domingo, 29 de abril de 2007

Sabonis: la dimensión desconocida

Hace tiempo que quiero dedicar una entrada al, para mí, mejor jugador europeo de baloncesto de todos los tiempos. Pero lo cierto es que mis conocimientos de baloncesto no están a la altura de mi admiración por Sabas, así que voy a cortar pegar el magnífico resumen que en el foro Zona 131 hace Anxo. Mi agradecimiento para él; yo no lo hubiera sabido decir mejor.

"Sabonis ha sido, en Europa, la verdadera dimensión desconocida. Un pívot blanco de 2,20 que es así de alto porque sí y no por problemas de tiroides, con un físico equiparable al de los grandes pívots negros de su época (incluso superior), una coordinación inaudita, elasticidad y tiro de alero y toda la cancha en la cabeza. En cuanto a recursos físicos y técnicos, sólo Kresimir Cosic puede resistir en Europa la comparación con Sabonis.Para muestra un botón, y esto explica por qué los yanquis que lo vieron de joven todavía hablen de él: en una gira de la URSS por USA en 1984, lástima de Olimpiadas, Sabonis se enfrentó al MVP Sampson dejándolo en 13 puntos (él metió 25 y rebañó 20 rebotes).

Nantes 83: con 18 años hace lo que quiere con Martín y Romay (26 puntos, 13 rebotes y 7 tapones en 25 minutos). En aquella época (los yanquis ya se fijaron en él en su debú en Cali 82, con 17 años) botaba, saltaba como Alcindor y hacía unos mates recién recibido el balón, a cuatro metros del aro, bien curiosos.

Stuttgart 85, URSS-Yugoslavia: mete 30 puntos en la primera parte de todos los colores, rebotes a una mano y primer pase antes de saltar, contraataques y alley-oops. Cosic, que entonces entrenaba a Yugoslavia, disculpó a los pívots yugoslavos: “Yo tampoco habría podido defenderlo: demasiado rápido y potente para su altura, y demasiado buen tirador para jugar de pívot”. La URSS ganó, y Sabonis, con 20 años, fue el mejor jugador de ese Europeo. ¿Y Petro?

España 86, URSS-USA, primer balón del partido, Sabas sale a encimar a Robinson según el yanqui recibe a seis metros de canasta, le roba el balón con dos dedos, la coge con una mano y da un pase picado de campo a campo al que no llega el poco explosivo Tarakanov. Luego, lo de los mates sobre Robinson y todo eso (lástima que no estuviese Gomelski en el banquillo de la URSS). El Sabonis 1982-1986 dominó Europa como ningún otro jugador lo había hecho: sin necesitar emplearse a fondo.

Más: Seúl 88: primer partido contra Yugoslavia, después de 18 meses lesionado. Ya es otra persona y el jugador que pudo haber sido se perdió, después de jugar los 40 minutos desde que tenía 18 años y salir a ganar la liga soviética 86/87 contra el TSKA con el tendón de Aquiles fracturado. Primera jugada: tapona a Petrovic. Última jugada: roba el balón a Divac, corre (ya no era lo de antes, ojo) toda la cancha y pasa la bola por detrás, de punta a punta, para la bandeja de Sokk. Y claro, para emociones las de la semifinal URSS-USA de Seúl 88, el gran cambio de página en el básket internacional (a partir de ahí los yanquis se deciden a traerse a los pros): ahí dio la muestra de hasta qué punto se puede desarrollar la inteligencia en una cancha de basket, y hasta ahora. Me dejo por el camino el Yugoslavia-Lituania del 95 y una docena de partidos increíbles contra los mejores pívots negros del mundo, que incluyen meter 28 puntos a Duncan y Robinson en el 99, dejar en 12 puntos a O´Neal en dos partidos de las semis de 2000 (que se dice pronto) y superar siempre a los All Star Mutombo, Mourning y Divac... Todo esto, atención, cuando el doctor que lo curó en Oregón dijo en 1988, HACE 15 AÑOS: "Sabonis ahora está al 10% de su antigua capacidad física, pero no va a mejorar". Es decir, todo lo hecho por Sabonis a partir de 1986 lo hizo con un pequeño porcentaje de sus posibilidades físicas.

Insisto: Petrovic fue maravilloso, pero Sabonis en Europa fue la verdadera dimensión desconocida. Lo dicen los europeos (a la encuesta de eurobasket.com entre técnicos y periodistas de 24 países me remito: su panteón es SABONIS-PETROVIC-BELOV-COSIC). Y lo dicen también personajes bien conocidos a título particular: Radja, Divac, Lute Olson, Bobby Knight, Magic, Bill Walton, Jack Ramsay, Buck Johnson, George Karl... Un ejemplo, y elijo el menos hiperbólico: "Ustedes no conocen a Sabonis. Yo lo vi por la tele entre 1982 y 1986 y créanme, era el mejor pívot del mundo. De haber llegado entonces hubiera sido 10 años seguidos All Star". (Dino Radja, después de un repaso de Sabonis a los Celtics cuando Radja era el mejor jugador de Boston). Otro ejemplo: "Vi a Sabonis en el Europeo de Stuttgart y les puedo asegurar que aquel jugador, junto a Lew Alcindor, era el mejor baloncestista joven que he visto en mi vida. Era para darle un millón de dólares, raptarlo y traerlo a la NBA. Lakers, Pistons y Bulls tendrían en estos momentos unos cuantos anillos menos" (Bill Walton, el héroe de Portland, preguntado sobre Sabonis).

Paniagua lo describió en un articulito para Gigantes antes de Seúl 88, cuando todo el mundo pensaba que Sabonis estaba perdido para el baloncesto. Siento la cursilada: "Nacen muy pocos como él en 100 años. No deberíamos perderlo".

En todos los enfrentamientos que libraron Drazen y Arvydas en Europa, el croata no salió victorioso de ninguno, ni estadísticamente ni en influencia real en el juego, a excepción del Yugoslavia-URSS de la primera fase en Seúl 88. Y aquí cabría decir que a Pétrovic lo cubrían Homicius (buen defensor), Kurtinaitis y Krapikas. Y a Sabonis Nakic, Vrankovic, Radja, Arapovic, Divac... La Gazzeta dello Sport nombró a Sabas mejor jugador de Europa en 1984 y 1985, cuando él y Petrovic nacieron el mismo año. Y no son sospechosos de ser anti-Petro: son los mismos que decían que el croata era el Mozart de los Balcanes... Nowitzki, Pau y Peja son grandes, pero es de recordar que nuestro cascadísimo lituano, hasta hace unos años, todavía rendía mejor que Dirk y Peja con 21... Nada comparable al impacto que hubiera tenido Sabas en la NBA de 1985: Atlanta lo drafteó cuando tenía 20 años... Y recordemos que (aún en 2000) la NBA de Stern aseguró que el pívot que los había fastidiado en Seúl era el europeo "de mayor impacto en la historia de la Liga". Me gustaría ver qué hace Nowitki con 38 años... ¿Liderar la clasificación de eficiencia/48 minutos en los playoffs, como ha hecho Sabas frisando los 40? Por todas estas razones pido un poco de memoria. Hacer un panteón para elegir al mejor europeo de todos los tiempos y olvidarse de Sabonis es como recordar a Jabbar únicamente por el gancho del cielo."

Pues eso, un jugador inolvidable.

¿Y el resto qué...?

El polémico parto del cine: El nacimiento de una nación

¿Hasta que punto es posible desligar lo que se cuenta de la forma en que se cuenta? ¿Hasta que punto una narración fluida , bien construida, llena de aciertos y de momentos vibrantes puede compensar un argumento, por el contrario, endeble, ridículo e incluso malintencionado? ¿Qué pesa más en una película, la deslumbrante articulación de recursos cinematográficos o una vergonzosa ideología? No tengo una respuesta unívoca para el caso de El nacimiento de una nación; mis sentimientos al respecto están divididos. Generalmente me gusta defender la autonomía del arte con respecto a las demandas de la realidad: el arte, si así lo desea el artista, puede encerrarse en su torre de marfil sin quedar invalidado. Es más, puede, si la capacidad intelectual del artista no da para más, ser vehículo de lujo para la expresión de ideas superficiales o francamente tontas y no desmerecer por ello. O incluso, rizando el rizo, servir para la defensa de ideales sencillamente detestables. Y es que el único pecado que en verdad jamás podrá perdonársele al arte es la perdida de la magia, de esa capacidad de persuasión que permite, mientras el espectador se mantiene bajo su influjo, aceptar como ciertas, o al menos como posibles, las tesis planteadas por la obra. Porque la obra podrá ser fantasiosa, mas tendrá siempre que parecer verdadera; la obra podrá ser estúpida, pero deberá siempre parecer razonable; la obra podrá, incluso, ser perversa, pero habrá de serlo de forma sutil y ambigua; habrá de permitir entrever que si bien no posee necesariamente la razón, si que puede tener sus razones. Ejemplo paradigmático de esto último sería El triunfo de la voluntad, un film de una ideología tan detestable como el de Griffith –si no más- y cuyas majestuosas imágenes, sin embargo, consiguen anular temporalmente la capacidad crítica del espectador.

¿Podemos decir esto mismo de El nacimiento de una nación? Casi, pero no. El nacimiento de una nación se puede disfrutar como una entretenidísima (algo tópica –tópica ahora; en su momento hasta los tópicos estaban por construir-) y épica historia de oprimidos y opresores; de buenos y malos que luchan por prevalecer; una amena ficción social que además asombra por su despliegue de inventiva y recursos cinematográficos. Y aun más si se la compara con A life of american fireman o Asalto y robo del tren, ambas de Edwin S. Porter o con Judith de Betulia, del propio Griffith, películas que hasta entonces -1915- constituían los logros más significativos del cine norteamericano. Sin embargo El nacimiento de una nación falla radicalmente no ya tanto en lo detestable de su ideología (la película cuenta el fantasioso génesis del Klan, fruto de una no menos fantasiosa situación social en la que los negros son los opresores y los blancos los oprimidos), sino en la forma tan burda e infantil en la que nos es presentada: no existe ni el más mínimo resquicio de humanidad o bondad en los personajes negros que permita abstraer al espectador de la condición panfletaria de la narración. Esta falta de mesura, de gradación y sutileza convierte su argumento en una triste parodia de los delirios racistas y del afán de venganza de ciertos sectores de ese sur norteamericano que tan dramáticamente vivió la derrota en la guerra civil y con ella el fin de su aristocrática organización social. Y al mismo tiempo impiden al espectador de nuestra época –y también a muchísimos de la suya- identificarse con lo que se les cuenta. Destruye, en definitiva, esa misma magia que el talento y el tesón de Griffith se empeñaron en construir.

En cualquier caso, El nacimiento de una nación es un film de visión indispensable cuya valoración siempre estará teñida de polémica. La mía, aun reconociéndole sus sólidos méritos y su condición seminal del arte de narrar con imagenes en movimiento, es más bien negativa.

¿Y el resto qué...?

martes, 24 de abril de 2007

300 de Zack Snyder

Venga, a trabajar, que decían en el antológico final de La ley del silencio. Así que voy a hacer mía esta dolorosa sentencia, y tras tan largo periodo de pereza mental, trataré de romper mi propia ley del silencio y dejar mis impresiones sobre el film de Zack Snyder. Un film, por supuesto, muchísimo menos excelso que el de Kazan e incluso, a pesar del inevitable debate surgido entre defensores y detractores que siempre se produce cuando de una adaptación de la historieta al cine se trata, muchísimo menos polémico que aquel.

Pero hagamos un poco de memoria: defendía yo, con motivo del estreno de V de Vendetta, la necesidad de que las adaptaciones cinematográficas se independizaran de sus fuentes primarias, de forma que pudieran constituirse en obras con identidad propia capaces, incluso, de matar al original. Sobre todo habida cuenta de la imposibilidad, sino de la estupidez misma, que supone intentar copiar literalmente lo que se ha hecho en un medio de expresión diferente, con sus recursos, necesidades y ritmos también diferentes. Claro que esto era antes de las traslaciones a la pantalla grande –ya no tan grande- de los cómic de Frank Miller, empeñadas de alguna u otra manera en demostrar que las distancias entre el noveno y el séptimo arte, esos dos artes de nada, son perfectamente salvables. Y puede que esta vez hasta tengan razón. Después de todo, tanto Sin City como 300 son obras de una concepción marcadamente cinematográfica e incluso palomiteras. Y si no me creen, fíjense en esta última, con su formato cinemascope y todo. Así las cosas, creo que si alguna deficiencia muestran ambas no es otra que la endeblez de los originales: la saga de Sin City es el fondo –y en la forma- la misma chorrada tontorrona que se ve en la película. Y 300 tres cuartas partes de los mismo. Lo cual, claro esta, no es una disculpa: de un mal original también se puede sacar una excelente película. Pero no es la cuestión; en nuestro caso habremos de conformarnos con hablar simplemente de buenas adaptaciones. Porque eso es 300, una buena adaptación del cómic y poco más. Buena porque en mi opinión sí alcanza a transmitir a los espectadores esa sensación de épica desaforada y –reconozcámoslo también- algo descerebrada que constituye la base y el sustento del relato de Miller. Además lo hace sin perder por el camino la fuerza visual y estética del cómic. Aceptado esto, carece por completo de sentido discutir la fidelidad histórica del film –repito, es una adaptación de la novela gráfica de Miller, no de un hecho histórico- o su discutible – sino detestable- ideología. Porque la propuesta de Snayder es además tan exagerada e intencionadamente irreal que pretender hacer ninguna lectura relacionada con la realidad es simplemente una estupidez y una perdida de tiempo. Tanto como querer criticar, por ejemplo, al realismo mágico porque en la vida real las niñas no puedan alimentarse de cal y tierra o las mujeres hermosas ascender a los cielos en cuerpo y alma. A lo más se puede renunciar a entrar en su juego y aquí paz y después gloria.

Con todo, me queda la sensación de que al film le sobra metraje: a pesar de que casi todo el mundo al que le he consultado afirma no haberse aburrido en ningún momento, lo cierto es que a mi me acabó agotando tanto persa que terminan por hacer de la película algo “persada” –perdón por el ridículo juego de palabras; no he podido evitarlo. Sin mencionar, claro está, la absurda inclusión de esa especie de ogro recogido del Señor de los anillos (hasta donde alcanzan mis muy modestos conocimientos históricos, la Tierra Media jamás fue conquistada por los persas).

Total, un film pasable, que da justamente lo que promete pero nada más. Una buena excusa, en definitiva, para pasar un ratito entretenido sin tener que avergonzarse demasiado.


¿Y el resto qué...?