Extraído de El sueño americano (1961), de Edward Franklin Albee.
¡¡¡Qué magnífica definición de lo que ha venido siendo tradicionalmente el matrimonio convencional!!!
Por más que nos guste hablar del libre albedrío, de los logros de la voluntad o del destino en nuestras manos, lo cierto es que el ser humano se encuentra siempre sujeto a las restricciones que le imponen las condiciones de posibilidad, de espacio y de tiempo. O de algo así nos quiere convencer el materialismo. Y si el ser humano está sujeto a estas restricciones, ni digamos ya el cómic, donde las exigencias del mercado, las posibilidades de impresión e incluso la consideración social hacia el mismo han venido lastrando históricamente su desarrollo como forma de expresión artística válida. Esa es la historia a la que pasa revista Santiago García en La novela gráfica, la de los casi dos siglos de limitaciones e imposiciones que viene sufriendo el noveno arte por culpa del mercado y la poca estima que le tiene la sociedad. Pero también la de su lucha por encontrar una vía que le permita liberarse de estas restricciones.
Sin embargo esta primera línea de evolución se truncaría a raíz del éxito y la masificación del cómic de prensa americano, y del cómic-book después. Un éxito y una masificación que no sólo afectaron al proceso creativo del cómic, sino también a su status social. Lo cual constituye toda una tragedia de hondas repercusiones para un medio dónde forma y contendido se encuentran tan inextricablemente unidos. Porque su transformación en producto de consumo significó poner en manos del mercado un aspecto tan esencial para el mismo como pueda serlo el formato de impresión, o sea, el tamaño, las dimensiones o incluso el número de páginas de la que debe constar cada obra. Así, transformado en mero objeto físico, los contendidos quedaron relegados a un segundo plano, teniendo siempre estos que adaptarse a las peculiaridades del formato, a lo que resultara vendible en cada momento. Pero por si fuera poco, también la consideración social del medio presionó negativamente a los autores para que limitasen sus asuntos a aquellos que se suponen propios de un cómic. Caso paradigmático de esta presión lo encontramos en lo sucedido en los años 50 con los comic de la EC, donde se instó a toda la industria a ajustar sus temas a las características de un tipo de lector, el infantil, que se le daba por supuesto y por narices, en lugar de entender, como sería razonable, que si sus contendidos no eran propios del público infantil debería ser más bien porque en verdad no era aquel el público al que iban dirigidos. Por supuesto el concepto liberador, el final del camino tras tantas luchas, se encuentra en el formato de la novela gráfica; un formato sin contendidos prefigurados que no se debe a ningún género y que no se limita a ningún público. En verdad, un formato sin formato que toma al propio relato como punto de partida para definir todo lo demás.
De esta manera, con prosa amena que sin embargo no renuncia al rigor, La novela gráfica traza el fascinante itinerio seguido por el medio y sus autores en busca de su emancipación; un estudio documentado y serio como no suele ser frecuente en el tema, y que sin duda supondrá por méritos propios un referente para trabajos futuros. Para mí, junto al Entender el cómic de McCloud y Los lenguajes del cómic, de Barbieri, lo mejor que se puede leer en castellano con respecto a la teoría del cómic.
¿Y el resto qué...?
Por esto, y sólo por esto, prohibiría yo la fiesta de los toros.
¡¡¡No a la crueldad contra los seres humanos!!!
¿Y el resto qué...?
Una idea me viene rondando con insistencia desde que leí el Lost Girls de Moore y Gebbie, a saber, que en el fondo, el sexo es cosa de niños. Porque aunque la socarronería de Shakespeare lo llamara amor, es claro que Romeo y Julieta sólo podían tener la edad que tenían. La única en la que el ejercicio de tan apreciada facultad humana se puede gozar con la ilusión de quien se adentra en un universo insólito, en una tierra tan fantástica como el Oz de Dorothy, el Nuca Jamás de Wendy o el País de las Maravillas de Zapate... digo, de Alicia. Así se nos presenta en Lost Girls, como el encendido recurso de la imaginación por el cual las tres famosas niñas serán capaces de vestir de mágico lo terrible. Recordemos que en manos de la parejita feliz, Dorothy ya no es la encantadora niñita que hace surf a lomos de un huracán; aquí es una ninfómana pueblerina que se pasa por el henil todo lo que se menéa, padre incluido; Wendy y sus hermanos ya no son los niños entusiastas que aprenden a volar con la ayudad de Peter Pan; ahora son remilgados niños bien del Londres victoriano que se dejan seducir por el cabecilla andrajoso de una panda de desarrapados callejeros; por su parte, Alicia no es más la niña que descubrió toda una realidad invertida tras caer en la madriguera, sino la víctima de los abusos pederastas de un amigo de su padre (¿¿el propio Carroll??) , lo que la inclinará de forma decisiva hacia el lesbianismo. Truculencias de todo tipo y pelaje que sin embargos ellas reinterpretarán a la luz de la pasión adolescente como aventuras fantásticas.

Contaba Truman Capote en el prólogo de Música para camaleones, a propósito de sus inicios en el difícil camino de las letras, que:
Por su parte, cabe resaltar en Vagabond el trabajo casi fotográfico de Inoue en los lápices, un dibujo de tal perfección que se hace en ocasiones hasta abrumador, no sólo por el detallismo enfermizo de sus paisajes y escenarios, sino también por el de los encuadres, las expresiones corporales y los rostros. A lo que hay que añadir, por si no fuera suficiente, unas composiciones de página y una secuencialidad que ponen de manifiesto esa realidad tan difícil de negar: que en determinados aspectos, el manga va unos cuantos pasos por delante del resto del mundo. Eso sí, el que se decida a iniciar su lectura que lo haga pertrechado de paciencia, porque las páginas se cuentan por miles. Y todavía no hemos llegado ni al ansiado enfrentamiento entre Mushasi y Kojiro.
En definitiva, una obra tan recomendable como agotadora.
Puntuación: 8
¿Y el resto qué...?

¿Y el resto qué...?
Ahora entiendo por qué no consigo que la gente se interese más por mi magnífico blog: no estoy dando mi máximo. Es cierto que la escritura de cada entrada me lleva al borde de la extenuación física y mental, pero está claro que eso no es suficiente; debería estar visitando las puertas del más allá con cada una de ellas. Mismamente como Ippo “alquiler de botes de pesca” Makunouchi en cada uno de sus combates. Fijaros si no estoy dando mi máximo que apenas he vitos la primera temporada, es decir sólo los primeros 76 “rounds”. Y nunca me han sangrado los oídos y los ojos. Una vergüenza.

Si el cine comercial norteamericano carga ya de por sí con el sambenito de ser repetitivo, poco original, bastante superfluo y no menos vacío, el de superhéroes lo hace igual pero reduplicado a la enésima potencia. Y además, con razón. Basta echar un vistazo a la ya prolongada lista de películas inspiradas en personajes Marvel y DC para cerciorarse de que a veces quien carga la fama también carda la lana. Y es que hablamos de un tipo de cine que, con sus diferentes niveles de calidad, resulta casi siempre efectista, ruidoso, más preocupado por el uso de los efectos especiales que por el desarrollo de tramas y personajes; por la acción sin descanso que por el conflicto humano, o en su caso, sobrehumano. Un cine que tiene la cualidad de cansar pronto y hacerse especialmente insoportable. En este sentido, Iron Man no es ninguna excepción. 
¿Y el resto qué...?
A Faulkner jamás se hubiera ocurrido; Joyce habría enloquecido con sólo soñar tamaña complejidad interlingüística , intertextual e Inter de Milán; Broch se fracturó un brazo en tres mitades (!?) intentando imitarles, y Shakespeare se quedó sin palabras ante tanta belleza. Y no les culpo, porque lo de estos chicos, Giffen, DeMatteis y Maguire es de otra galaxia. Parece mentira –tal vez porque lo sea- que este trio de genios haya conseguido revolucionar -joder, otra vez más- el género de los superhéroes con un argumento más innovador que el ¡Pad de Apple: el archifamoso, archipoderoso y archimalvado Dormammu y su hermana, la MCLTG Umar se han unido en diabólica alianza con la intención de conquistar el Universo conocido, conocer el desconocido… ¡¡¡ y conquistarlo también!!! Y sólo LOS DEFENSORES podrán detenerlos. El Doctor (en medicina general) Extraño, Namor (vale, vale, Príncipe Namor para nosotros), Hulk “Pasión esmeralda” y Silver Surfer, sobre todo Silver Surfer, se enfrentan, como siempre, al más extraordinario reto de sus carreras superheroicas (¿a qué edad se retira un Superheroe? ¿A la misma que Guti y Raul? ¿No terminarán estos dos reclutados por LOS DEFENSORES, aunque uno sea medio y el otro delantero? Preguntas y más preguntas…)
Una obra maestra sin paliativos que demuestra la versatilidad y los recursos de un género incombustible (es cierto, yo he probado a prenderle fuego y no arde), inagotable, polimorfo, cristalino, diáfano, Di Stefano (Puskás y Gento), desgravable, esponjoso, bajo en colesterol y con el alerón delantero flexible. Una sabia combinación de talentos que logra fusionar con éxito el dominio de los recursos narrativos de Watchmen con la épica desatada del Dark Knight; el humanismo y la capacidad innovadora de Eisner con el universo inquietante y malsano de Maruo; la inocencia sin prejuicios de Vázquez con la lujuria y la sensualidad desbocada de la tira de prensa de la hoja parroquial de la misa de doce de los domingos de "El monaguillo feliz", pero en mejor. Tan en mejor que hasta Chuck! ha esbozado un amago de sonrisa mientras lo leía. ¿Y cómo consiguen semejante proeza? Pues con la sencillez de la genialidad: contando la verdad. Ese es su truco, porque no es la trama de Les llamaban… Los Defensores más absurda que la de cualquier cómic de superhéroes que se tenga por serio. Es simplemente que aquí se ha introducido un poquito, tampoco en exceso, de lógica y de sensatez, la suficiente para que por una vez los personajes tengan conciencia de la infumable grandilocuencia de sus diálogos, de las ridículas motivaciones que los animan, de la desproporción anatómica de Hulk... De lo patético, en resumen, de un mundo que se desintegra en las manos, y no en la boca, en cuanto se le aplica una brizna de cordura. Y como diría el gran Gila, vale, me he quedado sin hijo, pero lo que nos hemos reído...

Chuck! leyó Les llamaban... Los Defensores ya en la temprana época del insti.... varias décadas antes de ser escrito y dibujado... y en traducción al arameo...
¿Y el resto qué...?
Ahí la teneis; la implacable justiciera de lo social, tan segura de la verdad de su causa que por lo general -aquí gasta raybans a lo termineitor- ejerce a cara descubierta. Aunque lucen un poco pochas, las T son G, palabrita del niño jesús.
¿Y el resto qué...?
Como en las viejas películas del oeste, si hubiera que buscar una palabra que defina y nos dé la clave de lo que es y significa este En busca de Peter Pan, de Bernard Cosendai, Cosey para los amigos, yo apostaría por la frontera. Al igual que su Suiza natal, espacio que se erige en escenario privilegiado del tebeo, En busca de Peter Pan es un relato fronterizo que prueba a trazar y a delinear, pero también a emborronar y a confundir los límites que marcan, dan forma y distinguen conceptos tan contrapuestos como apariencia y verdad, realidad e imaginación, naturaleza y civilización o libertad y obligación. Cosey juega a transformarse en cartógrafo de un territorio propio que, como el Neverland de Barrie, se levanta en armas contra las restricciones que impone la realidad, que aspira a romper sus cadenas, pero que sin embargo pretende hacerlo sin negarla, complementándola y enriqueciéndola con los colores y los matices de la imaginación. No por casualidad En busca de Peter Pan tiene por protagonista - ese Melvin Z. Woodworth nacido Vlatko Z. Zmadjevic- a un escritor, es decir a alguien que se gana la vida inventando mentiras que a veces nos hablan de la realidad con intuición más certera que las mismas verdades. Y no nos olvidemos tampoco que, como descubrimos durante su aventura, las circunstancias que le permiten a Vlatko convertirse en Melvin y esquivar así el destino y la obligación de ser abogado nacen de una ficción, de una falsificación que sin embargo deja su impronta, su huella indeleble en la realidad. Porque las imposturas, al igual que las monedas falsas, pueden ser “más autenticas que las autenticas. De una aleación mejor que las del gobierno”. 
¿Y el resto qué...?
¿Y el resto qué...?
No me atrevo ni a imaginar a lo que pueden llegar estos dos si esta noche conquista la liga el Barsa
¿Y el resto qué...?
Es triste admitirlo, pero más triste es robar: tengo prejuicios contra el cómic. Parece mentira que esto nos esté pasando a nosotros, que nos iniciamos en el vicio de la reseña al grito de muerte a los prejuicios contra el noveno arte. Y además en una época en la que nadie quería leer tebeos porque estaba mal visto hacerlo, no como ahora, donde la gente cool, y más aún la gente "coolta", se distingue precisamente por la lectura de “novelas gráficas". Pero es cierto, hay tebeos que he postergando una y otra vez. Simplemente, sin que haya una justificación clara y distinta, porque no me atraían. Como este Arrugas de Paco Roca, del que debe hacer más de un año que lo compré, intrigado por el aluvión de premios y alabanzas que cosechó. Y sin embargo no es hasta ahora que al fin me he decidido a leerlo. Y vaya sorpresa, no sólo me gusta, sino que me entusiasma. Por eso no me queda más remedio que reconocer públicamente mis prejuicios contra el cómic. A mi edad. Y Arrugas es un tebeo que habla de la edad.
En este sentido Arrugas es un tebeo que angustia y duele. Que nos obliga a preguntarnos por lo que somos y de qué materia estamos hechos. Acaso porque ese sea precisamente el problema, que estamos hechos de materia y la materia se degrada, se estropea, deja de funcionar. Querámoslo o no, nos convertimos en trastos viejos, en chismes averiados, y a los trastos viejos se les arrumba donde no estorben ni se les vea demasiado. O sea, al hogar de ancianos. Pero con ser duro el hecho de vernos dados de lado por los nuestros, tampoco es lo peor de la vejez. Lo peor es que sea la propia naturaleza la que nos abandone, porque además de materia somos sentimientos, recuerdos, deseos e ilusiones, pero cuando la materia inicia su degradación se lleva por delante todo y apenas deja nada en pie. Algo que refleja muy bien Arrugas en la figura de Emilio y su lucha estéril contra el Alzheimer, en la cruel y contradictoria toma de conciencia del proceso que le llevará a la pérdida definitiva de la lucidez.
En fin, ya digo, un tebeo conmovedor e inquietante que debería ser de obligada lectura para todos los amantes del buen cómic. Y yo evitandolo por más de un año… No tengo perdón de dios.
Puntuación: 10
¿Y el resto qué...?
¿Y el resto qué...?

Si no fuera porque no encuentro la cita por ningún lado juraría que fue William Stayron quien escribió en La decisión de Sophie algo así como que cualquier obra relacionada con el holocausto judío está destinada a convertirse en un éxito. Teoría que a falta de que alguien demuestre lo contrario tendré que atribuirme a mí mismo y que parece además confirmada por una infinidad de casos como los de La lista de Schindler, El pianista, La vida es bella, Maus, El diario de Ana Frank, El niño con el pijama de rayas o la misma La decisión de Sophie. Obras siempre emocionantes que impresionan por la magnitud de la tragedia que cuentan, posiblemente una de las más terribles y crueles de la historia de la humanidad. O por lo menos de la historia reciente, que si hay algo que abunda en la historia de los hombres es precisamente el horror.
Resumiendo, me parece que Judenhass, como denuncia del odio que lleva a la barbarie, es sin lugar a dudas una obra necesaria; como reivindicación del victimismo hebreo frente a los gentiles, una obra aunque comprensible, muy equivocada.
¿Y el resto qué...?
No es fácil mantenerse imparcial y separar méritos artísticos de ideologías políticas cuando uno se enfrenta a una obra que toma como eje central la figura de un personaje historico tan controvertido, tan polémico y tan saturado de luces y sombras como las que proyectó el guerrillero argentino Ernesto Guevara de la Serna, el Ché. Y menos aun cuando la obra en cuestión no es y no pretende, posiblemente porque tampoco podría serlo aunque quisiera, una biografía aséptica, objetiva, neutra. Efectivamente, La vida del Ché toma partido descaradamente y lo hace reclamando del lector un pronunciamiento frente a lo que lee, obligandole a aceptarlo y a comprometerse con ello o a rechazarlo de plano. Porque aquí la indiferencia no es opción. Y aunque no es mi caso, pues confieso que la figura del Ché me genera tantas dudas que finalmente me declaro incapaz de emitir un dictamen sobre él, algo que me impide odiarlo o admirarlo con decisión, es cierto que el retrato heroico de tintes épicos que traza el albúm emocionará inevitablemente a sus defensores y chirriará, cuando no molestará directamente, a sus detractores, nublándoles con razón el juicio. Pues bien, a pesar de su dificultad, creo que en este caso merece la pena hacer el esfuerzo de distinguir méritos artísticos de ideologías políticas, pues más allá del panfleto ideológico, La vida del Ché es una obra excepcional e imprescindible que aunó la maestría y el talento de tres genios del cómic en estado de gracia.
Y sin embargo me voy a atrever a ponerle un pero, el mismo por el que no le voy a otorgar el diez: si dibujo y escritura pueden ser calificados por separado como excelentes, no siempre es así tomados en conjunto. En mi opinión la prosa de Oesterheld resulta en ocasiones excesiva, ahogando a veces el ritmo de la narración y dejando un cierto regusto a relato ilustrado. Pasa principalmente en los capítulos iniciales, donde la narración de la infancia y juventud de Ernesto se enreda y tropieza más de lo deseable en las palabras de Héctor Germán (H.G., como Wells) . Y sin embargo el problema se corrige en las últimas páginas de cada capítulo, donde la historia regresa al final de la vida del Ché, pero en especial en los capítulos que cierran la obra, donde el dibujo toma las riendas del relato, se torna de nuevo ágil, fluye con naturalidad y da la exacta medida de su calidad. O sea, la leche.
Puntuación: 9
¿Y el resto qué...?
Si hay algo que sobresale en Jason por encima de cualquier otro aspecto o cualidad que podamos reseñar es sin duda el marcadísimo carácter personal de sus obras. Obras que rebosan originalidad tanto en lo que cuentan como por la forma en que lo cuentan. Por eso resulta especialmente atractivo comprobar cómo se maneja el noruego en los territorios de un mundo que no es del todo el suyo, en el que acaso pueda andar un poco de prestado, sin llegar a hacer pie por completo. No olvidemos que El carro de hierro es adaptación de una vieja novela policíaca del también noruego Stein Riverton, una novela y un autor inéditos en España. El caso es que a pesar de todo la maestría de Jason consigue adueñarse de la historia y hacerla bailar al ritmo y al compás de su propio estilo. Es cierto que en un primer momento el lector, o al menos este lector que ahora hace las veces de escribiente, puede llegar a sentirse un poco desorientado y confundido con una ambientación y unos personajes que no parecen casar con naturalidad en el peculiar grafismo de Jason. Incluso puede que en otras ocasiones se note en exceso los tijeretazos a los que obliga el trasvase entre medios. Sin embargo estas pequeñas molestias acaban disolviéndose pronto en el inabarcable talento narrativo del noruego, quedando únicamente la fuerza de un relato absorbente y satisfactorio. Una historia policíaca que si acaso se resiente de cierta falta de originalidad y que a mí me trae a la memoria una de las más logradas novelas de Agatha Christie, cuyo título no diré, no vaya a ser que les fastidie la gracia a los que gustan de intentar resolver el misterio por sí mismos.
Ah, vacaciones, vacaciones, qué dulce es tu sabor. Ya tenía yo ganas de pillarlas. Pues sí, durante las dos próximas semanas voy a estar de vacaciones, así que intentaré ponerme las pilas, ponerme al día y ponerme a leer y a escribir. A ver si consigo darle un poquillo de ritmo al blog, lo saco del túnel de Moody (Raymond) y lo devuelvo a la fila de los vivos. Para empezar, y mientras voy leyendo tebeos que reseñar, obsequiaré vuestra paciencia con toda una exclusiva mundial: sé cómo ganar dinero en el Beer Tycoon.
Para aquellos que no tengáis ni idea de que es el Beer Tycoon os diré que es un juego de gestión empresarial para PCs donde podemos convertirnos en barones de la birra. Atractivo, ¿verdad? Pues sí, pero además Beer Tycoon cuenta con el dudoso privilegio de estar considerado como uno de los peores juegos que jamás se hayan programado. Podéis comprobar que no miento leyendo el análisis que le dedicó en su momento Meristation. De hecho hay voces que apuntan a su completa injugabilidad. Y no sólo eso, hay quien señala que por no poder no se puede ni guardar las partidas. Bien, pues yo digo que sí, que se puede jugar, que se puede ganar dinero en él –y mucho además- y que en el colmo de las posibilidades hasta se puede guardar y cargar las partidas. Fijaros que, más chulo que un ocho, hasta lo he convertido en actividad formativa para mi clase de orientación empresarial. Con dos hue... ejem, mejor vayamos al meollo de la cuestión.
Lo primero que debemos tener claro de Beer Tycoon es que se trata fundamentalmente de un juego de equilibrio, donde tendremos que encontrar el equilibrio perfecto en nuestro proceso de producción, el equilibrio perfecto entre producción y ventas y el equilibrio perfecto entre precio de venta y clientes disponibles. Balanceándolo todo, no sólo conseguiremos que nuestra empresa sea rentable, sino que nos forraremos a lo grande.
Equilibrio en el proceso de producción
Para empezar a producir necesitaremos contar con todas la naves y maquinas exigidas para la elaboración de cerveza, sin que podamos ahorrarnos ni la más mínima, o sea que aquí no vale eso de a ver si más adelante me va mejor la cosa y ya sino después la pongo. Pues no. O todo o nada. En concreto necesitamos:
• Nave para camiones: Viene de serie con el terreno. Lo que si deberemos instalar en ella es al menos una nave de carga para barriles y otra para botellas. Con cuidado de no estorbar y de maximizar el espacio. Esto son todos los edificios y maquinaria que necesitamos. Procurad colocarlo todo alrededor de la nave de camiones, de forma que aprovechemos bien el espacio disponible y reduzcamos al mínimo la distancia a recorrer por nuestros empleados y carretillas. Por cierto, no es conveniente construir ni el centro de visitas ni el pub, ya no sólo porque al inicio no son rentable desde un punto de vista económico, sino que aún peor: en cuanto recibáis clientes y visitas el juego dará error y se estropeará. Así que no queda más remedio que renunciar a esa posibilidad de explotación y centrarnos única y exclusivamente en la venta de cerveza al por mayor. Inicio de la producción
Obtención de clientes
He aquí la piedra rosetta del juego, la clave que nos va a permitir forrarnos. En Beer Tycoon el número de clientes que van a solicitar nuestra cerveza depende fundamentalmente de tres parámetros: gasto en publicidad, ámbito de producción y precio de venta. Pues bien, mi consejo es que desde el primer momento, incluso desde antes del inicio de la producción, comencéis a hacer publicidad en todos los medios disponibles –televisión, radio y prensa- y además para el ámbito internacional. Esto, unido al precio de venta que hemos establecido para nuestro producto, es decir cero, debe dar como fruto un rápido incremento en nuestra cartera de clientes, que se situará pronto en torno a los 25 ó 30, o lo que es lo mismo, en lo máximo que se puede conseguir. Y es que en Beer Tycoon los clientes son muy sensibles a las bajadas de precio, de forma que un precio bajo (y qué precio más bajo que cero) combinado con publicidad constante y un ámbito de distribución grande (el internacional) nos reportará rápidamente una buena cantidad de clientes. Sin embargo curiosamente los clientes no son tan sensibles a la subida de los mismos, aun cuando esta subida sea abusiva. Por eso, cuando tengamos al fin stock acumulado y listo para la venta, cosa que si planificamos bien debe coincidir con nuestro techo de clientes (ya digo, en torno a los 30), deberemos bajar una unidad más el precio, de forma que como ya estamos en cero, el precio dé la vuelta y pase a su importe máximo, es decir 999. A partir de aquí iniciaremos un descenso paulatino en el número de clientes, como es lógico, sin embargo lo haremos con la suficiente lentitud como para poder vender todo lo que tengamos producido y empezar a forrarnos. Cuando nos queden pocos clientes, o lo que es lo mismo, menos de 10, volveremos a bajar el precio a cero, de forma que recuperemos rápidamente nuestra cartera de clientes. Si nos lo curramos , podemos hacer coincidir las fases de stock bajo con las fases de pocos clientes, de forma que cuando bajemos el precio a cero para recuperar cliente apenas tengamos nada que vender en almacén.
Usando este truco, equilibrando stock, número de clientes y precio, no encontraremos dificultad ninguna para nadar en una pileta rebosante de billetes y monedas en muy poco tiempo. Vamos, como el tío Gilito, el de los cómics de Carl Bank. Y este es un blog de cómics. De todas formas, por si no acabamos de cogerle el ritmo:
En fin, esto es en lo fundamental lo que he aprendido sobre este juego que tan poca gente ha llegado a jugar en profundidad. Si tenéis alguna duda de cómo se aplica mi método, o queréis aportar algún truquito que haga más eficiente el proceso, no os privéis en los comentarios. Pues hala, a ganar pasta a espuertas en Beer Tycoon. De nada.
¿Y el resto qué...?