jueves, 27 de agosto de 2009

La casta de los Metabarones, de Alejandro Jodorowsky y Juan Giménez

Hasta ahora de Alejandro Jorodowsky conocía sobre todo -y supongo que como cualquiera de vosotros-su vertiente de fetiche de la pequeña pantalla; la del artista polifacético que como escritor es capaz de animar por sí sólo la feria del libro de Chile mientras dialoga sin despeinarse con el imprescindible Cristian Warnken en La belleza de pensar, o que como psicomago y terapeuta del tarot, en la línea espiritualista y transgresora de los Dragó, Arrabal y compañía, puede llegar a hacer las veces de curandero en Negro sobre blanco o pasársela contándole chistes al mismísimo Jesús Quintero. Incluso ya puestos, dar rienda suelta a su vocación frustrada y algo frustrante de director de cine y rodar alguna que otra película de difícil digestión. Ah, pero del Jodorowsky guionista de cómic, de ese que por afición debería haber sido el primero del que me llegaran noticias, de ese no sabía nada. O no quería saber nada, porque confieso que hasta ahora cuando mi pobre imaginación extrapolaba lo que de él conocía a los territorios del noveno arte los resultados no eran precisamente halagüeños. Pensaba yo que si de por sí el artista chileno tiene tendencia a la payasada, a la desmesura y a cierta forma de infantilismo, qué no podría hacer en un medio que desde fuera y desde el tópico es visto justamente como terreno abonado para estos desafueros. Y francamente, no me parece que estuviera demasiado confundido, aun cuando reconozco que me equivocaba de medio a medio.



En efecto, en La casta de los Metabarones Jodorowsky da rienda suelta a todos esos excesos que se suponen patrimonio indiscutible del inmaduro mundo de los tebeos: universos imposibles repletos de seres extraordinarios, mujeres turgentes de medidas corbenianas, guerreros invencibles, tecnología hipermegasuperavanzada y mucha mucha violencia se dan citan en esta saga-rio con pretensiones de clásico que sin duda ha hecho y aun hará las delicias de los lectores adolescentes. Con pretensiones de clásico, digo bien, pero ojo, con pretensiones no del todo fallidas, porque además de contentar a sus lectores más jóvenes, Jodorowsky acierta a impregnar a la saga familiar de los Metabarones de esa especie de poesía teñida de crueldad y belleza que remite inevitablemente a la tragedia griega, a las sagas escandinavas, al drama shakesperiano, al novelón decimonónico o a las terribles sagas familiares de Faulkner, García Márquez o, por afinidad territorial, Isabel Allende.







Pues sí, hay sangre a raudales y violencia estéril y gratuita y atrocidades sin cuento y perversiones sin número, pero como digo no es precisamente de la literatura fantástica-juvenil-al-uso de donde bebe Jodorowsky, sino más bien de la inagotable fuente de los grandes clásicos, de esas historias más grandes que la vida que se alargan en el tiempo para dar a conocer los padecimientos y aguntias de varias generaciones y que se extienen por el espacio para llevarnos cogiditos de la mano al encuentro de la aventura y el prodigio allá donde se hallen. Y aunque es cierto que en los ocho álbumes que desarrollan el árbol genealógico de los Castakas hay lugar para los momentos ridículos, las contradicciones flagrantes, los comportamientos absurdos insuficientemente explicados o francamente injustificables, la verdad es que tomadas en conjunto estas fallas no tienen el mayor peso. Jodorowsky sabe desplegar aquí la estrategia narrativa del general que sin reparar en medios prepara a sus ejércitos para el largo sitio de la fortaleza a rendir; o la del boxeador que sabe que sus posibilidades de éxito pasan inevitablemente por desgastar a su contendiente en fieros asaltos que le permitan llevarse la victoria a los puntos; o la del narrador habilidoso que se gana la atención y la simpatía de los lectores a través de la paciencia, la acumulación y el exceso. Porque ese es el gran triunfo de Jodoroswky, el de apostar por el exceso sin pudor, sin miedo a ir demasiado lejos, sin hacer caso a las señales de advertencias que anuncian ese punto en el que el retorno ya no es posible, y hacerlo además con serenidad, con el temple y la confianza de quien sabe que, más allá de las apariencias, obra con justicia. Claro que si además quien obra a los lápices –tintas y colores- es Juan Giménez y sus maravillosas ilustraciones, todo resulta más sencillo y los riesgos son menos .



Vamos, que me ha gustado la serie.

Puntuación: 8

4 comentarios:

  1. mejor el incal, claro
    pero muy buenos
    los metabarones,
    ¿o qué?
    sobre todo si
    comparas
    con algún otro
    pestiñaco del jodo
    (alguien al fondo me lo sopla:
    "megalex")
    ah, pues eso

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  2. ya que vuelvo por aquí
    offtopiqueo
    cómo mola la plantilla
    de tu blok
    (como no lees mallas
    o sí
    pues no sabrás quién es
    o sí)
    sésamo calle
    rula
    ***
    shlm

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  3. Qué me vas a contar a mí del barrio, que lo poco que sé lo aprendí todo allí. SuperCoco rules.

    Seguramente Habrá Lavadoras Mejores.

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