mano –o el pubis, que decían Martes y Trece- quien conozca a Isao Takahata. Ya me imaginaba yo que seríais pocos. Pues este señor tan desconocido acumula, entre otros, los meritos de ser el maestro del maestro Miyazaki, el padre de Heidi y Marcos y además, el director de esta autentica joya del cine de animación y del cine sin más que es La tumba de las luciérnagas: hasta tres veces consecutivas la he visto en el último fin de semana, del entusiasmo que me ha producido el film.

Y es que la contemplación de La tumba de las luciérnagas resulta un espectáculo tan conmovedor –ya digo, es del padre de Heidi y Marcos -como fascinante e hipnótico; cuenta las desventuras y miserias soportadas durante los bombardeos norteamericanos en la II Guerra Mundial por un hermano y una hermana japoneses de corta edad (unos catorce años el niño y unos cinco la niña) cuando quedan huerfanos (como Marcos) y se ven obligados a sobrevivir como malamente pueden. Sin embargo, tras este planteamiento tan poco atractivo –al menos a mi me lo parece- se esconde un film cuyas imágenes se cargan de poesía y son capaces de remontar alguna que otra caída innecesaria en el sentimentalismo y la ñoñería excesiva. Tanto que incluso a la hermana pequeña, que se pasa todo el metraje entre risas y lagrimas sin cuento (como Heidi), se le acaba tomando cariño. En este sentido cabe destacar la soberbia dirección de Takahata, que hace gala de un pulso narrativo verdaderamente envidiable, henebrando la trama a través de un ritmo sosegado y detallista que realza la belleza de sus imágenes. Como cabe destacar también la música de Yoshio Mamiya, que se une a la fiesta con acierto. Además el film funciona también como un duro testimonio del precio que debe estar dispuesto a pagar un país por apuntarse a la locura de la guerra.

Una pequeña maravilla que todo el mundo debería conocer, aunque no es recordable para ánimos con tendencias suicidas; difícilmente podrán evitar el desenlace trágico.

¿Y el resto qué...?

sábado, 28 de octubre de 2006

Alfonsina Storni

Como me gustó la experiecia de ee cummings, subo otro poema delicioso sin que necesite esta vez la excusa de una mini. La elegida es esta combativa mujer tan adelantada a su tiempo y qeue es más conocida por la canción Alfonsina y el mar que por su propia obra poetica. Qué injusta puede llegar a ser la vida.


LA CARICIA PERDIDA


Se me va de los dedos la caricia sin causa,
se me va de los dedos... En el viento,
al pasar, la caricia que vaga sin destino ni objeto,
la caricia perdida ¿quién la recogerá?
Pude amar esta noche con piedad infinita,
pude amar al primero que acertara a llegar.
Nadie llega. Están solos los floridos senderos.
La caricia perdida, rodará... rodará...
Si en los ojos te besan esta noche, viajero,
si estremece las ramas un dulce suspirar,
si te oprime los dedos una mano pequeña que te toma y te deja,
que te logra y se va.
Si no ves esa mano, ni esa boca que besa,
si es el aire quien teje la ilusión de besar,
oh, viajero, que tienes como el cielo los ojos,
en el viento fundida, ¿me reconocerás?
Ahí queda eso.


¿Y el resto qué...?

martes, 24 de octubre de 2006

Scoop de Woody Allen

No es ningún secreto, o lo es a voces, que Woody Allen es mi director favorito, del que estoy dispuesto a defender casi cualquier película, por más mala que insista la crítica oficial en considerarla. Por ejemplo, a mi me encantan títulos como Sombras y niebla, Acordes y desacuerdos, La maldición del Escorpión de Jade, Todo lo demás, Septiembre o Melinda y Melinda; películas que jamás entrarán en el canon Alleniano y que sin embargo me parecen pequeñas maravillas, cada una a su manera. De todas formas, no me tengaís por fanático incondicional del director judío; también hay un tipo de film que no le soporto a Allen: aquellos en los que únicamente trata de hacer reír, sacrificando cualquier otro aliciente. Como en sus primeras películas, esos engendros del tipo de Bananas, El dormilón o Todo lo que siempre quiso saber sobre el sexo y nunca se atrevió a preguntar. Lista a la que tendré que unir desde ahora también esta Scoop. Aunque en verdad los defectos de Scoop sean de un tipo muy distinto a los de aquellas primeras películas. En su caso se trata más bien de la molesta sensación a película ya vista que inunda cada fotograma; de temas, tramas, giros, gracias y sorpresas ya gastados. Aunque este es un defecto en el que se viene insistiendo desde hace tiempo, pues recordemos que hablar del agotamiento creativo del cine de Allen se ha convertido ya en un lugar común más frecuentado que el de la muerte de la novela, lo cierto es hasta ahora yo siempre había encontrado algo diferente en cada título, aunque fuera solo en cuestión de matices. Algo que no consigo con Scoop, con la que me declaro completamente incapaz de realizar tal hallazgo. La trama detectivesca guarda demasiados puntos en común con Misterioso asesinato en Manhattan; los personajes y escenarios recuerdan en exceso a los de la reciente Match Point –aunque con el sexo cambiado: ahora la arribista es ella y el rico él- y las referencias a la magia y al más allá parecen servidas directamente desde Sombras y niebla, Alice o La maldición del Escorpión de Jade. Lo que la convierte en la primera película de Woody Allen en mucho tiempo a la cual no estoy dispuesto a defender.Y eso que cuenta con la actuación de la siempre sugestiva y estimulante Scarlett Johanson. Lo único que puedo decir en su favor es que tal a aquellos que no conozcan a fondo la obra del director neoyorquino no les resulte tan previsible y aburrida como a mí y hasta puede que sean capaces de disfrutarla con provecho. Afortunados ellos. Desgraciado de mi.


¿Y el resto qué...?

lunes, 23 de octubre de 2006

Stuck rubber baby

Se preguntaban los filósofos de la época, tras la II Guerra Mundíal, si en un mundo que había vivido los horrores del Holocausto judío podría seguir haciéndose poesía. Parecía una duda razonable. Sin embargo, la realidad, siempre tan pertinaz e imprevisible, acabó por demostrar todo lo contrario; no solo era posible seguir haciendo poesía sino que además se hizo mucha y muy buena precisamente con el motivo del Holocausto como razón de ser. Tanta que William Styron llegó a afirmar en su novela La decisión de Sophie que cualquier obra relacionada con éste estaba irremediablemente condenada al éxito. Lo que resulta muy difícil de negar en vista de lo sucedido con La lista de Schinller, Shoah, La vida es bella, Sin destino o nuestro Maus, y que a mí me lleva a contemplar este tipo de obras siempre con una pátina de desconfianza.

Bien, vale, pero…¿qué tiene todo esto que ver con Stuck Rubber Baby de Howard Cruse? Pues muy sencillo: tengo la impresión de que en el mundo del cómic el equivalente a la fórmula: Holocausto judío = éxito de crítica y público es: Obra realista y/o socialmente comprometida = éxito de crítica y público. Es decir, obras como Stuck Rubber Baby, verbi gracia. Por ello confieso que inicié su lectura con la suspicacia de quien teme que las estupendas críticas recibidas estuvieran fundamentadas en cierta medida en esta misma razón. Sin embargo nada más alejado de la realidad: Stuck Rubber Baby es una de las novelas gráficas más sólidas y bien escritas que yo recuerde haber leído en mucho tiempo –y si mirais mis últimas reseñas podréis comprobar que últimamente he estado leyendo a Moore, Sacco o Sampayo- siendo, además, dentro del mundo del cómic de las pocas que por complejidad y profundidad funcionan verdaderamente como tal en todos los sentidos, es decir, como una auténtica novela. En ella Cruse recrea con minuciosidad la idiosincracia de ese sur profundo norteamericano que en la década de los sesenta, durante la era Kennedy, sufrió los violentos choques entre quienes lucharon en defensa de los derechos civiles y la apertura a la modernidad y aquellos que deseaban perpetuar el estado de las cosas, bien en beneficio propio o bien en nombre de la tradición y la identidad –triste identidad- colectiva de un pueblo. Negros, gays, lesbianas o simplemente mujeres oprimidas se dan cita en las páginas de Stuck Rubber Baby para componer un hermoso canto a la libertad y a la diversidad de estilos de vida. Pero además, Cruse enriquece su novela gráfica contraponiendo a estas luchas colectivas los conflictos internos de un individuo que, más allá de la comprensión del resto de la sociedad, necesita, en primera instancia, lograr aceptarse en su verdadera identidad. Porque al fin y al cabo es precisamente ahí donde reside la clave del, en opinión de Borges, desmedido aprecio de nuestra sociedad por la libertad: sin ella es imposible manifestar y desarrollar la verdadera identidad, sin ella no se puede aspirar a descubrir esa forma de ser que es propia de cada uno, que nace de las vísceras, que es más fuerte que cualquier condicionamiento social o cultural y es condición sine qua non, en definitiva, para lograr la felicidad.

Pues nada, que en mi opinión nos encontramos ante el que seguramente va a ser el mejor cómic publicado en España en este año 2006. Y todo eso a pesar de mis reticencias iniciales.


Puntuación: 10



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miércoles, 11 de octubre de 2006

11 de octubre: Día del lector de La vida en viñetas

Hoy, 11 de octubre de 2006, antesala del día de la hispanidad, se celebra el I Día del lector de La vida en viñetas. Así que hoy os toca a vosotros tomar la palabra y dejar vuestras impresiones.
Por supuesto estoy un poco de broma, pues en rigor el día del lector son todos los días, que para eso está la sección de comentarios. Pero es que con toda esta guerra de blogs que se ha desatado en nuestro mundillo digital, se me ha abierto la curiosidad por saber si esto que yo escribo lo lee alguien y si existe tamaño incauto, que opinión le merece. Supongo que aquí vendría decir ahora eso de pedimos tu colaboración para poder ofrecerte un mejor servicio. Pero eso sería mentir –que vicio más feo y, como todo vicio, que imprescindible- así que la verdad es que lo pregunto simplemente por alcahuetear. Admito todo tipo de critica despiadada e incluso sin fundamentar. De todas formas, digais lo que digais, no voy a cambiar nada: esto es ya lo mejor que puedo hacer. O lo único que me sale.
Pues nada, que muchas gracias por adelantado para quien tenga la deferencia de saciar mi curiosidad. Y a los que no, que coño, gracias de todas formas: sí a mi en el fondo me da todo igual.



¿Y el resto qué...?

La solución perfecta

Había encontrado la solución perfecta…
Con Narcóticos estrechando el cerco y las comunicaciones bloqueadas, a él se le ocurrió codificar la información en un relato sin sentido y pasarlo a través del concurso mensual de un foro de internet. La idea funcionó y a partir de entonces se convirtió en el procedimiento habitual.
Eso sucedió a principios de año.
Para abril el negocio marchaba viento en popa y a él le sobraba humor como para mejorar las historias y dotarlas de significado; fue así como en mayo consiguió sus primeros votos. Animado, en junio cuidó más su prosa; en julio incluyó algo de ironía y para agosto probó a sorprender con un final inesperado. Por esa misma época alguien se quejó de la creciente complejidad de las claves.
En octubre, por exigencias de la narración, decidió suprimir el lugar de entrega y variar la hora; se truncó la operación y le llovieron las críticas, pero la minificción funcionó
y consiguió la mención honorífica.
Y al fin, en diciembre, el éxito; el relato comenzaba así: Había encontrado la solución perfecta…


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martes, 10 de octubre de 2006

La revolución de los cómics, de Scott McCloud



Si hay un hombre que se ha destacado en el mundo del cómic por la osadía y la capacidad de penetración –no seáis mal pensado; hay otras formas de penetración no tan divertidas pero que también merecen la pena- con la que ha diseccionado el lenguaje del noveno arte ese es Scott McCloud. En su ya clásico Entender el cómic, el autor norteamericano nos ofreció un recital inigualable –o al menos inigualado- de los recursos de que dispone el cómic;  validos incluso para analizarse a sí mismos. Una osadía a la que ni el  maestro Eisner se había atrevido en sus  estudios El cómic y el arte secuencial y La narrativa gráfica. Con estas credenciales era difícil resistirse al siguiente trabajo teórico del de Boston. Y efectivamente, no me he resistido, aunque me he tomado mi tiempo. Unos dos años para ser precisos.

A diferencia de Entender el cómic, McCloud abandona en La revolución de los cómics  el análisis de las posibilidades expresivas del medio y se centra en la tarea de tomarle el pulso al cómic desde la perspectiva del bien de consumo, es decir, del objeto con capacidad de negocio. De esta manera deja atrás las nobles regiones del arte y se adentra en la despiadada selva del dinero. Y es que no podemos obviar que para que haya de lo primero no queda más remedio que medrar en lo segundo. En este sentido el autor nos propone hasta doce revoluciones que en el mundo del cómic deberían llevarse a buen termino para garantizar su normalización cultural y social. Entre ellas, algunas que a mi me parecen tan sangrantes y urgentes como la diversificación de géneros: todo tipo de comics para todo tipo de lectores. O la conservación de los derechos de autor  por parte de dibujantes y guionistas, que les permita una mayor independencia creativa frente a las grandes editoriales. Temas de interés que sin embargo están marcados por una lógica dependencia del momento y que posiblemente condenen a este volumen a una vigencia efímera y transitoria. De todas formas es una lectura siempre interesante, llena de sugerencias y puntos de vistas esclarecedores.


Ahora bien, dicho esto, me vais a permitir que rescate de entre todas las propuestas la que más me ha sorprendido y a la que quisiera convertir en excusa para la reflexión. Hablando precisamente de la diversidad de géneros, McCloud afirma que la novela gráfica requiere de la aparición de un mayor número de trabajos naturalistas en los que se prescinda de la imaginación desatada y se ponga el acento en la representación del mundo tal cual es. Es decir, que traten con más frecuencia temas serios. Una opinión que puede comprenderse atendiendo al momento por el que atraviesa el cómic, dominado siempre por el género, pero que en el fondo no deja de resultar contradictoria con la vindicación de la amplitud de miras del cómic. Porque al fin y al cabo  la propuesta, o el ruego, no pasa de ser más que otra manera, quizá menos evidente, de ponerle puertas al campo. Entiendo que McCloud vea necesario que el cómic supere el reto y demustre su capacidad para contar incluso las historias más apegadas a la realidad; que pruebe que puede adentrarse en la Historia, en la intrahistoria o en la vida cotidiana y subterranea de los seres humanos. Es decir, que es capaz de hacer exactamente todo lo contrario de lo que hasta ahora se le ha asignado como propio. Y sin embargo creo que esta visión contituye a la larga un error que pone de manifiesto la débil situación en la que vive el noveno arte. Creo que la normalización del cómic sólo se conseguirá cuando pueda afrontarse el proceso de creación sin ningún tipo de complejos ni limitaciones; con el descaro que ofrece la plena libertad o con la plena libertad que surge del descaro. Porque, en definitiva, el mundo del cómic no tiene de qué avergonzarse cuando opta libremente por expresarse a través de la ciencia ficción, o de la fantasía más desatada, ni siquiera -horror- por medio de los superhéroes. Lo único que debe avergonzar al cómic es producir malas obras, sean del género que sean. Y de lo único que estaría bien que se preocupara es de crear más obras de calidad, aún tomando la premisa o la excusa que le dé la gana tomar. Como ha hecho siempre la literatura o el cine. Esa debería ser la única prueba de madurez del medio y el requisito inexcusable para hacerse acreedor a la plena normalización.



¿Y el resto qué...?

lunes, 9 de octubre de 2006

ee cummings

Con sólo mirarme me liberas,
aunque yo me haya cerrado como un puño
siempre abres
pétalo tras pétalo mi ser,
como la primavera abre con un toque
diestro y misterioso su primera rosa.
Ignoro tu destreza para cerrar y abrir
pero, cierto es que algo me dice
que la voz de tus ojos
es más profunda que todas las rosas.
Nadie, ni siquiera la lluvia,
tiene manos tan pequeñas

He aquí los versos de ee cummings aludidos en la minificción anterior. Una verdadera delicía -los versos, no la mini- que los cinefilos reconoceran sin problemas de la película Hannah y sus hermanas, de Woody Allen.



¿Y el resto qué...?

Nadie, ni siquiera la lluvia...

Ella se desliza bajo el suave lino al amparo de la penumbra, el silencio y la ira; sabe que tras lo sucedido aquella tarde en el centro comercial un sentimiento hiriente y frío como una astilla de hielo se le ha clavado en el corazón. Él apenas levanta la vista del libro y se mantiene callado; mejor, no quisiera por nada del mundo tener que enfrentar ahora lo que, acaso por inevitable, ya tampoco reclama urgencia. Sólo desea dormir, olvidar la imagen de su marido besando a aquella extraña, olvidar su sumisa humillación y tratar de ganar las fuerzas necesarias para intentar cambiar las cosas.
Entre las sabanas sus cuerpos se rozan levemente; ella lo rechaza, se ovilla sobre si misma y cierra los ojos con intensidad. No quiere mirar los de él, los rehuye como si pudieran convertirla en piedra; no quiere ni puede dejar que ésta vez sea una vez más. Sin embargo, cuando los abre, al igual que en las ocasiones precedentes, sus miradas terminan por cruzarse. Y entonces, maldita literatura, le vencen de nuevo aquellos viejos versos de ee cummigs. Nadie, ni siquiera la lluvia tiene manos tan pequeñas.

¿Y el resto qué...?

Superlópez: de lo soso a lo lamentable

Ahora que Mortadelo y Filemón están en el candelero gracias a los furibundos ataques de los defensores de la moral, el orden, la fe en el único dios verdadero, la unidad por cojones de España, la explotación laboral, las guerras ilegales a cambio de petroleo, las paranoias de Federico Jiménez Losantos y una cuantas cosas más que evidentemente merecen ser defendidas, ahora me acuerdo yo, vete tú a saber por qué, de los tebeos de Superlópez. A decir verdad –que es a lo que se viene aquí-, sí sé por qué. Para mí ambos tebeos forman parte de una unidad inextricable dentro de la estructura de mis recuerdos infantiles. Así que no es raro que nada más oír hablar de los personajes de Ibáñez se me disparen los recuerdos también hacia la creación de Jan. Fueron descubrimientos paralelos y ambos participaban de esa forma de estar en la vida tan graciosa y tan castiza que se caracteriza, al contrario de lo que sucede en los cómic de superhéroes americanos, que también devoraba con pasión en mi tierna infancia, más por la irrefrenable tendencia a perder o a ser golpeado con generosidad y frecuencia que por ganar o golpear. Claro, que puestos a elegir, casi todos mis amigos preferían Mortadelo y Filemón. Son más descacharrantes, decían ellos. Yo, sin embargo, siempre preferí Superlopez. Sus aventuras, además de graciosas, me parecían eso, aventuras. Mortadelo y Filemón por su parte no pasaban, a mí entender, del conjunto de chistes vagamente hilvanados.

Así que no os podéis imaginar –tal vez sí, quién sabe- como disfrutaba yo con la lectura de El Supergrupo, o de La semana más larga y los despistes del inspector Hólmez, con Los cabecicubos, ese trasunto cuadriculado de lo que fue nuestra guerra civil, de las triviales batallas de los dioses en La caja de Pandora, o de los descabellados excesos de La gran superproducción. ¡Qué etapa más gloriosa! Y qué decepcionante evolución. Y es que a partir del Cachabolick Blues Rock, los tebeos de Jan bajaron de calidad de una forma tan alarmante que a mi se me hace muy difícil entender como es posible que el mismo autor que nos sirvió las obras maestras anteriores pudiera acabar por dejaronos pestiños tan insoportables como el Periplo búlgaro, El hotel Pánico o El asombro del robot. Realmente lamentable.

Pues bien, hasta aquí más o menos la historia oficial que todo el mundo conoce. Toca ahora ir con lo que ésta no cuenta. Porque si bien es cierto que después de La gran superproducción, Jan jamás volvio a recuperar el nivel de los primeros números, creo que dentro de su etapa oscura –por mala, no por otra cosa- existen aventuras que tal vez merezcan ser rescatadas y reconocerles algunos meritos. Ese es el objetivo de mi post: hacer mención de esas islitas de luz dentro de la mediocridad general de la segunda mitad de las aventuras de Superlopez.

-En el país de los juegos, el tuerto es el rey: Creo recordar que ésta es la única aventura turística de Superlópez que se desarrolla en un país imaginario –Tontecarlo-, aunque fácilmente reconocible. Una premisa ingeniosa –un país en el que nadie trabaja y todo el mundo se gana la vida con el juego- le sirve a Jan para hacer una divertidísima reflexión sobre el papel del estado como suministrador de vicios.

-El tesoro del Ciuacoatl: Enésimo periplo de Superlopez, esta vez por tierras méxicanas. Pero ahora, aún con su buena dosis de turismo, Jan da mayor relevancia a la aventura y nos ofrece una muy entretenida búsqueda de un viejo tesoro por parte de varios bandos enfrentados. Una historia muy del estilo y gusto de la que rodaba John Houston (El tesoro de sierra madre).


-Los ladrones de ozono
: Vaya, me atrevería yo a decir que si alguna obra maestra nos legó la etapa mediocre, debe ser sin duda ésta muy dura sátira del V Centenario del descubrimiento de América. Pero lecturas sesudas y profundísimas aparte, Los ladrones de ozono recupera el sabor del mejor Superlópez clásico, de aquellos viejos tiempos en que el superhéroe catalán se las tenía bien tiesas con todo tipo de mostruos, a cual más delirante, y en escenarios espaciales. Y eso es lo que nos depara esta aventura: mucha acción, muchos alienígenas y mucha diversión.

En fin, hasta aquí llega mi rehabilitación de Superlopez. No es un gran bagaje, pero algo es algo. De todas formas advierto que deje de leer sus aventuras, salvo esporádicas excepciones -o decepciones, como El gran botellón, hacia el número 31, exactamente con el insoportable El crack. Por tanto aun me faltaría por leer unos 15 volúmenes, es decir, que podría existir alguna otra aventura salvable. Pero eso ya que lo compruebe otro.

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lunes, 11 de septiembre de 2006

El Día del Juicio

Siguiendo un poco la estela y la recomendacion de nuestro carcelero digital favorito, Alvaro Pons , me he decidido, al fin, a dar cuenta de El Día del Juicio, el penúltimo acercamiento del genial barbudo al género de los superheroes … ¿O habría que decir mejor del no menos genial Rob!?. La verdad es que es difícil asegurar con certeza, tras su lectura, a quien se parece más la criatura; si a papa Moore o a mama –con perdón- Liefeld. Y es que si a Moore le basta con apenas un poco de oficio y las sobras de otros trabajos –como Watchmen o Promethea- para conseguir una historia muy por encima del estandar de calidad habitual, a Liefeld le es suficiente una sola página –cualquier página, eso queda a elección del lector- para mostrar y demostrar que él es el dibujante más dotado de la historia del cómic para esto de hacer pensar a los lectores: en obligarles a preguntarse en qué diablos piensa este hombre cuando compone una página, con qué parte de su anatomía realiza sus trabajos, o quién fue el sádico desalmado que le dijo a Rob! que sabía dibujar. Es tremendo comprobar como este genio sin parangón consigue dejar en los huesos, una a una, todas las ideas de Moore, cómo echa a perder cualquier atisbo de tensión dramática, como neutraliza la fuerza de todos los giros argumentales…. En fin, ya digo, un talento excepcional al alcance de muy pocos.

Pero bueno, tratemos de obviar la evidencia y centrémonos mejor en el trabajo de Moore. Como ya indique antes, en esta su enésima vuelta de tuerca al genero de los superhéroes, el guionista británico, a medio gas, se vale de ideas ya ensayadas en otras obras para componer una historia que va más allá, como siempre pasa con él, de los limites que se le suponen a los superheroes. Y es que El Día del Juicio bien puede leerse en clave de repaso de la historia y evolución del genero, al estilo y forma de Watchmen, o bien, olvidándonos un poco de estos, entenderla como un estudio del poder del mito, la palabra y la imaginación a la hora de crear la realidad. Es decir, algo muy parecido a lo que ya venía insinuándonos en otras obras como Promethea o Serpientes y escaleras.

Así, cogiendo la primera de estas posibilidades, se la podría considerar casi como una continuación natural de Watchmen, en la que Moore arremete sin piedad contra una industria carente de ideas realmente validas y cuya única propuesta para su renovación ha sido, a lo largo de los años, la de cargar las tintas en el plano de la violencia y el sexo. Moore se ensaña fundamentalmente con los derroteros tomados por el cómic de superhéroes a partir de los ochenta, años en los que obras como las suyas o las de Frank Miller sirvieron de coartada para que autores sin talento ni nada que contar, como MacFarlane o el propio Liefeld, llenaran los tebeos de mutantes salvajes, bazocas desproporcionados o mujeres de pechos y caderas imposibles. Moore personaliza en la figura del asesino -juro que he estado a punto de escribir quien es- el trasunto imaginario de ese guionista irresponsable que en la realidad, y en virtud del beneficio propio, fue un paso más allá y propició la descomposición del universo superheroico. Una descomposición de cuyos perjuicios aún tardará la industria y el noveno arte en reponerse.

Sin embargo, a otro nivel de lectura, la obra es también una defensa de la realidad entendida como acto de creación, una vindicación de esa maravillosa facultad humana de reinventarse y reinventar su mundo con la sola herramienta de su imaginación y la palabra, de ese don que es capaz de elevarnos a la altura de los propios dioses. Y es que para Moore el hombre es la resulta de la curiosa alquímia entre materia y verbo, entre carne y sueño, entre lo que es y lo que podría ser. Y esto entendido tanto para bien como para mal.

Por cierto, y hablando de todo un poco, me resulta curioso ese invento de un libro con todas las historias posibles, que tan poderosa e inevitablemente recuerda al libro de arena de Borges. ¿Habrá leído el de Northampton al de Buenos Aires? Apostaría a que sí.

De todas formas, aun siendo de lo más interesante que se puede leer dentro del género, no consigue alcanzar el nivel que todos sabemos que el ingles podría dar si se lo propusiera en serio. Nada, habrá que esperar a la lectura de Lost Girl para recuperar al mejor Moore. O a la anhelada conclusión de Big Numbers. O a la rocambolesca reedición de Miracleman. En cualquier caso, pertrechémonos de paciencia…

Puntuación: 7



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viernes, 1 de septiembre de 2006

Billie Holiday

Supongo que cuando uno se decide a leer una reseña –no las mías, por supuesto, que ya he demostrado con generosidad mi incapacidad para ello- lo hace con la esperanza de encontrar alguna clave importante que le permita acceder a un entendimiento más profundo y verdadero de la obra reseñada. Pues bien, sí así es, vaya por delante la que yo considero como fundamental para entender lo que es esta Billie Holiday: Muñoz y Sampayo. Dos nombres y un equipo creativo que es sinónimo de calidad y humanidad y que nos ofrecen, una vez más, toda una lección magistral de lo que puede llegar a ser un cómic -ese vehículo expresivo que muchos quieren reducir a la categoría de simple entretenimiento para niños, adolescentes y adultos sin madurar- cuando se hace desde la inteligencia, la sensibilidad, la sinceridad y el buen gusto.

Billie Holiday es, obviamente, una biografía de la cantante norteamericana (ya, ya, ando fino últimamente); es además, como suele gustarle al tandem argentino, una denuncia de las contradicciones internas que asolaron y asolan al país de las libertades –según se autoproclaman ellos mismos, claro-, un país roto por las injusticias donde no todos los individuos tienen garantizados esos mismos derechos que su propia constitución les reconoce. No obtante, a mí me gusta más leer esta obra como una hermosa reflexión sobre la relación entre el artista –el ser humano- y su obra. Así Muñoz y Sampayo evitan hacernos el verso y pintarnos un retrato idealizado de la cantante; muy por el contrario nos la muestran tal cual fue: alcóholica, drogadicta, e incapaz de revelarse frente a los hombres más miserables que encontró a lo largo de su vida y a los que sin embargo amó ruinosamente. Una mujer a la que es imposible admirar antes de oírla cantar, tanto como no hacerlo una vez que se le escucha. Porque cuando Billie Holiday canta un poderoso torbellino barre y se lleva con él todas las miserias de este Ser en el mundo y en el tiempo para dejar sólo la esencia y la grandeza de lo que podría haber sido; acaso de lo que fue de una forma más profunda y verdadera. Porque sólo a través de la canción, sólo a través de su arte, esta mujer pudo encontrar una vía de escape y otra forma de manifestarse más allá de las estrecheces que las circunstancias azarosas y desgraciadas de su vida y su tiempo le impusieron. Tal vez, por esto mismo, haya más Billie Holiday en sus canciones que en todas las anécdotas de su vida. Y tal vez sea por ellas precisamente, y sólo por ellas, por lo que deberíamos recordarla.

Para mostrarnos este abismo entre el ser humano y el artista, Muñoz y Sampayo nos contraponen a los hechos de su vida, rememorados a través de la investigación de un periodista al que han encargado escribir un artículo por motivo del aniversario de su muerte, y que generalmente son de gran dureza y crueldad, los recuerdos dulces y agradecidos que de ella tiene el personaje insignia de estos autores, Alack Sinner, compuestos por pequeños cruces y grandes descubrimientos que sin duda hicieron más hermosa su vida – la de Sinner- y que engrandecieron también, aunque fuera sin saberlo y en la ficción, la de la cantante.

En cuanto al apartado gráfico, supongo que no es necesario, cuando a los lápices está José Muñoz, notar nada sobre el mismo. No será necesario, pero yo voy a decir algo que me tiene un poco mosqueado: es indudable lo maravilloso de su dominio del claroscuro y la mancha, pero... ¿tiene que usar siempre los mismos recursos, sea cual sea la historia que cuente? ¿No tiene este hombre más registros?
En fin, bueno está, hay cosas peores en la vida.


Puntuación: 9


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Las dos lecciones

El Emperador Qin Shi Huang dormía profundamente. Soñaba con una mariposa de vivos colores que revoloteaba en su alcoba. La mariposa se acercó al lecho y con elegantes palabras, que fueron muy del agrado de Qin Shi Huang –la que más le gustó fue yogurtera, aunque transexplendido tampoco le dejó indiferente-, le reveló el anhelado secreto de la vida digna. Qin Shi Huang despertó inmediatamente y sin perdida de tiempo comenzó a redactar su “Vida revelada por una mariposa”, tratado que entre guía espiritual y ordenamiento jurídico publicó y promulgó hacia el año V de su propia era.
De esta manera el imperio acató con modélica lealtad –aquí las malas lenguas señalan que la pena de muerte con que se castigaba cualquier incumplimiento ayudó mucho a que así sucediera- las nuevas costumbres que en él se recogían: aún con las lógicas dificultades, los ciudadanos aprendieron a volar y a libar la miel de las flores; las mujeres descubrieron las mejores plantas donde dejar sus huevos y los niños a tejer y romper sus crisálidas. Y sin embargo, a pesar de la honda sabiduría de los consejos de la mariposa y del impetuoso celo con que los ciudadanos los llevaron a la práctica, el imperio se sumió inexplicablemente en la tristeza y la melancolía. Tanta que, apenas diez años después de su promulgación, no hubo más remedio que derogar la vigencia del tratado.
Quin Shi Huang había aprendió una la lección: acaso lo que resulta bueno para una mariposa puede no serlo para un ser humano. Yo propongo otra bien distinta: hay que estar muy tonto para hacerle caso a cualquier bicho parlante que venga en sueños a revelarte nada.


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jueves, 31 de agosto de 2006

Johnny Farrell ha muerto


Que dios guarde en el cielo de los aventureros –que en nada se parecerá, afortunadamente, al de los buenos creyentes- al hombre que hizo su propia suerte y que pasará a los anales de la historia por una verdad a medias: Gilda le abofeteó primero. Él sólo se defendía.





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