sábado, 23 de febrero de 2008

Mi vida sin mí, de Isabel Coixet: Don, eres idiota

Antes que nada, aviso para navegantes: si aun no has visto la película, si no sabes nada de nada sobre ella, entonces mejor búscate otro blog en donde demuestren mayor sensibilidad hacia los spoiler; aquí no voy a andarme con miramientos a la hora de reventarle el desenlace –y el nudo, y el planteamiento- a quienes no conozcan de que va. Bien, ¿ya estamos solos los que la hemos visto? Vale, pues hala, que quede claro: al final el Titanic se hunde. Y Ann se muere. Lo cual no era menos previsible que lo anterior. Pero vayamos mejor con el argumento de la peli:


Ann es joven. Ann vive en una caravana en el jardín de su madre junto a su marido Don y sus dos hijas pequeñas. Ann trabaja como limpiadora en la universidad y lleva una vida gris marcada por la resignación ante su difícil situación económica y familiar. Ann se confesaría moderadamente infeliz si alguna vez hubiera tenido tiempo para preguntarse sobre su propia existencia. Pero además a Ann le acaban de diagnosticar un cancer que terminará con su vida en apenas un par de meses. Y claro, como es lógico todo su mundo salta hecho añicos. Porque, ¿cómo se puede encarar con cordura tu propia muerte cuando te domina la sensación de no haber comenzado siquiera a vivir? Una situación complicadísima que sería suficiente para hundir a cualquiera en la miseria. Sin embargo Ann es también una mujer valiente y no piensa dedicar más tiempo del estrictamente necesario a gimotear y a maldecir su suerte. Todo lo contrario, en un gesto de gran fortaleza se decidirá a no hacer partícipe a los demás de su delicada situación, afrontándola en absoluta soledad y evitando con ello a los suyos una angustia que a nadie va a ayudar. Y además ganándose de paso un espacio propio del que seguramente no ha podido disfrutar nunca; una libertad que le permitirá explorar por su cuenta esas otras regiones de la vida que tal vez hasta ese momento no había tenido oportunidad de descubrir o que quizá había olvidado ya sepultadas por la inercia y la rutina. Así antes de morir se propondrá realizar tareas tan modestas como ponerse uñas postizas, decirle a sus hijas todos los días que las quiere, fumar y beber cuanto desee, ir de camping con toda su familia o decir siempre lo que piensa; pero también objetivos más ambiciosos como buscar una sustituta que haga más llevadera a sus hijas y a su marido su ausencia –anda que confía mucho en el buen criterio de Don-, reconciliarse con su padre preso al que no ve desde hace diez años , conseguir que alguien se enamore de ella o conocer más varón que su marido –anda que quiere mucho a Don.

Una programación que la llevará sin duda a disfrutar de una vida más plena y más intensa, pero sobre todo que le otorgará nuevos ojos con los que mirar y valorar su propia existencia. Porque en su vagabundeo en pos de cumplir sus propósitos se va a topar con una serie de pintorescos personajes que le ofrecerán una lección impagable: todos, desde el medico incapaz de mirarle a los ojos y que le regala caramelos de jengibre, pasando por la camarera cuyo gran sueño es operarse para que la confundan con Cheer, la peluquera de trenzas que se lamenta por el destino injusto de Milli Vanilli, la compañera de trabajo obsesionada con la comida y las dietas, la vecina traumatizada por esos bebes siameses a los que vio morir en sus brazos hasta ese amante solitario que vive entre cuatro paredes vacías, todos sin excepción van a enseñarle que incluso la vida más rota y aparentemente sin sentido constituye una experiencia única digna de ser aprovechada; que la existencia es siempre, aun con toda su carga de frustración, resignación y dolor, un privilegio que hay que apurar hasta las heces. Una lección que le servirá también para aprender a morir; para reconciliarse consigo misma y confesar, como Neruda, que después de todo ella también ha vivido. Y a nosotros, espectadores modositos, a no olvidarnos que no estamos menos condenados que Ann a tan trágico desenlace y que más nos vale no andar perdiendo el tiempo comiéndonos la cabeza con tonterías que no llevan a nada.

En fin, una película muy emotiva que sin embargo, y como diría un amigo mío, he conseguido ver sin soltar ni una sola lágrima. Insensible que es uno. Y que conste que el rojo de mis ojos es fruto de una conjuntivitis tan repentina como inexplicable.


7 comentarios:

  1. En este caso sí, pero no piense que veo todas las películas que reseño. Ni que me tomo la molestatía de leer todos los libros o cómic que comento; ni siquiera de informarme de los temas de los que hablo: lo mio son sólo meros ejercicios de la imaginación.

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  2. Pues para ser producto de tu imaginación, te ha salido una crítica muy buena.

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  3. Es que mi imaginación es mucho más culta que yo y no inventa a tontas y a locas.Fijate como será la cosa, que cuando escribo relatos futuristas todos acaban cumpliendose escrupulósamente. Y si me invento un ser disparatado, al final termina demostrandose su existencia. Así no hay manera.

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  4. Ya, ya sé que me recomendaste la sección "Extravíos varíos" (aún sigo perguntándome el por qué, dicho sea de paso, ¿te crees que estoy como una jodidda cabra y era la lectura que mejor encajaba con mi extraña personalidad o por el contrario lo que querías era que me cansara rápidito de tu lectura y no volviera jamás? Sea lo que sea, jódete, aquí estoy otra vez) pero es que vi la sección de "pelis" y me entró curiosidad por saber el gusto de alguien tan inteligente como tú y eso. Ya sabes.

    He visto la peli. Evidentemente. Me gustó, me gustó mucho además, da un enfoque bastante similar al que yo intento dar a este juego que llaman vida.

    No creo que no quisiera a Don por querer saber qué se siente estando con otro caballero entre sábanas, a veces, sólo a veces, no queremos irnos de esta mierda de mundo sin hacer cosas que quizá nunca haríamos y sin saber qué se sentiría haciéndolas.

    Recuerdo la escena (casi al final) donde el amante en cuestión por fin se decide a amueblar su piso (¿es esa peli, no?), es como si se hubieran ayudado mutuamente ambos y aquello me gustó.

    Una vez me preguntaron:

    ¿Si supieras que te quedan 24 horas de vida, te sacarías el reloj del brazo?

    Aún sigo sin contestar a dicha pregunta. Por un lado creo que casi preferiría no saber qué me depara el futuro (aunque éste fuera breve) pero no sé, me quedan taaaaantas cosas por hacer como para perdérmelas por miedo...

    Robaría un banco.
    Me liaría con una tía ( a ser posible que estuviera buena).
    Haría puenting (por fin).
    Le diría a mi vecina de abajo que es una zorra en su puta cara.

    Como ves, la lista sería interminable.

    Ya está.
    Este ha sido mi comentario.
    Hasta mañana.

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  5. Puedes leerlo por partes, sí.

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  6. Penélope, simplemente porque sé que tienes suficiente sentido del humor como para reirte con mis desatinos. Sólo por eso. Y si no, pues no.

    Y no voy a joderme; aunque siempre lo voy a negar, me alegra mucho verte otra vez por aquí. Siéntete como en tu propia casa, y si te apetece, ensucia, rompe o alborota todo lo que quieras. Es lo que suelo hacer yo para sentirme cómodo. No me seas suspicaz.

    Si a mí me restaran 24 horas de vida no haría absolutamente nada, me sentaría tranquilamente a ver pasar el tiempo y lo daría todo por bueno. Me parece estresante querer condensar en tan poco tiempo lo que generalmente requiere no muchos años, sino muchas vidas. Lo de robar un banco y decir a la vecina lo golfa que es y todo eso prefiero practicarlo a diario y sobre todo porque sé que, de momento, no me voy a morir. Y Ann no debe querer demasiado a Don, porque no comparte con él absolutamente ninguna de las experiencias nuevas que le trae la muerte.

    Por cierto, que odie conocer a gente más inteligente que yo, y que eso pase pocas veces no significa que sea o me crea muy inteligente: sólo que conozco a muy poca gente.

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