Una obra maestra sin paliativos que demuestra la versatilidad y los recursos de un género incombustible (es cierto, yo he probado a prenderle fuego y no arde), inagotable, polimorfo, cristalino, diáfano, Di Stefano (Puskás y Gento), desgravable, esponjoso, bajo en colesterol y con el alerón delantero flexible. Una sabia combinación de talentos que logra fusionar con éxito el dominio de los recursos narrativos de Watchmen con la épica desatada del Dark Knight; el humanismo y la capacidad innovadora de Eisner con el universo inquietante y malsano de Maruo; la inocencia sin prejuicios de Vázquez con la lujuria y la sensualidad desbocada de la tira de prensa de la hoja parroquial de la misa de doce de los domingos de "El monaguillo feliz", pero en mejor. Tan en mejor que hasta Chuck! ha esbozado un amago de sonrisa mientras lo leía. ¿Y cómo consiguen semejante proeza? Pues con la sencillez de la genialidad: contando la verdad. Ese es su truco, porque no es la trama de Les llamaban… Los Defensores más absurda que la de cualquier cómic de superhéroes que se tenga por serio. Es simplemente que aquí se ha introducido un poquito, tampoco en exceso, de lógica y de sensatez, la suficiente para que por una vez los personajes tengan conciencia de la infumable grandilocuencia de sus diálogos, de las ridículas motivaciones que los animan, de la desproporción anatómica de Hulk... De lo patético, en resumen, de un mundo que se desintegra en las manos, y no en la boca, en cuanto se le aplica una brizna de cordura. Y como diría el gran Gila, vale, me he quedado sin hijo, pero lo que nos hemos reído...
Chuck! leyó Les llamaban... Los Defensores ya en la temprana época del insti.... varias décadas antes de ser escrito y dibujado... y en traducción al arameo...
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