Acabo de ver Balas sobre Broadway, de mi muy admirado Woody Allen y no puedo dejar de preguntarme por el lazo que une el arte con la vida, si es que alguna relación existe entre ambos. La película parece sugerir que sólo cuando el artista se sumerge de lleno en la vida y la mira de cara, tal cual es y sin la intermediación de tamiz alguno que la suavice, sólo en ese caso puede llegar a alcanzar el entendimiento necesario de los mecanismos que rigen el drama humano y que son imprescindibles para poder crear arte.
Sin embargo, esta comprensión de los resortes que articulan la vida no parecen ser suficientes a la hora de hacer de la propia vida una obra de arte. Es el caso del matón metido a guardaespaldas. La película nos lo presenta como el prototipo del hombre de mundo con mucho tiros dados –en el más literal de los sentido aquí- que sin haber recibido nunca más cátedra que la que se imparte en las calles, hace gala de una capacidad de penetración en los entresijos del alma humana verdaderamente envidiable. Pero ello no le impide ganarse la vida como se la gana, ni ser capaz de matar sin asomo de remordimiento alguno.
En contraste tenemos la figura del dramaturgo, un estudioso apasionado del arte que sin embargo parece no conocer la vida más que a través de este. Así las obras del dramaturgo resultan ser meros artificios carentes de cualquier asomo de vitalidad, a diferencia de los arreglos que le sugiere el matón, que se acaban mostrando, por el contrario, desbordantes de vida. El mensaje, en definitiva, no puede ser más pesimista: de la vida sólo se puede aprender viviendo, pero, por más que de ella sepamos, nada nos garantiza vivirla bien. Ni el conocimiento ni la estética desembocan forzosamente en la ética, porque el vínculo que las une es muy débil y sólo mediante una decidida voluntad de alcanzarla podemos tener ciertas garantías de llegar a ella.
Aunque también pudiera ser que lo único que pretendíera Woody Allen con esta película era señalar que al teatro le sienta bien el género negro. Vete tu a saber.
En contraste tenemos la figura del dramaturgo, un estudioso apasionado del arte que sin embargo parece no conocer la vida más que a través de este. Así las obras del dramaturgo resultan ser meros artificios carentes de cualquier asomo de vitalidad, a diferencia de los arreglos que le sugiere el matón, que se acaban mostrando, por el contrario, desbordantes de vida. El mensaje, en definitiva, no puede ser más pesimista: de la vida sólo se puede aprender viviendo, pero, por más que de ella sepamos, nada nos garantiza vivirla bien. Ni el conocimiento ni la estética desembocan forzosamente en la ética, porque el vínculo que las une es muy débil y sólo mediante una decidida voluntad de alcanzarla podemos tener ciertas garantías de llegar a ella.
Aunque también pudiera ser que lo único que pretendíera Woody Allen con esta película era señalar que al teatro le sienta bien el género negro. Vete tu a saber.
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