viernes, 8 de febrero de 2008

Rocinante vuelve al camino, de John Dos Passos

Recuerdo que cuando leí por primera vez Manhattan Transfer, allá por la época en la que aun era joven y la vida se me imaginaba tan preñada de oportunidades e ilusiones (ay, que mal llevo los treinta) ya entonces me pareció una auténtica maravilla que bien merece figurar con todos los honores entre las mejores y más innovadoras novelas del siglo XX. Sin embargo, a pesar de mi entusiasmo inicial, han tenido que transcurrir generosos los años para que volviese a acercarme a la obra de Dos Passos y de paso –lo sé, me pierden estas gracietas sin ingenio ni gracia- reencontrarme con un autor genial al que no era de recibo mantener tanto tiempo en el olvido. Y es que envalentonado por la abundancia de tiempo que mi actual situación laboral me otorga, me he propuesto cumplir con alguna que otra vieja deuda literaria de esas que después, cuando me vuelvan a colocar el yugo en el pescuezo y el tiempo escaseé, estoy convencido que me voy a quedar con las ganas de saldar. Así que en esas ando ahora, dando cuenta de la trilogía USA, cuando, después de leer Paralelo 49 y 1919, y antes de iniciar El gran dinero, me he decidido a intercalar, un poco a la manera de descanso y por no salirme del mismo autor, el pequeño libro de viajes Rocinante vuelve al camino. Y hete aquí que sin esperar gran cosa me he encontrado con la más bella, lúcida y afilada reflexión que sobre España y la forma de ser y de sentir en español haya yo podido leer nunca. Lo cual, dicho sea de paso, tampoco es garantía de nada, porque la verdad es que es un tema que nunca me ha interesado demasiado y por tanto sobre el que apenas he leído. El caso es que el libro es tan hermoso que incluso ha sido capaz de hacerme sentir orgulloso por pertenecer a este país; a mí, que siempre he considerado –y no nos engañemos, sigo considerando- a cualquier forma de nacionalismo, incluido, por supuesto, al español, como la manifestación más peligrosa que existe del retraso mental profundo.

Con una voz llena de lirismo que tanto contrasta con la seca precisión de la trilogía USA, Dos Passos nos lleva de paseo –nada, tú sigue por ahí, que vas a acabar bien- por la España pobre y austera de los años veinte del siglo pasado, una España que sin embargo, y a pesar de su atraso secular, no le pierde nunca la cara a la vida y sabe reír y disfrutar con sus tradiciones y su filosofía vital. Esto es precisamente lo que más sorprende y admira al escritor norteamericano, esa otra forma de entender la vida tan alejada de la visión anglosajona que, como dice uno de los personajes con los que se encuentra en su andadura por nuestras tierras “sólo se preocupa de trabajar y descansar para volver a trabajar”. Por el contrario, la España que retrata Dos Passos es un país profundamente individualista y orgulloso que confía más en los frutos del genio improvisado que en las bondades de una ferrea organización social que a la postre se acaba mostrando siempre muy poco humana. Pero, aunque tampoco la rehuye, el escritor sabe ver más allá de la España folklórica y nos brinda, a través de sus encuentros azarosos y sus meditaciones sobre algunas de las figuras literarias más relevantes de la época, como Pío Baroja, Antonio Machado o Valle Inclán, una certera autopsia del sentir español que a mi se me hace difícil imaginar mejor ni siquiera en autores patrios. Porque a Dos Passos se le nota que no habla de oídas, sino que se ha recorrido de verdad nuestra geografía, que la ha observado atentamente y con cariño y que, además, ha meditado larga y profundamente sobre ella. Y aunque alguien más puesto en el tema que yo –o sea, cualquiera- podría seguramente oponerle serías objeciones, lo cierto es que la imagen que ofrece -ojo, sin esconder ni idealizar en ningún momento nuestras miserias- es tan hermosa que bien merece ser aceptada y tenida por verdadera. O por lo menos ser leída.

Jo, mira que si ahora me da por ver la luz y reconvirtiéndome a la fe verdadera, acabo votando al partido de las dos siglas idénticas. Dios me libre.

4 comentarios:

  1. Oye, como que entran ganas de leerselo y todo, ¿eh? Aunque eso de la recoversión me ha acoj.... (1,2,3.....10) asustado (estoy tomando ejemplo, maestro Don Caramba).
    Jo..lines, que bien escribes, y aunque te j... (fastidie) te lo digo.

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  2. Vaya, yo te recomendaría que leyeras sin miedo todo lo que encuentres de Dos Passos, que además de ser un grandísimo escritor -este si que escribía bien- no tienes que temer conversión ninguna: era bastante rojillo. Lo que pasa es que con tanta loa a la forma de vida de España a uno le acaba tentando un poco el nacionalismo españolista...


    Por cierto, decía Machado que cuando dos gitanos se encuentran, los dos se mienten mucho pero ninguno se engaña. O sea, que no me molesta que me mientas, es más, incluso te lo agradezco, pero que quede claro que no me engañas: yo sé como escribo. Me cago en la hostia puta... cachis, ya se me escapó. Perdona el exabrupto.

    Un saludo

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  3. Y yo me he saltado esta entrada???

    Yo también he sido joven y soñadora y como debía ser, pesimista y oscura, y me gustó Manhattan Transfer. ¿Me gustaría ahora?

    Quizá lo relea, quien sabe. Porque me has despertado la curiosidad. Y aviso, no me hables de un libro que me lo leo.

    (Lo de los tacos de Eva es en los blogs, en persona habla mejor ... ;) )

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  4. Sinceramente no creo que se pueda considerar Manhattan Transfer como pesimista y oscuras; yo lo dejaría en realista. A mi me parece una estampa perfecta de lo que debio ser Manhattan en aquella época tan convulsa, con todas sus injusticias, sus miserias y también, por qué no, sus luces (de neón). Yo la he releído al menos un par de veces y siempre me ha maravillado, aunque si es cierto que ya hace bastante tiempo de la última vez. De todas formas, estoy convencido de que es una apuesta segura.

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