martes, 29 de mayo de 2007

Pirateando cómics, de Dylan Sisson

"Querido consumidor:"

Así, de esta manera tan irreverente, desarmante y desternillante empieza Dylan Sisson el prólogo de Pirateando cómics, su particular versión del Entender el cómic de McCloud, es decir, tirando con bala desde las primeras palabras contra cualquier atisbo de pretensión artística que el cómic pueda abrigar. Sisson construye una parodia de negrísimas intenciones que ataca sin piedad tanto a la obra como al autor de Boston, riéndose y haciéndonos reír con las simplezas, el rebuscamiento, la egolatría y el mesianismo que al bueno de McCloud también se le cuelan en su por lo demás estupenda obra teórica. Para ello se cuelga de los hallazgos visuales de este y los retuerce hasta dejarlos convertidos en alegres caricaturas que hacen las delicias del consum… perdón, del lector y supongo que la pascua a McCloud. Y además, y en cierta medida, hasta tiene sus razones para hacerlo:

-Para poner en su sitio el exceso de entusiasmo de aquel con respecto a las posibilidades del cómic entendido como medio de expresión artística, un correctivo que tampoco nos vendrá mal a esos emborronapantallas que, como el aquí firmante, nos dedicamos a promulgar a los cuatro vientos en nuestra prosa vacía la dignidad del cómic sin un mínimo coherente y necesario de autocrítica

-Para incitar y avivar el fuego de ese mismo debate en torno al noveno arte que el propio McCloud reclamaba desde las páginas de Entender el cómic.

Pues nada, un panfleto imprescindible que todo el mundo debería conocer.

Puntuación: 8


¿Y el resto qué...?

domingo, 27 de mayo de 2007

Elektra lives again

Reconozco que la figura de Miller siempre ha suscitado en mí sentimientos encontrados y difícilmente reconciliables. Por un lado, me aburre y me cansa ese gusto casi obsesivo por la épica desaforada e infantil en la que tanto inciden sus tebeos. Por otro, admiro su inquietud artística y su constante búsqueda de nuevas formas expresivas.

En cuanto a lo primero, mi opinión es que los argumentos de Miller suelen cojear en su planteamiento, paseándose alegremente por los límites de la tontería y la estupidez con excesiva frecuencia. Sin hablar, claro esta, del hecho de que el de Maryland no sabe hacer otra cosa que superhéroes, por más que de vez en cuando los trate de disfrazar de algo distinto, como en el caso de Sin City o 300. Unos supeheroes que, aunque reconociendo que suelen ser algo más complejos e interesantes de lo que es habitual en el género, nunca llegan a representar genuinos arquetipos y conflictos humanos que los hagan acreedores de una mayor consideración (aquí podría admitir tres excepciones: el Batman de Año uno, el Daredevil de Born again y el Lobezno de la serie limitada Honor). En cuanto a lo segundo, no puedo más que quitarme el sombrero ante su inconformismo y su capacidad para renovarse una y otra vez. En esto Miller suele estar siempre muy por encima de los demás autores del mainstream, innovando constantemente tanto en la parte gráfica como con las estructuras narrativas.

Pues bien, Elektra lives again puede tomarse como muestra ejemplar de esta dicotomía en el hacer de Miller: un guión más bien tópico dentro del genero superheroico que aporta poco a lo ya hecho en la serie de Daredevil sirve de vehiculo para el lucimiento de una parte gráfica muy atractiva que resulta ser el punto fuerte de la obra.

De esta manera el cómic incide una vez más en la ya típica obsesión de Matt Murdock por Elektra, su amor de juventud y enemiga de madurez, entremezclando un pesado batiburrillo de elementos psicológicos –por momentos la historia vive en la mente del abogado ciego-, románticos -esa nueva despedida de los amantes-, de artes marciales -cómo no, con la Mano de por medio- y sobre todo tétricos -muertos, muertos, muchos muertos-. Y es que como declara el propio Miller al respecto, estamos ante “una historia de amor en una pesadilla, un romance exótico, oscuro, horrible y psicológico… una historia de terror”. Pero Elektra lives again es fundamentalmente la irónica forma en la que su autor se dicidió a protestar por el trato dado por parte de la casa de las ideas a su personaje más afortunado y memorable, al que habían querido resucitar sin su consentimiento y contra su voluntad. Miller llena así sus páginas de muertos resucitados que vuelven a la vida para perderla una vez más y lo adereza con la preceptiva iconografía católica: un gesto cargado de sarcasmo con el que pretende fijar de una vez por todas y para siempre la muerte de su tan traída y llevada Elektra (“…puedes volver a vivir mil veces y pasaría siempre lo mismo”).

Aún así -lo dije antes- lo realmente destacable del cómic es su muy sugerente narrativa gráfica, que recuerda poderosamente a la del mítico Dark Knight y que contiene los que son, posiblemente, los mejores dibujos de Miller en su carrera a los lápices. Además de los ya habituales colores de Lyn Varley, tan espectaculares como siempre. Es decir, un intenso placer para la vista.

Resumiendo, un cómic ameno e intrascendente que bien vale para pasar un ratito entretenido. Por lo tanto, y según mi recién desvelado baremo, le corresponde una puntuación de…

Puntuación: 7



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sábado, 26 de mayo de 2007

Baremando ando o de cómo puntuo los comics que reseño

Ahora que me tienen en el curro todo el santo día baremando, me he dado cuenta de que jamás he explicado el significado de las puntuaciones que otorgo a los tebeos que reseño. Ya supongo que os hacéis cargo de que un cómic con una valoración de nueve me gusta más que otro con una de seis. Pero ¿Cuál es la diferencia entre un seis y un nueve, o qué ha de tener un cómic para alcanzar el diez? La explicación es sencilla y breve:

De o a 4 : Son cómic infumables cuya lectura no recomiendo para nada. Por supuesto el de cero menos que el de cuatro, pero en general, diferenciado niveles y grados, mi consejo es que huyáis de estos tebeos como el gato escaldado del agua fría.


De 5 a 7: Tebeos entretenidos que merecen ser leído aunque no sean ninguna maravilla. Por lo general se trata de tebeos muy imperfectos, con algunos meritos destacables pero en los que sin embargo los defectos pesan en conjunto mucho más que los aciertos. Podéis comprarlos si os sobra el tiempo y el dinero.


De 8 a 9: Grandes obras cuyas virtudes compensan sobradamente alguna que otra imperfección. Compra y lectura recomendada en todo caso.


10: La perfección hecha tebeo. Hay que tenerlos; hay que leerlos obligatoriamente so pena de ser expulsados del bendito reino de los comics. Y aquí no valen las excusas.


Bueno, pues ya tenéis otro elemento de juicio para vuestra andadura por la tupida selva del noveno arte.

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La guerra de las trincheras, de Tardi

Si hace unos días y unas entradas hablaba de la necesidad de revisar mi listado de decepciones tebeísticas, ahora debería en justicia decir lo mismo del de mis tebeos favoritos. Porque si he de ser sincero –y supongo que he de serlo- pocos son los cómics de entre todos los que he tenido oportunidad de leer en mi vida que superen en calidad a La guerra de las trinchera. O incluso siquiera que lo igualen. Como pocas son las ocasiones en las que se puede encontrar una simbiosis tan perfecta entre texto y dibujo, rayando ambos a un altísimo nivel sin obstaculizarse por ello ni hacer cada uno la guerra –de las trincheras- por su cuenta. En este sentido debo reconocer que la obra de Tardi me ha sorprendido grata y profundamente por partida triple:

1.- Por el más que notable nivel literario de unos textos que jamás caen en la pedantería o en lo artificioso, dotando así a la narración de un grado de intimidad y sinceridad verdaderamente conmovedor. Tardi es un buen escritor, con gran pulso narrativo, no sólo en el empleo del dibujo, sino también en el de la palabra, incluso en el de la palabra desnuda, como demuestra cuando nos cuenta exclusivamente por escrito la anécdota vivida por su abuelo.

2.- Por lo ágil y evocador de su dibujo, un dibujo, el de Tardi, que es engañosamente simple, pero que sin embargo trasmite con tremenda fuerza y lirismo tanto las terribles condiciones impuestas por la guerra como las diversas emociones suscitadas en sus personajes: el trabajo gráfico del francés, cuidadoso y documentado hasta el detalle más nimio, tiene la capacidad de arrancar al lector de su realidad y trasladarlo directamente a la humedad embarrada de las trincheras y hacerlo participe de la desolación de un mundo en ruinas.

3.- Por la naturalidad y la armonía con la que fluyen ambos; por la perfección, como ya he dicho antes, con la que se complementan, creando una sinergia que eleva aún más la calidad de la suma de elementos, dando lugar a una obra que se puede considerar redonda en su ejecución.


Pues sí, redonda en su ejecución y redonda también en su planteamiento porque, a pesar de lo documentado del dibujo, a pesar de que pueda –y tal vez deba- leerse en clave documental, La guerra de las trincheras es, antes que el retrato de los horrores de una época y un acontecimiento determinado -el período que va desde 1914 a 1918 y la sangrienta marca que lo atraviesa, la I Guerra Mundial-, es fundamentalmente, como iba diciendo, el dibujo de los padecimientos sufridos en carne viva por seres humanos con nombres y apellidos concretos – nombres que siempre son resaltados en mayúsculas-, de personas que se ven alienadas, que pierden las riendas de sus propias vidas para convertirse en el utillaje de la barbarie, con la misma importancia y con la misma independencia –con la misma falta de ella- que cualquier bala de cañón o cualquier fusil. Así por sus páginas merodean sentimientos tan humanos como el miedo, la desesperación, el escandaloso asombro ante lo absurdo o el anhelo por la vida arrebatada. Un cómic en el cada anécdota esta impregnada del amargo sabor de la guerra, de esa profunda inutilidad y esa cruel estupidez que la caracterizan, pero sin caer por ello -tal es la eficiencia de su perfecta ejecución- en la tan molesta sensación de estar en presencia de un panfleto antibelicista, algo que suele ser habitual en obras del mismo carácter. El trabajo de Tardi, por el contrario, convence por su emotividad y su veracidad

En fin, un buen puñado de relatos que constituyen en conjunto una de las más grandes y sólidas cimas del noveno arte.

Puntuación: 10

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martes, 22 de mayo de 2007

Deus, ecce Deus

Cada vez que cierra los ojos se deja vencer por el mismo sueño: se sueña pobre entre los pobres, vagando por el mundo en compañía de los harapientos, los leprosos y los marginados: sin más poder que el de la palabra; sin más crédito que el del amor. En su sueño tiene madre y vierte lágrimas por él que le queman más que cualquiera de las llagas que martirizan su cuerpo o de los clavos que atraviesan sus extremidades. Conoce el hambre, la sed y la enfermedad; intima con el desprecio, la crueldad y el dolor de una muerte inmisericorde. Y sin embargo se niega a renunciar a su sueño y se aferra a él con desesperación, pues sabe - él todo lo sabe- que ningún tormento, ninguna humillación, podrán jamás igualarse a la fría soledad que le aguarda al despertar.

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domingo, 20 de mayo de 2007

Las falanges del Orden negro, de Bilal y Christin

Si hoy por hoy tuviera que rehacer mi lista de grandes decepciones tebeísticas (I Y II), es más que probable que ahora apareciera en ella alguna obra del tandem Bilal-Christin. Y es que con Las falanges del Orden negro me ha sucedido lo que ya me sucediera anteriormente con Partida de caza: a pesar –o tal vez por ello- de la belleza de los dibujos, elaborados con un nivel de detallismo cercano a lo fotográfico, a pesar de su hábil disposición, que revela una narración de ritmo claramente cinematográfico, a pesar del más que adecuado uso dramático del color, a pesar de todo ello, el álbum y la historia me dejan frío, me provocan una desoladora sensación de distanciamiento y lejanía que me dificultan enormemente la tarea de identificarme plenamente con los personajes y sus desventuras. Las falanges del Orden negro se resiente, de esta manera, de los que son los principales defectos del muy virtuoso pero imperfecto Bilal: su composición de viñeta, excesivamente estática, unida a la parálisis facial y la completa incapacidad expresiva de los personajes merman la fluidez y el dinamismo de la narración, que se ve lastrada por su anquilosamiento y rigidez. Problemas a los que no benefician en nada los textos ampulosos y recargados del narrador, que en este caso paralizan aun más si cabe el desarrollo de la historia. Una verdadera pena, sobre todo si tenemos en cuenta la solidez de un guión que por sí mismo es ya lo suficientemente interesante como para merecer un sitio destacado dentro del cómic europeo.

El álbum cuenta las peripecias de un patético comando de viejos brigadistas internacionales que en persecución de su némesis, el grupo derechista Las falanges del Orden negro, recorrerá media Europa para descubrir que su época, su lugar en la Historia, ya caducó, y que ahora no son más que una inútil excrecencia del pasado. Para mostrar este carácter estéril y falto de sentido de sus esfuerzos, sacrificios y luchas la narración se tiñe, a pesar de estar sembrada de muertes, de un tono más paródico que dramático. Pero la estupidez del gesto heroico de estos viejos izquierdista, su inutilidad, no viene dada tanto por el hecho de su desplazamiento de la corriente principal de la Historia, sino más bien por el carácter y la propia naturaleza del heroísmo, que es, al final, siempre un acto banal y superficial, el último recurso de quien habiendo perdido toda razón por la que vivir, sacrifica su vida –lo poco que le queda- en aras de una muerte imaginariamente estética. En este sentido cabría recordar aquel magistral diálogo del Grupo salvaje de Peckinpah, película profundamente emparentada en lo temático con Las falanges del Orden negro, que tiene lugar en el preciso momento en el que los viejos bandidos deciden acudir a lo que es sin duda una muerte garantizada:

- ¿Vamos?
- ¿Por qué no?

Esta es la esencia del heroísmo, la de un gesto estético que se realiza porque sí, por su belleza y no por una razón convincente que le otorgue un fundamento real en el que sustentarse. Es de él sobre lo que reflexionan y se ríen Bilal y Christin. Sirvan como cierre de esta teoría y de esta reseña las pateticas palabras que clausuran también la obra: "Yo, Jefferson B. Pritchard , que llevé a la muerte a mis amigos, por una razón que no acierto a recordar”.

Puntuación: 7

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miércoles, 9 de mayo de 2007

Lectura alternativa de La Odisea

Después de tanto tiempo sintió miedo al entrar en casa. Y con razón, pues Penélope, al contrario de lo que erróneamente afirmará Homero en La Odisea, no tardó ni medio minuto en reconocerlo. Y aun menos tardó, como él que tan bien la conocía se estaba temiendo, en dar comienzo al carrusel de reproches: que si se puede saber dónde se ha metido el señorito en los últimos veinte años, que si no te da vergüenza aparecer por casa tan desastrado y maloliente, qué a saber que habrás estado haciendo y qué compañías habrás frecuentado, que mira que ya me lo advirtió mi madre antes de casarme... Y Ulises, palideciendo como no había palidecido siquiera frente a Polifemo, los lestrigones o Caribdis, regresó de cabeza al ancho ponto, eso sí, no sin antes jurar que por nada del mundo se le ocurriría volver nunca más a Ítaca.


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martes, 8 de mayo de 2007

Alan Moore´s The courtyard

Jo, qué tío, lo ha vuelto a hacer.

Recuerdo que en otra época, allá por el tiempo en que el mua comenzaba a descubrir las obras del bueno de Moore, me embargaba siempre, al iniciar la lectura de cualquiera de sus cómics, la maravillosa sensación de estar asomandome a una realidad diferente, a un universo excepcional que con toda seguridad acabaría sorprendiendome. Una certeza que jamás se vió decepcionada. Fue cuando releí por segunda ocasión Watchmen o cuando descubrí V de Vendetta, La broma asesina, From Hell, La cosa del pantano o Un pequeño asesinato .
¡Qué tiempos aquellos! Sin embargo esta es una sensación que he ido perdiendo poco a poco con la lectura de las últimas obras a las que me he acercado: con el segundo volumen de La liga de los caballeros extraordinarios, con El día del juicio, con los últimos números de Promethea o con Skizz. Pero fundamentalmente y sobre todo con la tan poco recomendable como indigesta El Annios Natal.

Pero eso hasta esta misma tarde, hasta la lectura del estupendo The courtyard. Y eso que en verdad el guionista inglés no está demasiado implicado en el proyecto: el tebeo es una adaptación de un relato suyo (dónde diablos se podrán encontrar estas cosas traducidas al castellano) realizada por Antony Johnston como guionista y Jacen Burrows como dibujante. Es decir, en puridad correspondería hablar de estos dos últimos como autores del cómic. Y podrá ser así y todo lo que se quiera, pero lo cierto es que aun reconociendoles el magnífico trabajo, el tebeo rezuma por los cuatro costados el sello y la personalidad de Alan Moore: está penetrado de arriba abajo de esa magia tan especial y tan reconocible que sólo Moore es capaz de imprimir a un cómic, coronado por un final que te deja alelado y dándole vueltas a la cabeza. Un final que no voy a desvelar –no soy tan insensible como para hacerlo- pero del que no me resisto a dejar de hacer una pequeña puntualización: a diferencia de lo que se dice en todas las reseñas que he leído, y reconociendo por adelantado mis escasos -si no nulos- conocimientos sobre el mundo de Lovecraft y sus mitos de Cthulhu, lo cual posiblemente explique mi apreciación diferente, el final y la historia en general no me han parecido especialmente terroríficos. Si acaso algo macabros. La impresión que me han dejado, por el contrario, es que si omitimos el efecto de los dibujos, claramente sensacionalistas y atendemos más a lo que sugieren los textos, el cómic se centra en otros motivos, acaso en esa misma temática de la que tanto gusta últimamente el inglés, sobre todo desde que se convirtió en mago, a saber, el estudio del poder de la palabra como herramienta mágica que crea y transforma el sentido de la realidad.

Pues nada, que insisto, un tebeo excepcional que recupera el sabor de tiempos mejores.

Puntuación: 8





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domingo, 6 de mayo de 2007

El día de la madre

Su madre decía de su padre que no era más que un pobre alcohólico sin provecho alguno.
Su padre decía de su madre que no era más que una puta ambiciosa con una caja registradora por corazón.

Y él, como buen hijo, les daba siempre la razón a los dos.


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sábado, 5 de mayo de 2007

Ventiladores Clyde, de Seth

Vuelvo al cómic y lo hago coincidiendo con mi primer acercamiento a la obra de Seth, autor del que hasta el momento, y a pesar de las magníficas referencias, aun no había leído absolutamente nada. Una elección que, si se piensa un poco, resulta bastante oportuna para un blog que tiene por costumbre y vicio mirar más al pasado que al presente. Y es que como ya se ha dicho en muchas ocasiones y en muchos otros sitios, Seth es el autor de la nostalgia por excelencia. Por excelencia y por la excelencia de sus obras.

Y la verdad es que la primera impresión no puede ser mejor: Seth no decepciona y nos sirve un tebeo audaz en su forma, estructurado en dos partes que resultan ser la antítesis, la némesis y el contrapunto perfecto la una de la otra: la primera, ambientada en un presente más o menos cercano -1997, para ser exactos-, es el elocuente monólogo de un anciano, de un hombre seguro de si mismo que ha vivido en armonía con su mundo y que ya en el final de su vida repasa con nostalgia las que fueron las claves de la misma, una historia en la que apenas se nos muestran los hechos nimios que forman su cotidianidad sin que jamás veamos nada de lo que nos es referido; la segunda parte, por el contrario, anclada en el pasado, realiza el lacónico seguimiento de las andanzas comerciales de un joven tímido, hermano del anciano protagonista de la primera parte, que a diferencia de aquel es incapaz de encontrar su lugar en el mundo y del que trata de escapar a toda costa, bien ya sea a través de la imaginación o, en lo que supone una huída hacia delante, enfrentándolo de cara. Seth pone así de manifiesto dos formas bien diferenciadas de estar y relacionarse con el mundo: la extrovertida del primer hermano, que toma como base de operaciones -y para decirlo de alguna manera- la realidad objetiva, que la acepta y trata de aprender sus reglas para así poder jugar en las mejores condiciones, frente a la del segundo hermano, la introvertida, la de quien rechaza por completo esta misma realidad para volcarse más en su propia verdad; que no aprende el juego sino que sueña con cambiarlo. De esta forma la figura del comercial, el famoso viajante, se convierte en la excusa ideal para reflexionar sobre el carisma personal y las consecuencias del mismo. O como se dice en la primera parte, del hecho de que el principal producto de un vendedor sea él mismo. Al fin y al cabo, todos somos, en sociedad, nuestro principal producto, y de nuestra habilidad para vendernos a los demás depende el que le saquemos mayor o menor provecho a la vida.

Mención aparte merece el ritmo suave, envolvente y evocador que consigue imprimirle Seth al relato. Ya he insistido en esto en otras ocasiones, pero lo volveré a hacer aquí: frente a la narrativa desarrollada por Eisner en sus novelas gráficas, basada en la agilización del ritmo mediante la supresión de cualquier elemento que pueda resultar superfluo y la eliminación del marco de las viñetas para conseguir aumentar la sensación de fluidez, llegando casi al extremo de convertir cada dibujo en una escena, yo prefiero, y con mucho, una concepción del cómic más cercana a la de Seth, que llena sus páginas de viñetas con detalles insignificantes que si bien no aportan necesariamente nada a lo que se esta contando, si que consiguen introducir al lector en su mundo y hacer que este vea realmente lo que esta sucediendo. Esta es sin duda la forma de narrar que más se apróxima a lo que entiendo ha de ser un cómic; estos son, en definitiva, los comics que a mí me agradan más. Y para muestra de este buen hacer de Seth, un botón: obviando las innumerables páginas mudas o con escasos textos de la segunda parte, justificadas por el carácter introvertido del personaje, que hace necesaria una narración más contemplativa, llama poderosamente la atención el inicio de la historia, la del hermano dicharachero, en la que el primer texto no aparece hasta la quinta página, y esto tras 24 silenciosas viñetas dedicadas las 16 primeras a mostrar el amanecer de un nuevo día en la vida del personaje y las 8 siguientes al despertar de este. Algo impensable en la narrativa post Spirit del maestro Eisner, quien posiblemente lo hubiera resuelto en apenas dos dibujos; plano general del edificio y primer plano del rostro del personaje despertando. Y todo lo demás, al tintero.

Pues nada, un relato, como era de esperar por la fama de su autor, cargado de la melancolía por el mundo perdido, en un caso, y por el mundo no ganado en el otro; una historia llena de pausas y silencios que agradará a los que gustan de las narraciones más intimistas y desesperará a los que prefieren las páginas cargadas de acción. Yo, que me apasiono hasta con las pelis de Rohmer, me cuento entre los primeros.

Puntuación: 9


¿Y el resto qué...?