A ver, un par de acertijos facilotes: ¿qué sale si mezclamos Watchmen con Predicador y lo pasamos por las manos y la mente de Rick Veitch? Correcto: El Uno.
¿Y si mezclamos Miracleman con El soñador y lo pasamos por las manos y la mente de Rick Veitch? Correcto: El Maximortal.
Y es que como Miracleman, El Maximortal es una revisitación del mito de Superman pero desde la óptica maliciosa de Veitch, que repite paso a paso los orígenes del alienígena más famoso de la tierra, pero con macabras y significativas diferencias: las dificultades de convivencia entre los padres adoptivos y el niño con superpoderes aquí tendrán consecuencias más trágicas que en la familia Kent; las enseñanzas morales no serán del todo inocuas como en el caso del de Smallville y harán perder la cabeza a más de uno; nada de Kriptonita en estos parajes, aquí es la Cacatonita la que manda, compuesta de… bueno, está claro de que está compuesta. Y para colmo su gran rival será el Guano –la mierda.
Una parodia muy divertida con la que Veitch reflexiona sobre la capacidad de los mitos para reencarnarse y vivir en la realidad misma. La conclusión final podría resumirse en “nada escapa a la realidad; ni siquiera la ficción”.
Pero con ser divertida e interesante esta parte, no es ni muchísimo menos lo mejor del cómic, porque Veitch además hace un repaso a la intrahistoria de la creación del personaje, centrando la narración en las disputas y engaños de los que fueron victimas Jerry Spiegal y Joe Schumacher, trasuntos apenas disimulados de Jerry Siegel y Joe Shuster, los padres de Superman, a quienes la industria esclavizo sin miramientos mientras los mantenia alejados de los tremendos beneficios que su personaje produjo, llegando incluso a negarles la paternidad. Un egoísmo que pretendió acaparar por completo el concepto del superhéroe, denunciando a cualquier otro autor que quisiera dar su versión del mismo.
Sirviendose de esta excusa, Veith hace desfilar por sus páginas a los equivalentes de Eisner, de Lou Fine, de Kirby, o incluso un Bill Gaines en pleno trance por la creación del Cómic Code y el hundimiento de EC. Es decir, rinde un merecido homenaje a los hombres que verdaderamente hicieron grande al cómic norteamericano. Un repaso que a mi me recuerda, ya lo he dicho antes, al que hiciera el propio Eisner en El soñador, pero con los dibujos típicos de los superhéroes. Eso sí, con un pulso narrativo sosegado y realista muy alejado de lo que viene siendo norma en estos cómics.
De esta forma consigue firmar unas páginas verdaderamente encomiables que me llevan a preguntarme por qué el mainstream americano no puede realizar historias que se muevan únicamente en estos registros, prescindiendo de la aventura y la maravilla como única coartada. Supongo que la respuesta al uso es que no venderían, pero lo cierto es que con todo, El Maximortal resulta ser, además de mucho más maduro y conscientes que la inmensa mayoría de cómic de superheroes, tan entretenido y vendible como aquellos.
Y es que como Miracleman, El Maximortal es una revisitación del mito de Superman pero desde la óptica maliciosa de Veitch, que repite paso a paso los orígenes del alienígena más famoso de la tierra, pero con macabras y significativas diferencias: las dificultades de convivencia entre los padres adoptivos y el niño con superpoderes aquí tendrán consecuencias más trágicas que en la familia Kent; las enseñanzas morales no serán del todo inocuas como en el caso del de Smallville y harán perder la cabeza a más de uno; nada de Kriptonita en estos parajes, aquí es la Cacatonita la que manda, compuesta de… bueno, está claro de que está compuesta. Y para colmo su gran rival será el Guano –la mierda.
Una parodia muy divertida con la que Veitch reflexiona sobre la capacidad de los mitos para reencarnarse y vivir en la realidad misma. La conclusión final podría resumirse en “nada escapa a la realidad; ni siquiera la ficción”.
Pero con ser divertida e interesante esta parte, no es ni muchísimo menos lo mejor del cómic, porque Veitch además hace un repaso a la intrahistoria de la creación del personaje, centrando la narración en las disputas y engaños de los que fueron victimas Jerry Spiegal y Joe Schumacher, trasuntos apenas disimulados de Jerry Siegel y Joe Shuster, los padres de Superman, a quienes la industria esclavizo sin miramientos mientras los mantenia alejados de los tremendos beneficios que su personaje produjo, llegando incluso a negarles la paternidad. Un egoísmo que pretendió acaparar por completo el concepto del superhéroe, denunciando a cualquier otro autor que quisiera dar su versión del mismo.
Sirviendose de esta excusa, Veith hace desfilar por sus páginas a los equivalentes de Eisner, de Lou Fine, de Kirby, o incluso un Bill Gaines en pleno trance por la creación del Cómic Code y el hundimiento de EC. Es decir, rinde un merecido homenaje a los hombres que verdaderamente hicieron grande al cómic norteamericano. Un repaso que a mi me recuerda, ya lo he dicho antes, al que hiciera el propio Eisner en El soñador, pero con los dibujos típicos de los superhéroes. Eso sí, con un pulso narrativo sosegado y realista muy alejado de lo que viene siendo norma en estos cómics.
De esta forma consigue firmar unas páginas verdaderamente encomiables que me llevan a preguntarme por qué el mainstream americano no puede realizar historias que se muevan únicamente en estos registros, prescindiendo de la aventura y la maravilla como única coartada. Supongo que la respuesta al uso es que no venderían, pero lo cierto es que con todo, El Maximortal resulta ser, además de mucho más maduro y conscientes que la inmensa mayoría de cómic de superheroes, tan entretenido y vendible como aquellos.
Una obra imprescindible.
Puntuación: 9
Puntuación: 9
"¿¿¿por qué el mainstream americano no puede realizar historias que se muevan únicamente en estos registros, prescindiendo de la aventura y la maravilla como única coartada??"
ResponderEliminarInteresante debate el que planteas. En Chile, donde no hay gran publicación de historietas, pero si està ploriferando la autogestión, nos estamos planteando algunas preguntas al respecto. En general, funcionan en mi país, las tiras cómicas y la historieta humorística y muchos jòvenes se guían por la tendencia americana del superhèroe. Veo en Europa (hay un encuentro chileno-belga de cóomics en este momento), así como en Argentina procesos diferentes, donde tambièn hay tòpicos experimentales y de cuestionamiento un poco màs profundo. No sé a qué se debe este fenòmeno, pero me encantarìa darle una vuelta.
¿Qué tal, Melina? Perdona la tardanza en responder; la verdad es llevo unos días en que no me he podido conectar. Sí, la cuestión es interesante. Como podrás comprobar leyendo mi blog, a mí no me intersa demasiado el cómic de superheroes: prefiero, y con mucho, tematicas más naturalistas, más apegadas a la cotidianidad. Sin embargo me fijo en que el tipo de dibujo que se asocia a los superheroes rara vez se usa fuera de estos. Tal vez porque pueda parecer que este tipo de dibujo es válido principalmente para ensalzar el movimiento, lo cual es fundamental en esa clase de historias, pero no tanto para representar emociones. Puede que sea así, pero lo cierto es que leyendo las páginas de El Maximortal dedicadas a narrar únicamente el conflicto del mundo editorial de los cómic, a mi me queda la sensación de que este tipo de dibujo es muy capaz también para este tipo de historias. Tanto que yo me he quedado con ganas de leer algo que se asemeje a esto.
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