lunes, 26 de junio de 2006

Un poco de boxeo

Mis primeros recuerdos pugilísticos se remontan a la saga de Rocky en los años ochenta. No resulta extraño que cuando en los noventa Tele 5 –tu tele amiga, decían entonces- inició su espacio dedicado al deporte de las 12 cuerdas a mi me resultara un espectáculo francamente decepcionante. Comparado con las palizas de Stallone, lo de esta gente parecía más baile de salón que lucha encarnizada. Así que yo prefería con mucho el wresling de la WWWF, el de Hulk Hogan, El último guerrero, El enterrador y toda esa peña. Cosa que tampoco me impedía seguir, aunque con menos interés, las hazañas de los púgiles de la época, los Julio Cesar Chávez, Pernell Whitetaker, Evander Holyfield o nuestro castizo y casposo Policarpio Díaz.


Pero además de los eventos de actualidad, el programa de Tele5 reservaba una noche al mes para emitir combates históricos que resultaban a la postre casi más atractivos que los recientes, aunque sólo fuera por la fascinación de lo añejo. Pues bien, de esta manera se mua conoció acontecimientos tan fabulosos como la trilogía de Patterson y Johansson, el martillo de Thor, o la no menos memorables pelea de Kinshasa entre Muhammad Ali y George Foreman. Curiosamente de aquel combate se me quedaron grabados en la memoria dos hechos totalmente accesorios: la ubicación en África y no en el Caesars Palace, como todos los combates de la actualidad –la actualidad de entonces, porque ahora suelen ir al MGM- y la enorme diferencia de ese George Foreman con el George Foreman calvito y gordito que yo conocía de su enfrentamiento con Holyfield. Y sin embargo, cosas de la vida o de la juventud, no me llamó en nada la atención el hecho verdaderamente remarcable de aquella velada: Muhammad Ali. Tuvieron que pasar más de diez años y ver el documental Cuando éramos reyes para darme cuenta que en aquel combate que yo había visto con más indiferencia que otra cosa había tenido el privilegio de contemplar a una de las más grandes leyendas del boxeo -y del deporte en general- en su momento cumbre. Auténtica Historia viva -y con mayusculas- del siglo XX.

Pero para disfrutarlo en toda su magnificencia es conveniente contextualizarlo e indagar un poco en la serie de acontecimientos que preludiaron aquel combate. Hecho con el que inevitablemente se realza aun más la figura de Ali y de una época maravillosa de los pesos pesados.

Mi indagación empieza con el combate entre Sonny Liston y Cassius Clay. Liston es el campeón y Clay un jovenzuelo delgaducho y bocazas que llegó a presentarse en los entrenamientos del campeón con un tarro de miel con intención de atraerlo –Clay llamaba oso feo a Liston-. Y sus buenas razones tenía Liston para querer evitar a Clay: en el combate el aspirante baila al campeón, siempre incapaz de acertar con un blanco tan inquieto. Clay maneja a su antojo la contienda y cuando quiere castiga a Liston con rápidas series de golpes que fuerzan al campeón a no salir en el séptimo asalto. De este modo, con una superioridad realmente insultante, Ali consiguió su primer título de los pesados. Título que reafirmará tumbando de nuevo a Liston, ahora en un solo asalto, con una mano que nadie vio en directo pero que el video parece confirmar aunque no despeja del todo las dudas.

En los años posteriores Ali defiende su condición de campeón sin demasiados apuros hasta que es desposeído de él por sus desavenencias con el gorbierno americano y su negativa a participar en la guerra de Vietnam. La suspensión dura tres años y medio y cuando Ali vuelve a ser rehabilitado para el ejercicio del boxeo la categoría de los pesos pesados alcanza uno de sus momentos más fascinantes: por un lado tenemos al invicto campeón oficial, Joe Smokin Frazier, que durante la suspensión se ha encargado de liquidar a todos los demás pretendientes, mientras que por otro está el también invicto campeón lineal, Muhammad Ali.

El siguiente paso debe ser por lógica la primera pelea entre Ali y Frazier, disputada en 1971 y bautizada como el combate del siglo. Pero en su primera tentativa por recuperar el cetro Ali demuestra no estar aun a la altura de un rival de tanta entidad y acaba perdiendo por decisión unánime en 15 asalto, no sin que antes Frazier lo pusiera en la lona.

Malos momentos para Alí y peores que se le van a poner durante 1973: mientras anda preparando la revancha con Frazier aparece en escena George Foreman. El 22 de enero el gigantón de Marshall (Texas) salta al ring con miedo –él mismo lo reconoció después- y es Frazier quien mete las primeras manos, sin embargo no es más que un espejismo porque en cuanto Foreman acierta la primera el combate es ya un bote de Pringels: el rostro de Frazier hace pop y los puños de Foreman ya no tienen Stop. Foreman golpea de todas las formas, colores, sabores y olores al campeón, al que tumba en cinco ocasiones en apenas dos asaltos, hasta que el juez, que debía andar ensimismado contemplando la monumental paliza, decidió por fin parar la pelea. Pero es que además un par de meses más tarde, el 31 de marzo, Alí cae derrotado sorprendentemente por segunda vez en su carrera, esta vez ante Ken Norton, que incluso le parte la mandibula en el primer asalto.

Así que Alí tenía ahora por delante dos retos bien complicados para poder recuperar su trono: convertirse primero en el aspirante número uno derrotando a Norton y a Frazier en las respectivas revanchas y convertirse en el campeón derrotando a Foreman.

En ese mismo 1973, el 10 de septiembre, se produce el primero de estos desafios. Ali se venga de Norton en una ajustadísima victoria a los puntos en doce asaltos. Al año siguiente Ali y Frazier vuelven a cruzar los guantes en un combate que una vez más se decide a los puntos. Fue una pelea aburrida en la que Alí hizo gala de su famoso juego de piernas controlando en todo momento las intempestivas acometidas de Frazier. De esta forma Alí salvó los dos primeros escollos, aunque con una falta de brillantez que hacía temer lo peor para cuando tuviera que enfrentar el obstáculo definitivo. Y es que mientras tanto Foreman continuaba su recital de KOs tumbando a José Roman y a Ken Norton, quienes apenas le duraron un par de rounds cada uno.

Estos eran los antecedentes de aquel glorioso combate disputado el 30 de octubre de 1974 en Kinshasa.

Pero en vista de lo mucho que me he alargado ya, esto lo contaré otro día. Si me viene en ganas.
¿Y el resto qué...?

sábado, 10 de junio de 2006

Sánchez Dragó tiene blog

Pues sí, incumpliendo nosécuantos preceptos de su propia ley –lease si no El sendero de la mano izquierda-, el mismisimo Dragó se ha subido también al carro de la blogosfera. Y es que hoy por hoy, si no tienes blog propio no eres absolutamente nadie en el mundo. Y a Fernando -permitaseme la confianza- le gusta ser alguien. En fin, yo me alegro, pues la verdad es que a mi siempre me ha gustado este singular personaje. Lo que me llama aun más la atención es el tratamiento que recibe por parte de sus lectores: en los comentarios es venerado y reverenciado como si de un sabio maestro se tratara. Una autentica pasada que no creo que le agrade ni a el mismo.
He colocado el enlace por si alguien quiere comprobarlo por si mismo.

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martes, 6 de junio de 2006

Ciudad de cristal, de Paul Karasik y David Mazzucchelli

…palabras, palabras, palabras… (Hamlet; William
Shakespeare)

…y dibujos también; símbolos al fin y al cabo con los que intentar aprehender la realidad, hacerla accesible y darle un significado. Pero, oh, terrible descubrimiento, las palabras mienten, son imprecisas, se equivocan y nombran objetos o situaciones que a ninguna realidad corresponden. ¿Cómo comunicarnos pues? ¿Cómo tratar, siquiera, de pensar el mundo o de pensar en que se piensa el mundo, cuando la herramienta básica se revela de tan escasa fiabilidad? ¿Qué nos están diciendo cuando nos dicen algo?

Ese parece ser el dilema que se plantea Paul Auster en Ciudad de crista, primera de las novelas que componen su Trilogía de Nueva York, una obra fascinante que explora los límites mismos de la comunicación y del lenguaje. Una obra que arranca cuando Daniel Quinn, una especie de trasunto de lo que Paul Auster -el escritor- hubiera podido llegar a ser de haber querido transitar el azar por otros derroteros , pero que sin embargo no es Paul Auster -aunque sí escritor-, es confundido con un Paul Auster que siendo Paul Auster, en vez de escritor es detective privado. Un error inocente y una mentira incosciente –un sí por un no- que son más que suficientes para que la realidad se pliegue sobre si misma y de lugar a situaciones inverosímiles; que se basta para trastocar identidades y para que el escritor se confunda con su propio personaje. De esta manera se inicia una búsqueda que no es otra cosa que una compleja caja china dentro de otra: la búsqueda de Peter Stillman a manos de Daniel Quinn tras la que se esconde la propia desesperación por encontrar una justificación que de sentido a su existencia; otra búsqueda, la del mismo Peter Stillman por hallar un lenguaje primigenio y puro con el que retornar a la unión inocente entre palabra y realidad, ajena a cualquier duda que las ensombrezcan. Sin embargo los personajes acabarán dándose de bruces con una verdad inexorable: el carácter inefable de la realidad.

Un tema y unas complejidades lingüísticas que parecen difícilmente adaptables a la gramática de la narrativa gráfica. Sin embargo David Mazzucchelli y Paul Karasik alcanzan un equilibrio impecable entre dibujo y texto que se complementan a la perfección consiguiendo como resultado una obra con señas de identidad propia, muy alejada de la simple ilustración de la novela de Auster, aunque sin traicionar por ello el espíritu y la hondura que la animaban: Karasik sabe condensar la esencia de la misma evitando la tentación de reducirla al genero detectivesco, mientras Mazzucchelli desarrolla los recursos gráficos adecuados para darle forma a la historia. Para ello recurre a un esquema estable de 3*3 viñetas que se centra fundamentalmente –en la línea de lo que reclamaba yo en mi post dedicado a Sinfonía gráfica de Sergio García- en el juego con la representación gráfica de los significados y su interacción con el texto y entre sí. Todo ello convierten a esta Ciudad de cristal en la ilustración ideal de cómo se debe trasvasar una obra de un medio a otro.

Puntuación:9
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lunes, 5 de junio de 2006

Va de cronopios y famas (II): El enemigo público número uno

Ocurrió que un cronopio, habiendo visto tantas y tantas películas de gangsters de James Cagney, de Edward G. Robinson o de Humphrey Borgart, perdió la razón y quiso imitar a sus ídolos y convertirse en contrabandista de alcohol. Pero sucedió además que teniendo el consumo y la distribución de alcohol todas las bendiciones –incluso las recomendaciones- de las autoridades competentes, al cronopio no le quedó más remedio que idear un perverso plan con el que lograr su prohibición; plan que inició matriculándose en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales y cuya finalidad última no era otra que alcanzar, con paciencia y tiempo, la presidencia del gobierno de la nación.
Y aconteció también que, habiendo concluido la carrera e ingresado en las bases del Partido Socio-liberal de Derechas e Izquierdas, el cronopio se vio en la obligación, como única manera de ganarse el respeto y la admiración de todos -aunque siempre contra su propia voluntad-, en la obligación, decía, de trabajar intensamente a lo largo de muchos años por el bienestar de las gentes. Mas contando con el respeto y la admiración de todos pudo al fin presentar su candidatura en las elecciones presidenciales y barrer a todos sus rivales.
Y pasó asimismo que siendo presidente el cronopio, con miras a reiniciar su olvidad carrera de contrabandista, prohibió el consumo y la distribución de alcohol, pero con tan mala fortuna que habiendo conseguido la total entrega de sus conciudadanos, el contrabando continuó siendo empresa imposible, pues nadie quiso infringir su ley.

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