jueves, 9 de julio de 2009

De animales y otros males


Uno de los secretos más inconfesables que guardo bajo siete llaves y que más ha escandalizado a aquellos pocos con los que he tenido la deferencia, o la imprudencia, de compartirlo es , tomen asiento por si les falla el equilibrio, mi profundo odio hacia los animales. No los soporto. No me inspiran ni el más ínfimo sentimiento de ternura. En este sentido me declaro completamente cartesiano, racionalista y materialista. Soy incapaz de ver en un animal otra cosa que una máquina orgánica carente de cualquier atisbo de razón o de emoción. Pero incluso esto no es más que una excusa para no admitir la verdad: los animales me dan miedo, me parecen monstruosidades de conductas imprevisibles con los que no se puede razonar. Más aun, me confieso totalmente incapaz de comunicarme con ellos. Si un perro me dice guau guau, saca la lengua y me mira expectante, no tengo ni la más remota idea de que es lo que me quiere decir, qué trata de hacerme entender, qué es lo que espera de mí. Y si armado de paciencia le pido que se explique mejor, el vuelve a su guau guau y yo por más que me devane los sesos no entiendo nada. Además a poco que se piense repudiar a los animales es lo más natural del mundo. Por ejemplo, si pensamos que un ser humano, con su perfecta conducta humana, con su capacidad de hablar y de razonar intactas pudiera nacer con una forma no humana, como la de, por decir algo, un hipopótamo, a todos nos parecería una aberración. Incluso si un ser humano, con su forma perfectamente humana, hablara, pensara y se comportara como lo hace un animal, no nos parecería menos monstruoso. Y sin embargo podemos contemplar a seres de formas no humanas comportándose de maneras insolitas, extrañas e irracionales, y a todos -o a casi todos, que a mí no- nos parecen normales.


Todas estas disquisiciones intempestivas vienen a cuento del pequeño percance que he sufrido hoy de vuelta del curro, en la carretera que une La Zarza con Mérida. Ha sido a la entrada de una larga recta en la que los escasos vehículos que la suelen transitar alcanzan velocidades de 120 Km/H o superiores (yo suelo ir en ese tramo a 120 y más de una vez me han adelantado). Nada más salir de la curva que la precede me he dado cuenta que había algo extraño a mitad de la recta, pero por más que he intentado poner en claro qué es lo que estaba viendo no tenía ni idea. Demasiado pequeño para tratarse de algún vehículo parado, tampoco tenía pinta de ser un objeto caído sobre el pavimento. Por un momento incluso he dudado de que realmente estuviera viendo algo. Tanto que hasta que no he estado a pocos metros no he comprendido lo que tenía delante: ¡¡¡una cigüeña parada en medio de la carretera!!! Pues sí, ahí estaba la tía, apoyada sobre una pata con toda su majestuosidad y toda su tranquilidad. Estaba de espaldas al coche y sin querer darse en ningún momento por enterada. De hecho no me ha quedado más remedio que detenerme y tocarle el claxon. Y ni aun así: hasta después de un instante no se ha dignado a girar la cabeza y dedicarme una mirada que yo juraría ha sido de desprecio. Si no fuera porque de inmediato ha alzado el vuelo, os prometo que hubiera pisado el acelerador y la hubiera espachurrado allí mismo. Bueno, y porque es una especie protegida y me podría caer una multa bien graciosa. El caso es que eso de plantarse en medio de un tramo de circulación rápida, de espalda a los vehículos y como si la cosa no fuera con ella no se le ocurre ni al más estúpido de los humanos. Ah, pero como los animales están en otro mundo... Y eso que se supone que estos bichos son todo instinto y que el afán de supervivencia les evita estas conductas. En fin, ver para creer.

3 comentarios:

  1. JA!!!!!!!!!!! eres un pobre pendejo jajajajajajaj, no sabes la importancia de la vida, da gracias a la vida q no eres un animal.

    atte. yo

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  2. En tu próxima vida serás un animal, y seguramente de los que se maltratan especialmente en nuestro pais. Claro pero eso seguramente tampoco lo entenderas porque eres tan racional. Lo siento por ti chico , eso es lo que hay .

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  3. ¿Eso es una especie de maldición gitana? ¿Es obligatorio que te gusten los animales? ¿Se es malvado y perverso por ello? Pues sí, no me gustan, lo que no significa que esté a favor de su maltrato. Son temas distintos y no necesariamente van el uno de la mano del otro. Pero claro, para comprender esto, que porque no te gusten los animales no vas a ir por ir pegandoles pedradas, hay que pensar y razonar un poco. De todas formas no me da miedo tu amenaza: no tengo pensado tener más vidas que este que ahora vivo. Es lo que tiene el materialismo.

    Un saludo.

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