martes, 19 de febrero de 2008

El sueño de Casandra, de Woody Allen: En busca de un orden moral

Es aburrida. El ritmo resulta excesivamente lento, monótono y distante. En ningún momento logra que el espectador se sienta conmovido por los dilemas que asedian a sus personajes. Recupera, apenas camuflada bajo un ligero barniz de Dostoievski , la misma historia de Delitos y faltas”. Esto es, palabra arriba, palabra abajo, lo que viene a decir buena parte de la crítica –y también del público- de la ya penúltima película de Woody Allen, El sueño de Casandra . Y esto mismo fue, curiosamente, lo que vine yo a opinar en su momento de la anteantepenúltima, la aclamada Match Point; unas observaciones que entonces nadie compartió conmigo y que ahora sin embargo soy yo quien no comparte con los demás. Será que ando con la percepción cambiada, pero lo cierto es que a mí se me ha hecho ver en El sueño de Casandra todas aquellas virtudes que decían que adornaban a Match Point, mientras que todos los defectos que le quieren imputar a ésta yo se los sigo viendo a la otra. Sea como fuere, lo que no podrá negarse en todo caso es que la asociación de ambas no es en nada gratuita y sí muy pertinente y adecuada, porque además de pertenecer, junto con Scoop, a la trilogía de películas que el director neoyorquino ha filmado en Gran Bretaña para la BBC, ambas constituyen y conforman también, unidas a Delitos y faltas, los cimientos fílmicos sobre el que Allen ha decidido asentar su visión particular sobre la moral.


Articuladas mediante un esquema argumental muy similar, los protagonistas de las tres películas, exigidos por los acontecimientos y las consecuencias derivadas de sus propias debilidades, se verán obligados a aceptar el más execrable de los crímenes, el asesinato, como única forma de salvaguardar del naufragio sus correspondientes mundos, y con ello sus comodidades, sus ambiciones y sus más inconfesables deseos. Es decir, lejos de estar dispuestos a aceptar la penalización que acaso les corresponda en justicia por lo que hasta ese momento podríamos considerar como simple faltas, prefieren dejarse arrastrar y cruzan la difusa pero siempre implacable frontera que los lleva de lleno al crimen horrible. Este punto de partida, prácticamente idéntico en las tres películas, servirá para que Allen nos planteé la que para él es la cuestión fundamental en torno a la moral, a saber, ¿quién, y de qué manera, se encarga de castigar el crimen? Porque si el crimen no es castigado de ninguna forma, si no existe un orden moral en donde "los virtuosos sean premiados y los perversos castigados eternamente", entonces cualquier acto, en función de sus réditos, puede ser perfectamente asumible.

Para dar respuesta a tan urgente cuestión el director judío se propuso explorar tres caminos que, a pesar de sus evidentes diferencias, pueden ser aceptados cada uno a su manera como una alternativa viable en la que fundamentar una concepción ética de la existencia. Así, en la primera de ellas, Delitos y faltas, Allen buscará este fundamento en el orbe religioso, en donde el miedo a Dios -“nada escapa a los ojos de Dios”, le enseñan en su infancia al oftalmólogo que interpreta Martin Landau- debería suponer el freno necesario que evite el crimen. De hecho, todas las dudas que atormentan a Landau tras el asesinato de su amante pasan exclusivamente por el retorno a una fe religiosa que hasta entonces había permanecido ignorada aunque latente –“es que creo en Dios... estoy seguro; sin Dios el mundo es una cloaca”- y por el consecuente miedo a los efectos que dicha infracción de la ley divina le puede acarrear. Sin embargo, pronto comprueba que, a pesar de sus temores religiosos, llega una mañana en la que "despiertas, el sol brilla, toda tu familia te rodea y como por encanto, la crisis ha pasado”, es decir, tarde o temprano acaba comprendiendo que no es precisamente Dios quien va a castigarle. Es más, incluso su vida prospera y mejora gracia a los efectos del crimen. Y a esa misma conclusión llega Allen, la de la insuficiencia de esta vía para forjar esa estructura moral que haga habitable el mundo.


Bien, descartado Dios no queda más remedio que buscar la justicia dentro de los límites de la ley humana. Así en Match Point no será el miedo metafísico a la ira de Dios lo que preocupe y persiga a Jonathan Rhys Meyers, sino los muy mundanos, e incluso algo vulgares, inspectores de Scotland Yard. Sin embargo, en este universo sin creador, en el que los acontecimientos no tienen porqué seguir la línea trazada por una conciencia superior con capacidad de hacer distingos morales, el castigo de los culpables queda inevitablemente y en gran medida supeditado a los incoherentes caprichos del azar. “La gente tiene miedo a reconocer que gran parte de la vida depende de la suerte…En un partido hay momentos en el que la pelota golpea en el borde de la red y durante una fracción de segundo puede seguir hacia adelante o caer hacia atrás. Con un poco de suerte sigue adelante y ganas; o no lo hace y pierdes” Y si a la suerte, que es neutral y ciega a cualquier consideración de orden moral, le da por ahí, nada podrá impedir que los criminales salgan triunfantes y acaben brindando felizmente, como nuestro Rhys Meyers, por el futuro de sus sobrinos.

Entonces, una vez comprobada la falibilidad de las propuestas anteriores, ¿dónde seguir indagando en busca de ese significado moral de la existencia? Aquí es cuando entra en escena El sueño de Casandra para ofrecernos la única respuesta que le queda a Allen por ensayar: lo que no puede garantizarnos el silencio de Dios, lo que a veces no puede darnos la ley humana, frecuentemente maniatada por el azar, tal vez sólo pueda asegurárnoslo la conciencia moral de los individuos. Porque en una sociedad moralmente sana, de individuos libres que aceptan que “somos nosotros quienes hacemos nuestro destino” y que en consecuencia se sienten plenamente dueños y responsables de sus actos, estos deberían admitir, incluso sin coacción divina o humana, las consecuencias de sus errores. Y si el error es demasiado terrible, entonces no deberían poder integrarlo con naturalidad dentro de su proyecto vital porque "aquello que se origina de una negra acción aflorará de una forma repugnante". Es decir, como le sucede al pobre de Colin Farrell, para el que ante la magnitud de su delito, no puede ni debe existir ese día en el que "te levantas y el sol brilla, te rodea tu familia y la crisis ha pasado”. A diferencia de su hermano, interpretado por Ewa McGregor, o de los personajes de Landau o de Rhys Meyers, él no trata de atenuar la insoportable carga de su conciencia convenciéndose de que en ningún momento tuvo elección, o de que lo realmente injusto hubiera sido aceptar que su vida se hubiesen ido al garete por faltas tan insignificantes. Por el contrario la gran desgracia de Farrell es haber comprendido con demoledora lucidez que “siempre se puede elegir”, y por ello que no existe excusa que pueda justificar lo realizado. La única acción posible, una vez se comprende ésto, es la de aceptar, e incluso buscar, el necesario castigo que "restablezca el orden de las cosas", ese mismo del que los demás, sin una auténtica concienca moral, tratan de escapar a toda costa, aun perdiendo por el camino la poca dignidad humana que les pudiera restar. Y es por esta toma de conciencia, tan poco frecuente en la vida real - recordemos, por ejemplo, que el personaje de Landau, en el final de Delitos y faltas, la identifica únicamente con la ficción, jamás con el mundo real- que por fin los culpables no escaparán de rositas y recibirán en El sueño de Casandra el castigo al que se han hecho firmemente acreedores. Una conclusión moralizante que, de todas formas, es en el fondo tan desoladora como lo fue las de Delitos y faltas y Match Point, porque si como asegura el director judío, el orden moral depende exclusivamente de la fortaleza de nuestra conciencia, entonces apañados vamos los que esperamos ver algún día prevalecer al bien sobre el mal. Y es que basta con mirar como anda el mundo para darse cuenta de que ésta es tan ineficiente a la hora de garantizar el orden moral como lo pueda ser Dios o la ley.

Pues nada, que mucho rollo para reconocer simplemente que sí, que me ha gustado mucho El sueño de Casandra.

8 comentarios:

  1. Yo me quedo con La maldición del escorpión de Jade. Creo que nunca lo he pasado tan bien con una película de Allen. Para mí tiene de todo. No puedo opinar sobre Casandra's dream porque aun no la he visto, pero sí te puedo decir que Match Point me pareció infumable, ojo, para ser de él. No está mal, pero la catalogo dentro de cualquier americanada del género cómico-romántico, de esas que sólo sirven para recaudar en taquilla y que nos las endosen cada 2 de 4 sábados al mes a la hora de la siesta.
    Saludines!

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  2. A mí también me gusta mucho La maldición del escorpión de Jade. Claro que a mí me gustan practicamente todas las películas de Woody Allen. Aunque si tengo que elegir, y espero que no me taches de presuntuoso o elitista, prefiero las del periodo que va desde Annie Hall hasta Desmontando a Harry, muy especialmente esta primera, Annie Hall, que me parece una de las grandes comedias romanticas de la historia del cine.

    Un saludo.

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  3. No se puede tachar a nadie de nada porque en cuanto a gustos no hay nada escrito. A mi me gusta un tipo de Allen y a ti otro, no hay nada malo en ello.
    Annie Hall.. bueno, no es de mis favoritas, en cambio prefiero Hanna y sus hermanas... como digo, todo es cuestión de gustos. Además, tambien influye mucho el estado de ánimo, la situación por la que estés pasando... catalogar una película de buena o mala es tremendamente complicado.

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  4. Hannah y sus hermanas siempre ha sido mi "Allen" favorito, pero de un tiempo a esta parte cada vez se me hace más grande Annie Hall. De todas formas, como muy bien dices, cuestión de gustos.

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  5. Si, La maldición del escorpión de jade es una buena película de Allen, siguiendo la línea de películas de humor irónico que ha caracterizado a este director; últimamente sin embargo ha realizado otro tipo de películas totalmente diferentes y que quizá por ello no gusten tanto. Allen se ha hecho con un séquito de fans de cierto tipo de películas y cuando deja de hacerlas y realiza otras algo más "serias" muchos de estos fans quizá se puedan sentir decepcionados, por eso a algunas personas les puede parecer infumable "match point" (a mi tampoco me gusta demasiado) o películas por el estilo.

    Saludos.

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  6. Impresionada me tienes Jorge con esta buenísima entrada sobre Allen.

    Qué puedo decir yo? Pues que, como sobre gustos .. bla bla bla .. me gusta Allen cuanto más tiempo hace que lo he visto.

    Me atrapó en su momento, y me siguen atrapando sus primeras películas. Match Point, la primera parte, no me gustó nada, la segunda sí ... dormía plácidamente en el sofá. Le preguntaré a mi chico que tal fue ..

    Genial tu crítica!!!!!!!!

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  7. Boca, lo que hace diferente a Match Point o El sueño de Casandra del resto de su filmografía no es la total ausencia de humor, algo que ya había hecho antes en películas como Interiores, Otra mujer o Septiembre. Lo que las hace diferente es que abandona su habitual preocupación por los problemas de pareja y se centra en exclusiva en el problema de la moral. De todas formas, incluso aceptando esto, hay que tener en cuesta que esta otra preocupación ya estaba también, además de en Delitos y faltas, en Balas sobre Broadway, Misterioso asesinato en Manhattan, Sombras y nieblas o en Broadway Danny Rose, aunque más bien en segundo plano (lo que disfruto mostrando mis conocimientos allenianos).

    Hache, muchas gracias por tus ánimos, aunque te digo como en Lugares comunes: es una monumental mentira muy bien armada. No te creas nada de lo que leas en mi blog. Y menos áún si tiene apariencia de verdad.

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