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Bill es un aspirante a escritor –madre mía, qué cantidad de aspirantes a escritores hay en el cine- en horas bajas que buscando inspiración se dedica a seguir por las calles a completos desconocidos. Vamos, lo que haría cualquiera en esa situación. Pero cuando Jeremy Theobald se percate de ello Bill no va ha encontrar un argumento para sus novelas; lo encontrará para su propia vida. Porque en Following, como en Memento, o en El truco final, nada es lo que parece y lo que comienza siendo un juego inocente derivará pronto en un perverso -y para qué negarlo, bastante improbable- complot que no le augura nada bueno a Bill.
Curiosamente según la película se va adentrando en el meollo de la historia, según va perdiendo el tono intimista del principio para abandonarse a la intriga de genero negro su ritmo parece resentirse y extraviar en cierta medida su cuidado pulso narrativo. Pero tampoco en exceso; lo cierto es que el corto metraje de la cinta, apenas 70 minutos, no se lo permite. Con todo, lo mejor está en la sorprendente habilidad con la que Nolan es capaz de alterar la linealidad del relato, saltando en el tiempo a su antojo sin necesidad de una justificación y sin que por ello se resienta la claridad de lo expuesto o el resultado parezca arbitrario y artificioso. Una habilidad que sin duda compensa sobradamente cualquier defecto de su trama y que la convierte, en mi humilde opinión, en una de las películas más interesantes del director británico. Lo que no es decir poco.
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