Como en las viejas películas del oeste, si hubiera que buscar una palabra que defina y nos dé la clave de lo que es y significa este En busca de Peter Pan, de Bernard Cosendai, Cosey para los amigos, yo apostaría por la frontera. Al igual que su Suiza natal, espacio que se erige en escenario privilegiado del tebeo, En busca de Peter Pan es un relato fronterizo que prueba a trazar y a delinear, pero también a emborronar y a confundir los límites que marcan, dan forma y distinguen conceptos tan contrapuestos como apariencia y verdad, realidad e imaginación, naturaleza y civilización o libertad y obligación. Cosey juega a transformarse en cartógrafo de un territorio propio que, como el Neverland de Barrie, se levanta en armas contra las restricciones que impone la realidad, que aspira a romper sus cadenas, pero que sin embargo pretende hacerlo sin negarla, complementándola y enriqueciéndola con los colores y los matices de la imaginación. No por casualidad En busca de Peter Pan tiene por protagonista - ese Melvin Z. Woodworth nacido Vlatko Z. Zmadjevic- a un escritor, es decir a alguien que se gana la vida inventando mentiras que a veces nos hablan de la realidad con intuición más certera que las mismas verdades. Y no nos olvidemos tampoco que, como descubrimos durante su aventura, las circunstancias que le permiten a Vlatko convertirse en Melvin y esquivar así el destino y la obligación de ser abogado nacen de una ficción, de una falsificación que sin embargo deja su impronta, su huella indeleble en la realidad. Porque las imposturas, al igual que las monedas falsas, pueden ser “más autenticas que las autenticas. De una aleación mejor que las del gobierno”.
Sin embargo ni los protagonistas ni el propio relato, como ya he apuntado antes, pretenden disolver definitivamente la realidad en un juego de apariencias y espejos contrapuestos, ni tratan de adentrase en esas zonas remotas de la imaginación donde tal vez la realidad pueda volverse irreconocible y acaso también ingobernable; al contrario, ellos prefieren instalarse en ese espacio divisorio que les permite cruzar constantemente los límites entre ambos lados, entre esa margen que representa a la civilización (obligación, responsabilidad, cordura, ley y orden) y aquella otra que simboliza a la naturaleza (libertad, despreocupación, imaginación, vida salvaje y aventurera). Ellos eligen la ambigüedad de ese territorio intermedio, de esa tierra de nadie que más que indecisión es deseo de no renunciar a nada y que les permite alcanzar un mayor equilibrio tanto en su relación con el medio como con su propio yo interior. Porque esa es la lección que les legó el Peter Pan de Barrie, siempre omnipresente en el tebeo de Cosey: no la del niño que se negó a crecer, sino la del individuo libre que se opuso a la mutilación de ninguna parte esencial de su ser.
Puntuación: 9
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