Cada vez que cierra los ojos se deja vencer por el mismo sueño: se sueña pobre entre los pobres, vagando por el mundo en compañía de los harapientos, los leprosos y los marginados: sin más poder que el de la palabra; sin más crédito que el del amor. En su sueño tiene madre y vierte lágrimas por él que le queman más que cualquiera de las llagas que martirizan su cuerpo o de los clavos que atraviesan sus extremidades. Conoce el hambre, la sed y la enfermedad; intima con el desprecio, la crueldad y el dolor de una muerte inmisericorde. Y sin embargo se niega a renunciar a su sueño y se aferra a él con desesperación, pues sabe - él todo lo sabe- que ningún tormento, ninguna humillación, podrán jamás igualarse a la fría soledad que le aguarda al despertar.
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