lunes, 12 de febrero de 2007

La mala gente, de Étienne Davodeau

No sé si se habrán dado cuenta, pero si no, tampoco me cuesta reconocerlo abiertamente: mis tendencias políticas son izquierdosas. Aunque, más bien, para ser precisos, lo que realmente me tira, lo que de verdad excita mi imaginación y da calor a mi corazón, no es otra cosa que el anarquismo. Pero puesto en la obligación de elegir entre los valores teóricos –y digo teóricos porque después, en la práctica, son casi la misma mierda- de la derecha o la izquierda, prefiero, y con mucho, los de ésta última.

Así las cosas, ¿qué puedo yo decir de La mala gente –Una historia de militantes- del galo Étienne Davodeau? Pues la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad: que es un pedazo de tebeo como la copa de un pino.

Y es que no puedo dejar de emocionarme leyendo las andanzas de estos humildes sindicalistas de Botz en Mauges, de estos luchadores incansables que se negaron a renunciar a sus convicciones más profundas y se revolvieron, como si de superhéroes al uso se trataran, contra la injusticia, la desigualdad y la falta de libertad; que se batieron, en resumidas cuentas, por mantener intacta su dignidad personal y colectiva. Así La mala gente supone un épico acercamiento al nacimiento, evolución y triunfo de la conciencia social y de clase en la región de los Mauges franceses, de la que es originario Davodeau; una región que se vio sacudida por las inevitables estrecheces económicas tras su liberación de la ocupación nazi en 1946, dificultades que además se vieron acrecentadas por una mentalidad general marcadamente conservadora. Para ello Davodeau se centrará en las peripecias vitales de sus progenitores, ambos hijos de familias humildes de la región que, tras verse obligados a abandonar prematuramente la escuela, inician sus respectivas vidas laborales bajo el signo de un futuro casi tan poco halagüeño como el presente. Allí encontraran un mundo gris y hostil donde serán reducidos a poco más que factores de producción. Frente a esa alienación laboral solo podrán encontrar una vía de escape a través de la figura de un joven cura recién llegado a la región que traerá consigo nuevas ideas hasta entonces inimaginables. Es de esta manera como se verán envueltos rápidamente en la creación de los primeros colectivos sindicales, que poco a poco, logro a logro, irán adquiriendo entidad y asentándose en la vida social de la región. Sin embargo, cada éxito, ya sea pequeño o grande, no supondrá cosa distinta que el pistoletazo de salida para una nueva lucha, para la reivindicación de nuevos derechos que permitan mejorar las condiciones de trabajo de los obreros y el acercamiento hacia la justicia social.

Davodeau hace así una más que interesante excursión a través de tres décadas de luchas que le sirve para ofrecer un sentido tributo al movimiento sindical, sin cuyos esfuerzos no podría explicarse la actual Francia del bienestar social (¿estarán de acuerdo conmigo los involucrados en los disturbios públicos del año pasado?) y un no menos emotivo homenaje a sus padres, sin cuya labor no podría entenderse quien es Davodeau (¿estará de acuerdo conmigo el autor?).

Bien, hasta aquí el argumento; más o menos lo que podríais encontrar en la contraportada, pero con más retórica de la mala. Toca ahora adentrarse en esa sección que tanto me gusta últimamente, la de comparativas. ¿A qué me recuerda –y por qué- La mala gente? Pues nada más y nada menos que al Pulitzer Maus. Pero, cómo, si aquí no hay ni nazis ni judíos, ni ratones ni gatos ni perros. Ya, pero tenemos a un hijo indagando en la historia de sus padres, cuyo proceso sirve de excusa para el desarrollo del cómic, que se incluye dentro del mismo, que enseña su trabajo a éstos y lo discute con ellos. Como en Maus. Aunque en verdad, más allá de paralelismos narrativos, poco tienen que ver uno y otro.

En fin, abreviando, un magnífico cómic que hará emocionarse a quienes se emocionan con estos temas y, supongo, irritará a quienes se irritan con ellos. Aunque, si son honrados, no podrán dejar de admirar las excelencias objetivas de este La mala gente: después de todo, el arte también se puede disfrutar aun cuando nos horrorice lo que cuenta. Yo, por ejemplo, me maravillé en su día con las majestuosas imágenes de El triunfo de la voluntad y la soberbia imitación que Hitler hace de Chaplin.

Puntuación: 10

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