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Una cuestión de familia relata el traumático reencuentro de una familia desecha a la que apenas mantiene unida el vago y difuso sentimiento de haber pertenecido en tiempos a un mismo grupo humano, sin hablar, claro, del mucho más concreto e intenso deseo de echarle la zarpa al puñado de dólares fáciles que les puede reportar la herencia. De esta manera, la historia nos encierra durante unas pocas horas en los límites claustrofobicos de la pequeña vivienda en la que tendrá lugar la reunión, donde un ramillete de pintorescos personajes comprondrán un retablo asfixiante de las bajezas y miserias que laten soterradamente –y no tan soterradamente- en esa santa institución que es la familia. Aquí no hay lugar a las concesiones para los buenos sentimientos o las buenas intenciones, aunque Eisner tampoco quiere cebarse con los personajes, a los que retrata con dureza pero sin mostrarlos jamás peores que el común de los mortales. Así, con sus miembros se dan cita en esta dramática reunión la envidia, la crueldad gratuíta, la superficialidad, el egoísmo, la traición o la avaricia, componentes indisolubles de cualquier conjunto humano, aun incluso de aquel grupo -la familia- que se supone refugio natural para el afecto sincero y desinteresado, porque al fin estos sentimientos, estas actitudes, son también inseparables del alma humana.
El resultado es, ya lo he dicho, una intensísima pieza de teatro gráfico que sirve para justificar el más que merecido prestigio de su autor. Aunque no por ello voy a dejar yo de insistir de aquí en adelante en que no me gusta la concepción de sus otras novelas gráficas. Cabezorro, además de iluminado, que es uno.
Puntuación: 9
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