martes, 29 de abril de 2008

El escritor, un relato por entregas

Con intención de que me sirva de acicate para la escritura de un relato que supere en extensión los estrechos márgenes a los que habitualmente me reducen mi holgazanería y la escasa fe en mis destrezas literarias, me he propuesto iniciar aquí, a la manera de Victor Hugo o de Alejandro Dumas, una especie de novela seriada, serial novelado o simplemente relato por entregas, del que me comprometo a colgar al menos un nuevo avance cada semana. Por cierto, quedáis todos invitados a participar aportando vuestras opiniones, pareceres e incluso sugerencias y correcciones.

EL ESCRITOR

I

Como comprenderán en mi situación actual, de la que ya se han encargado de dar cumplida cuenta con cansina machaconería los medios de comunicación de todo el planeta, no sería razonable que me anduviera aún con miramientos y recatos a la hora de sincerarme y hacerles partícipe de toda la verdad; de los hechos tal y como sucedieron y tal y como nadie se atreverá a contárselos jamás. Por no importarme ya no me importa siquiera reconocer, aunque me puedan acusar de plagio, que la idea la tomé
prestada de El crepúsculo de los dioses, de Billy Wilder. Ojalá este detalle, el del plagio, fuera suficiente para romper el maleficio que pesa sobre mí desde que me empotré por vez primera contra un muro de hormigón armado. Pero no tendré esa fortuna: este relato cuya escritura comienzo ahora, el de mis últimos años de vida, devendrá también en otro éxito literario sin precedentes, posiblemente el mayor de toda mi carrera, habida cuenta de las condiciones tan extraordinarias y poco usuales en las que será escrito. Claro que nada de cuanto viene sucediéndome desde la fecha de mi primer accidente puede ser considerado ni remotamente normal. Pero eso lo contaré más adelante. Permítanme ahora que proceda a presentarme; me llamo Jorge Duarte y soy escritor frustrado. Sí, soy consciente de lo retórico e innecesario del gesto; sé que con toda seguridad mi nombre les resultará harto familiar, especialmente a aquellos que se declaren amantes de la literatura, aunque no creo que les pueda ser del todo ajeno a quienes no han leído jamás o lo hacen, como ahora, tan solo de forma esporádica. Después de todo por algo soy la mayor celebridad literaria que el mundo ha conocido desde los tiempos de Shakespeare. Y esto dicho con la mayor modestia de la que soy capaz, pues en verdad estoy persuadido de que mi gloría y mi renombre superan también con creces a las del bardo inglés. Sin embargo no es de ese Jorge Duarte de quien quiero hablarles, de ese ya se han ocupado y todavía se ocuparan los manuales literarios al uso. Les quiero hablar del otro Jorge Duarte, del verdadero, el de carne y hueso; un Jorge Duarte desconocido, ignorado y en lo esencial más bien desbaratado. Un Jorge Duarte que como escritor sólo merece el calificativo de mediocre.

II

Si en alguna ocasión se han molestado en consultar cualquiera de las innumerables biografías y estudios que sobre mi vida y mi obra han ido apareciendo en estos últimos años y que tan pomposamente se complacen en saberlo absolutamente todo sobre mi persona cuando, en verdad, no saben de la misa la media , es más que probable que hayan llegado a la conclusión de que mi debut literario se produjo allá por el setenta y siete con el asombroso éxito de crítica y ventas que fue
"Haciendo surf entre los escombros" y que antes de ella no había escrito ni media línea. Si han buscado lo suficiente tal vez hayan tenido la suerte de encontrar algún manual que se atreva a especular con la posibilidad de que hubiera tenido yo, como cualquier escritor que se precie, un largo proceso de aprendizaje tras el cual me habría esmerado en destruir cualquier testimonio de mis primeros balbuceos e inseguridades. De todas formas no apostaría a ello el descanso de mis años próximo; aún son escasas las voces que así opinan y no pasan de ser mínimas y anecdóticas divergencias disueltas en un oceánico mar de consensos; en general tanto el mundo académico como los mentideros literarios han aceptado como cierta la hipótesis de que mi talento literario fue siempre y por naturaleza tan descomunal que sólo necesité, aunque fuera tardíamente, descubrir la vocación para empezar a escribir obras maestras. ¡¡Qué más quisiera yo!! La realidad es otra bien distinta; la realidad es que si hay algo de lo que he estado convencido durante toda mi vida es que jamás he poseído ningún don que merezca ser reseñado y menos que ningún otro, el de la creación narrativa. De hecho para cuando Ediciones Transcontinental se hizo cargo del manuscrito de "Haciendo surf" yo ya tenía en mi haber nada menos que siete novelas acabadas y casi medio centenar de cartas de rechazo dando fe de mi fracaso. Pero ya digo, de esto no encontrarán ni las cáscaras en el correlato oficial de mis andanzas literarias. Lo curioso de la cuestión es que si realmente tuve un largo periodo de aprendizaje, que lo tuve, no puedo asegurar que aprendiera gran cosa de él: mi destreza en el manejo de la palabra ha sido, aproximadamente, tan deficitaria e insuficiente antes y después de la escritura de "Haciendo surf". Por tanto los motivos de mi súbita eclosión literaria haríamos mejor en buscarlos en otros acontecimientos alejados del mero aprendizaje de unas técnicas y unos recursos que la justifiquen. Concretamente en las vicisitudes de mi primer accidente de tráfico.


No les quiero abrumar con los detalles del incidente –tampoco recuerdo gran cosa-: simplemente alegaré en mi defensa que una vez más se bloqueó la dirección de mi SEAT 133 y que cuando quise darme cuenta el muro de hormigón armado ya se me había echado fatalmente encima. Después vino la oscuridad y el silencio. Y más tarde, cuando recuperé la consciencia, las caras sorprendidas de los médicos de cuidados intensivos. Por lo visto pasé año y medio sumergido en un coma profundo del que no debería haberme podido recuperar. Pero me recuperé, y no sólo volví a la vida, sino que lo hice sin ninguna secuela aparente. Y digo aparente porque aunque las radiografías, resonancias magnéticas, escáneres cerebrales y hasta ecografías a las que me vi sometido los días posteriores a mi milagrosa resurrección no pudieron poner de relieve nada extraño –si no lo era de por sí el hecho de que no pudieran hacerlo- lo cierto es que no tardé en darme cuenta de que algo en mi interior había cambiado, de que algún tipo de barrera o de traba se había roto desatando un torrente de creatividad inusitado del que yo me sentía completamente ajeno, como si las ideas que ahora se me empezaban a agolpar en la mente provinieran de otra conciencia de la que yo era un simple receptor.

¿Qué? ¿Les parece demasiado increíble? ¿No les convence el relato? ¿Piensan que es una bazofia? Pues atrévanse a tirar el libro a la basura y a proclamar a los cuatro vientos que el gran Jorge Duarte, el novelista de fama mundial de cuyo prestigio y renombre se dice que seguirán venerando por muchos siglos las generaciones futuras es, en el fondo, un pésimo escritor. Ya sabía yo que no lo harían; ya me imaginaba que este relato les iba a resultar también fascinante y que no se atreverían a abandonarlo hasta leerlo de cabo a rabo. Lo de siempre. Al menos, si no tienen las agallas suficientes para hacer lo que deben, hagan el favor de callarse y no vuelvan a interrumpir.

Continúo entonces. Recibí el alta médica una semana después; fui a la licorería de la esquina , compré una botella de güisqui y me encerré a cal y canto entre las cuatro paredes desconchadas y mugrientas que por entonces constituían mi hogar. Me sentía dominado por una urgencia inaplazable, por una especie de pulsión creadora que doblegaba a su antojo mi voluntad y que casi no me permitía conciliar el sueño ni probar bocado. Contado así tal vez les pueda parecer aterrador, pero créanme si le digo que fue la experiencia más maravillosa que hasta entonces hubiera conocido en mi vida; me sentía invencible, imbuido de una fortaleza y una seguridad de la que nunca antes había disfrutado: las palabras, las frases, los temas, los personajes, los diálogos, la estructura, todo, absolutamente todo fluía de mis dedos al papel con tal naturalidad que más que escribir parecía que estuviera leyendo una obra ya publicada. Tardé apenas dos días en terminar las quinientas páginas de "Haciendo Surf entre los escombros", sin que en ese tiempo llegara a abrir la botella de güisqui. Luego me la bebí entera de un solo trago y a continuación pasé las siguientes veinticuatro horas durmiendo extenuado. Cuando al fin desperté estaba tan satisfecho del resultado final que ni siquiera me molesté en corregir una sola palabra del manuscrito y exactamente como lo había dejado salí con él a cuestas en busca de un editor. Era tal mi entusiasmo que no me di cuenta de que no me acompañaba ningún síntoma de resaca.

IV

Como ya he dejado escrito más arriba, en aquella época contaba yo en mi haber con nada menos que siete novelas acabadas y casi medio centenar de cartas de rechazo; de haber querido habría podido empapelar de arriba abajo todas las habitaciones de mi apartamento –que dicho sea de paso, apenas eran tres- sólo con mala literatura. Supongo que ya se imaginarán que mi estima y mi orgullo de escritor no andaban en aquel tiempo precisamente en su momento más brillante. De hecho para ser exacto debería decir que el medio centenar de cartas de rechazo se repartía apenas entre las cuatro primeras novelas; a partir de la quinta ya ni siquiera me molesté en intentar publicarlas y una vez las daba por finalizada procedía a archivarlas directamente en cajas de zapatos, disuadido a no ofrecerles de nuevo la oportunidad de humillarme. Sin embargo me daba cuenta de que esta vez la situación era completamente distinta; a pesar de que mi experiencia previa no debería invitarme al optimismo, lo cierto es que no me cabía ni la más mínima duda de que en esta ocasión encontraría editor para "Haciendo surf" sin ninguna dificultad. Hice cinco copias del manuscrito, dejé una en el registro de la propiedad intelectual y mandé las otras cuatro a tres editoriales nacionales y a una regional. Recuerdo que era sábado, bebí durante toda la noche y el domingo apenas me moví de la cama: el lunes, a primera hora de la mañana, sin que el hecho me cogiera por sopresa, se presentó en mi apartamento el editor jefe de Ediciones Transcontinental en persona; me puso sobre la mesa un cheque con tantos ceros que no necesité esperar la respuesta de las demás editoriales para decidirme.

V

Creo que fue Santa Teresa -¿o tal vez Truman Capote?- quién escribió que más lágrimas se derraman por culpa de las plegarias atendidas que por las no atendidas. Da igual, corresponda a quien corresponda la paternidad de la frase lo que no se podrá negar es que tras los arrebatos histéricos de la mística abulense -o tras la insoportable frivolidad del hombrecillo de Nueva Orleáns- subyace de fondo un profundo conocimiento de las cosas y las causas de la vida de los hombres. Por mi parte les puedo garantizar que nunca me he molestado en perder el tiempo elevando súplicas al cielo. Claro que yo también he soñado con el éxito y la fama, con el reconocimiento y la admiración de los demás; con ese día en el que todos los hombres desearan mi autógrafo y todas las mujeres acostarse conmigo. Como cualquiera con sangre en las venas, faltaría más. Sin embargo siempre he sabido mantener mis expectativas pegaditas a ras de suelo, alejadas lo más posible de esos delirios de grandeza tan frecuentes entre los escritores más jóvenes, convencidos ellos, vete tú a saber por qué, de haber sido llamados a renovar la literatura de su tiempo desde los mismos cimientos. Nada más alejado de mis pretensiones; mi única aspiración en la vida, para la cuál reconozco que siempre me creí, aunque fuera de forma equivocada, sobradamente cualificado, fue la de alcanzar a publicar. Sin más. Me valía con dar a conocer mi mundo interior, poder compartirlo con un puñado de lectores fieles y a lo más conocer la cálida gratitud de quienes pudieran sentirse identificados conmigo. Pero la publicación de "Haciendo Surf entre los escombros" sobrepasó cualquier expectativa imaginable. Incluso las mías, sabedor como era de que las condiciones tan extraordinarias de su génesis obligaban a esperar una recepción no menos fabulosa. La novela se convirtió de inmediato en el éxito editorial del año y en pocos meses se vendieron más de un millón de ejemplares superando el centenar de ediciones. Además al éxito de público aunó el entusiasmo de la crítica, que la saludó como “el acontecimiento literario más importante de la última década en este país”. Incluso para finales de año ya se estaba traduciendo a todos los idiomas cultos del planeta por lo que pronto se convirtió también en un fenómeno internacional. Les aseguro que fue una auténtica locura; sin solución de continuidad se sucedieron uno tras otro los artículos periodísticos, las entrevistas, los especiales de televisión. Y esto sin mencionar la lluvia de premios: el de la Crítica, el Nacional de Literatura, el Europeo de Creación Literaria y en el paroxismo del desquiciamiento, hasta el premio Loeb al que ni siquiera fue presentada.

VI

Después de semejante acogida cualquiera es el guapo que se atreve a escribir de nuevo. De hecho tuvieron que transcurrir casi dos años y medio para que volviera a sentarme frente a un folio en blanco, aunque no crean que fue porque me atenazara el miedo o porque me pesara en exceso la responsabilidad. Simplemente la polvareda levantada por mi debut adquirió tales dimensiones que los compromisos públicos acabaron por fagocitar todo mi tiempo. La verdad del asunto es que me daba cuenta del alcance de mi recién adquirido don y me sabía perfectamente capacitado para repetir un éxito similar al cosechado por “Haciendo surf entre los escombros” o superarlo si fuera necesario. Y efectivamente, como ya les sonará de los manuales literarios al uso, volví a hacerlo tantas veces como quise. Incluso cuando no quise. Si no se lo creen pueden comprobarlo en sus libros oficiales: cuando publiqué “El inolvidable olvido”, mi segunda novela, fui investido Doctor Honoris Causa por una docena de universidades y recibí calificativos tales como "genio literario" o "último clásico vivo"; con la tercera, “La sartén por el mango”, se me propuso como candidato para el Nobel de literatura, galardón que finalmente me fue otorgado coincidiendo con la aparición de la cuarta, “A un dios cualquiera”. Lo que seguramente no sabrán ustedes, arrogantes lectores de manuales literarios al uso, es que a “El inolvidable olvido”, escrita entre el lujo y la suntuosidad del Ritz de Madrid, apenas le dediqué unos pocos minutos al día y prácticamente ninguna atención durante el año que duró su redacción. Mi mente andaba entonces más centrada en el cortejo de mis admiradoras, a las que recibía en mi habitación como si fuera un gigoló profesional, que en combinar adecuadamente sujetos verbos y predicado. Como tampoco sabrán, claro, que “La sartén por el mango” es, palabra por palabra, exactamente la misma novela que “El juego del ratón y el gato”, la primera de las mías y que antes había cosechado una decena de rechazos: la única modificación que me molesté en realizar fue la de colocar la palabra fin en la última página. Aproximadamente igual que con “El cielo del carpintero" , que tal cual reposaba en su caja de zapatos durmiendo el sueño de los justos, tal cual con sus veinte cartas de rechazo a cuesta, se convirtió en la aclamada “A un dios cualquiera”. Sin embargo todos los límites se rebosaron con la acogida de “Algebra de color añil”

VII

Tal vez para muchos lectores de estas notas no resulte nada fácil comprender lo que les voy a explicar ahora; seguramente tampoco lo sería para mí si fuera otro quien tratara de hacérmelo entender. Pero créanlo o no, con el tiempo la insatisfacción se fue adueñando de mi ánimo y la infelicidad acabó por instalarse en mí vida, como si se me hubiera ido filtrando, gota a gota y casi sin darme cuenta a través de la piel. Y eso a pesar de tenerlo todo a mi disposición, de no resistírseme nada y de bastarme con desear cualquier cosa para conseguirla al instante. Y cuando digo cualquier cosa me refiero realmente a cualquier cosa: durante aquel tiempo conocí el éxito en todos los órdenes de la vida; recibí el reconocimiento y la admiración de mis colegas, me codee con los personajes más destacados del momento, viví apasionados romances con las mujeres más hermosas e inteligentes de nuestra época; di la vuelta al mundo varias veces, comí en los mejores restaurantes del planeta y créanme que degusté cualquier manjar que puedan imaginar; gocé de cualquier perversión sexual que puedan soñar; viví cualquier experiencia que puedan anhelar. Y sin embargo cada vez me dominaba más la sensación de que en el fondo nada de todo aquello tenía que ver conmigo, de que mis logros me eran completamente ajenos y que seguiría cosechando el mismo éxito aunque empaquetara mis apuntes de la universidad y los entregara a la imprenta como si fuera mi última novela. Por supuesto, no me resistí a hacer la prueba.

A pesar de lo se han empeñado en defender los críticos de todo el planeta, "Álgebra de color Añil" no es “la más profunda, radical y lograda ruptura de los límites narrativos de la novela”. No es tampoco ese "experimento lingüístico definitivo que hace saltar por los aires el edificio narrativo que la tradición occidental se ha empeñado en construir durante los últimos dos milenios y medio, al tiempo que nos enseña, como si acabáramos de nacer de nuevo al hecho literario, que lo inefable puede ser puesto por escrito con absoluta claridad y abrumadora brillantez” que han querido ver algunos. No, no es nada de eso: "Algrebra de color añil" es tan solo una amalgama azarosa y sin sentido de más de cien páginas dedicadas a la resolución de integrales, infinitesimales, senos, cosenos y arcotangentes deficientemente anotadas unidas a otras tantas páginas de explicaciones sobre verbos frasales, guerras entre persas y griegos y definiciones de las variables del marketing dadas por alguien que no se ha enterado de nada. Una verdadera desfachatez. Sin embargo fue unánimemente recibida como la novela más importante de la historia de la literatura. Ante esto, como comprenderán, no me restaba más alternativa que hundirme en el desespero y la frustración. Cosa que, lógicamente, hice.



8 comentarios:

  1. Eres casi tan modesto como yo.

    Un bocata de mortadela.

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  2. Es sólo ficción. O cuestión de tiempo, ya se verá. De todas formas soy infinitamente más modesto que tú; yo siempre soy infinitamente más en todo que los demás.

    Una anchoa con un poquito de mortadela dentro.

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  3. Ojú, no quiero ni imaginarme ciertas cosas.

    Un marlboro light

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  4. No te preocupes, Boca, en las próximas entregas construirán una catedral neogotica tardía con vistas a la montaña, lucharán por el dominio de un brazalete que les otorge el poder definitivo o al menos la mayoría absoluta en el parlamento, desbaratarán un milimétrico complot internacional destinado a matar a un jefe de estado heroe de la tercera guerra mundial, explorarán el Universo y fundarán La Organización, un complejo lobbit intergaláctico que unificará todas las galaxias bajo la dictadura de robots inmortales y algo rojillos, se perderán en el silencio de un planeta solitario, tendrán amores, disputas y mucho sexo, tanto que repoblarán de nuevo la tierra vacía y harán frente a La Organización...

    Y todo esto sin mencionar,porque supongo que lo das por descontado, los incontables manuscritos, códices, conpiraciones y secretos de la Historia que serán desempolvados y revelados para vuestro asombro.

    En fin, que no te lo puedes perder.

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  5. HALAAAAAAAAAAAAA!!!!!
    Y CUÁNDO SALE TODO ESO A LA VENTA??????
    CON LA BUENA PINTA QUE TIENE SEGURO QUE NO LO EDITA MARVEL!!!!!!!!!!!!

    8-P

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  6. Gran blog para un gran escritor. Gracias por tus saludos y perdona que no te los devolviera antes...tres saludos para ti, paisano. Gracias por ser tu el que subio el fragmento a youtube, genial descubrimiento.
    Lo único malo (y no lo tomes mal) es esa mezcla...anchoas con mortadela?!?!?!
    Exitos y seguire tu blog.

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  7. Uhhh, anchoas con mortadela, qué rico!!! Gracias paisana, eres muy generosa; no merece tanta atención mi humilde chozo. Con todo, pásate cuando quieras a picar unos aperitivos, y si no te van las anchoas con mortadela, no te preocupes, ya encontraremos alguna mezcla que sea más de tu agrado. Estás en tu casa.

    Muchos éxitos también para ti.

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