Pues sí, aunque parezca difícil de creer Nicaragua, además de ese pequeño país centroamericano necesitado del socorro y la ayuda internacional –tiene el tercer PIB más bajo del Hemisferio Occidental, según datos de la Wikipedia- es, también, un cómic; un magnífico cómic, a decir verdad. Lo cual tampoco es de extrañar si tenemos en cuenta quiénes son los padres de la criatura: nada menos que el tandem formado por los argentinos Muñoz y Sampayo, los creadores del detective Alack Sinner, a cuya saga pertenece este volumen.
Alejada ya definitivamente de las peripecias del género negro más tradicional que coparan sus primeras historias, Nicaragua se ubica temporalmente allá por el año 1984, es decir en plena escalada de tensiones entre el gobierno sandinista de Ortega y el imperialismo Neocon de Reagan, lo que la convierte en el laboratorio de pruebas, en el observatorio ideal para que los autores argentinos aborden las terribles contradicciones internas que asolaban por aquella época tanto al autoproclamado país de la libertad como a su personaje insignia, Alack Sinner. De esta forma veremos como ambos, tanto los Estados Unidos como el ex-policía, se deslizan suavemente entre las sinuosas ambigüedades, lindando con la esquizofrenia, de un discurso de valores que ensalza el Laissez faire a ultranzas al mismo tiempo que en la praxis ejerce un intervencionismo implacable y brutal. Le sucedió a la administración ultraliberal de Reagan, que con la excusa de la defensa del “mundo libre” –léase, si se prefiere, del capitalismo depredador- se dedicó durante la década de los ochenta a intervenir de una u otra forma en cualquier región del planeta donde sus intereses comerciales pudieran peligrar, aunque ello supusiera apoyar a regímenes dictatoriales como el de Pinochet o condenar a un país como el nicaragüense a desangrarse en una absurda guerra civil, adiestrando y armando a la Contra con los beneficios obtenidos del narcotráfico y la venta de armamento a Iran.
Alejada ya definitivamente de las peripecias del género negro más tradicional que coparan sus primeras historias, Nicaragua se ubica temporalmente allá por el año 1984, es decir en plena escalada de tensiones entre el gobierno sandinista de Ortega y el imperialismo Neocon de Reagan, lo que la convierte en el laboratorio de pruebas, en el observatorio ideal para que los autores argentinos aborden las terribles contradicciones internas que asolaban por aquella época tanto al autoproclamado país de la libertad como a su personaje insignia, Alack Sinner. De esta forma veremos como ambos, tanto los Estados Unidos como el ex-policía, se deslizan suavemente entre las sinuosas ambigüedades, lindando con la esquizofrenia, de un discurso de valores que ensalza el Laissez faire a ultranzas al mismo tiempo que en la praxis ejerce un intervencionismo implacable y brutal. Le sucedió a la administración ultraliberal de Reagan, que con la excusa de la defensa del “mundo libre” –léase, si se prefiere, del capitalismo depredador- se dedicó durante la década de los ochenta a intervenir de una u otra forma en cualquier región del planeta donde sus intereses comerciales pudieran peligrar, aunque ello supusiera apoyar a regímenes dictatoriales como el de Pinochet o condenar a un país como el nicaragüense a desangrarse en una absurda guerra civil, adiestrando y armando a la Contra con los beneficios obtenidos del narcotráfico y la venta de armamento a Iran.
Y le pasa al pobre de Alack Sinner, que a pesar de intentar tomarse la vida con la distancia y la indiferencia propias de quien esta de vuelta de todo –sin haber ido a ninguna parte, que diría Machado- acaba siempre involucrándose en todos los fregaos. En esta ocasión, la llegada a la ONU de una delegación sandinista al objeto de elevar una protesta por las continuas ingerencias norteamericanas, y la posibilidad de un atentado contra “El Padre”, el miembro más destacado de dicha comitiva, hará que nuestro personaje, en constante horas bajas, acabe enredado en los tejemanejes del omnipresente poder político y, ya de paso, entre las piernas de la hermosa Delia, una norteamericana de origen nicaragüense que hace las veces de enlace con el detective. Unos acontecimientos que le pondrán frente a frente con dos duras evidencias: lo mal que anda el mundo, y lo mal que anda su mundo. Porque este nuevo romance sólo servirá para que Sinner tengan que afrontar una nueva despedida, de nuevo una pérdida que le confirma en su incapacidad para retener en la esfera de su vida privada a aquellos a los que quiere y además le dan muestras de quererle, lo que sin duda le condena al aislamiento y la soledad (¿dónde he leído yo antes esta frase? ¡¡Ah, sí, en mi reseña de El zoo de cristal!!! Qué original soy).
Y qué mejor que los dibujos expresionistas de José Muñoz para mostrar toda la carga de desamparo que transmiten las vivencias de Sinner. Pues eso digo yo, un grandísimo tebeo, que prueba, una vez más, que no hay tema que escape a la mirada inquieta del noveno arte. Ni siquiera uno tan rebuscado como Nicaragua.
Puntuación: 9
Y qué mejor que los dibujos expresionistas de José Muñoz para mostrar toda la carga de desamparo que transmiten las vivencias de Sinner. Pues eso digo yo, un grandísimo tebeo, que prueba, una vez más, que no hay tema que escape a la mirada inquieta del noveno arte. Ni siquiera uno tan rebuscado como Nicaragua.
Puntuación: 9
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