La primera, el humor de Allen, es cosa ya común a todos sus films –o casi todos, que Interiores u Otra mujer no destacan precisamente por él- , pero cabe reseñar que a diferencia de lo que venía pasando en sus obras anteriores, el director judío consiguió aquí desarrollar un humor mucho más elaborado y menos evidente, un humor que se integra mejor con el desarrollo de la historia sin que la película derive en una sucesión de gags deshilvanados; muy por el contrario en Annie Hall las ocurrentes salidas de Allen encuentran completa justificación en la labor de contrapunto, de desengrasante con el que rebajar la pesadez y la gravedad de unos temas –el pesimismo ante la vida, las dificultades de las relaciones humanas o la volubilidad del amor- que de otra manera se harían difíciles de digerir. Sin embargo esta contención, este sometimiento a las necesidades de la historia, no diluye en nada la mordacidad desarrollada por Allen, ofreciendonos algunas de las gracias más legendarias de su obra: la negativa a entrar en el cine alegando que no le gusta ver las películas a la mitad, cuando apenas hace dos minutos que comenzó, aquellos quince años de psicoanálisis sin resultados tras los que promete conceder a su psicoanalista un año más y después ir a Lourdes, la onza de coca que se evapora en un estornudo, el único hombre que sufre envidia de pene, la basura de Los Ángeles que se recicla en programas de televisión…
La segunda, la arriesgada estructura narrativa, es también de alguna manera una tónica general de la filmografía de Allen, al que gusta de vez en cuando experimentar con los límites de la narración tradicional. Es el caso de películas como Zelig o la primeriza Toma el dinero y corre, que adoptan la forma de documental ficticio, o de Desmontando a Harry, en donde se juega una y otra vez con la ruptura de la línea temporal. Algo muy similar en cierto sentido a lo que realiza en Annie Hall, donde Allen crea una especie de monólogo filmado con el que da rienda suelta a todas las neuras y manías de su personaje principal, Alvy Singer, es decir las suyas propias, llevándolo a alterar constantemente el curso de la narración, a agrupar sus recuerdos en función de los temas o ideas que en cada momento se le pasen por la cabeza y a dirigirse habitualmente al público sacándose de la manga, como en la escena de la cola del cine o cuando pide consejos a los peatones de Manhattan, recursos más propios de un narrador omnisciente que domina a su antojo el relato que de un personaje inmiscuido en la corriente de acontecimientos que dan forma a la historia. Y sin embargo, a pesar de estas injerencias del personaje en la forma de contar, la película no se ve afectada en su credibilidad y en su capacidad de persuasión; la forma narrativa elegida por Allen está dosificada con tal maestría que el hechizo en el que debe mantener toda ficción a sus espectadores no se quiebra jamás, aun cuando con frecuencia se nos recuerde el hecho de que no estamos asistiendo más que a una mera representación de la realidad.
La tercera sería esa visión entre irónica, desencantada y romántica de las relaciones afectivas de Annie y Alvy que revela en mi opinión una forma de entender la naturaleza del amor y los vaivenes propios de la pareja con la que no puedo estar más de acuerdo: aun cuando ambos personajes se complementan y aportan cosas diferentes que sin duda agradecen y necesitan sus vidas – mientras Alvy conduce a Annie a una entendimiento más maduro y menos banal de la vida, esta le corresponde con la dosis justa de desenfado y alegría que al cómico le viene faltando- lo cierto es que la convivencia, y con ella la inevitable y corrosiva rutina, harán distanciarse a ambos hasta el punto de llegar a la separación definitiva. Sin embargo, más importante que estas dificultades de convivencia, más importante que sus continuos desencuentros es el hecho de que los personajes se pasen toda la película buscándose una y otra vez , no queriendo renunciar, a pesar de los casi insalvables inconvenientes, a la compañía del otro, lo que viene a ejemplificar magníficamente la verdad lapidaria que cierra con broche de oro el film: Pues eso, más o menos, es lo que pienso sobre las relaciones humanas, ¿saben? Son totalmente irracionales, locas y absurdas, pero... supongo que continuamos manteniéndolas porque, la mayoría, "necesitamos los huevos".
En fin, sea por estas tres razones que he esbozado sin demasiada profundidad, sea por otras que al lector de este blog se le ocurran, lo cierto es que Annie Hall es un peliculón que bien merece todas la veces que la he visto, y todas las que aún habré de repetir.
Acabo de tener un deja vu...
ResponderEliminarUn capítulo de Aída.
Vale, vale,sé que me repito mucho, que siempre hablo de los mismo y además con las mismas palabras. Es que son los únicos temas que conozco...
ResponderEliminarUn duelo en la cumbre entre naranjito y sus amigos y Oliver y Benji...
Que bien mientes, jajaja. Oye, que a mí no me importa, ya sabes que puedes hablar de lo que te de la gana, que pa eso es tu blog, que yo me lo lea o no es otra cosa. Pero mira, me gusta saludarte. Cualquier día de estos te dejo una receta de cocina o la fórmula de la Coca-Cola.
ResponderEliminarUna liga de furgol.
"Pero mira, me gusta saludarte"
ResponderEliminarEl gusto es mutuo, eva.
Ya sabes que yo nunca miento. Ni digo la verdad. Ni todo lo contrario. Simplemente hago ruidos con la boca que a veces otros interpretan como quieren. Pero eso ya es problema de ellos.
Un raparador antiarañazos de marca blanca.
Pues yo la quiero volver a ver ... pero sin vosotros cercas, ozú que pareja ...
ResponderEliminarUn salto en caida libre.
"Pues yo la quiero volver a ver..."
ResponderEliminarTe alabo el gusto Hache.
"...pero sin vosotros cercas, ozú que pareja ..."
Es todo culpa de eva; desagámosno de ella - a ser posible que parezca un accidente- y podremos volver a ver Annie Hall con total tranquilidad.
"Un salto en caida libre."
Una declaración de la renta a devolver.
Y una mierda, que te crees tú eso, ¡ja! Yo no me voy ni con agua caliente.
ResponderEliminarUna fiesta infantil en un parque de bolas (que joden un montón)
¿Has visto Los puentes de Madison?, ya, ya sé que nada tiene que ver con esta entrada y este (muy bueno , por cierto) director en concreto pero es que como me dijiste que rajara de lo que quisiera y no he tenido el placer de leer los anteriores capítulos de "El escritor" (recordemos lo vaga que soy) pues... eso.
ResponderEliminarSi no la has visto deberías verla. Es la única vez que he ido al cine dos veces para ver la misma película. Ambas tuve que quedarme sentada más o menos una media de... 3horas, 40minutos y 24segundos sin poder levantarme de la butaca porque mi corazón se había perdido entre las palomitas del caballero que tenía sentado a mi lado.
Nunca me cansaría de verla. Lo malo es que no se puede vivir siempre en una constante tristeza y dicha película es taaaaan triste.
Te la aconsejo Jorge, de verdad.
P.D.: He estado un poco liada mandando a la mierda a un colega en mi blog. Perdona. No volverá a ocurrir.
Un besazo guapo.
Matizo: no volverá a ocurrir que me distraiga en nimiedades (¿nimiedades existe?), lo del mandar a la mierda a mi colega me temo será irremediable.
ResponderEliminarUn beso.
Otro, digo.
Bueno no, que estoy harta de dar besos ya.