Lo confieso: hoy he leído un cuento de Bucay y me ha gustado. En concreto, y para que todo se sepa, el titulado El verdadero valor del anillo de su libro Dejame que te cuente. Y la verdad es que me siento sucio por ello: con todo lo que rajo de los libros de autoayuda me parece que no tengo derecho a disfrutar leyéndolos. Así que para descargar un poco mi muy atormentada conciencia voy a tratar de hacer una apología de este tipo de libros.
Pero mejor empecemos repartiendo palos. ¿Por qué son criticables los libros de autoayuda? Pues así, un poco a vuelapluma y para abrir boca, yo me atrevería a decir que el gran problema de estos libros con ínfulas psicológicas, filosóficas, sociológicas e incluso literarias, es precisamente esto: el que tratando de abarcar tanto acaban por no abarcar nada y se quedan a medio camino de todo. Los libros de autoauyuda plantean temas muy serios y por tanto muy complejos, y sin embargo lo hacen desde la más absoluta de las superficialidades.
Pero mejor empecemos repartiendo palos. ¿Por qué son criticables los libros de autoayuda? Pues así, un poco a vuelapluma y para abrir boca, yo me atrevería a decir que el gran problema de estos libros con ínfulas psicológicas, filosóficas, sociológicas e incluso literarias, es precisamente esto: el que tratando de abarcar tanto acaban por no abarcar nada y se quedan a medio camino de todo. Los libros de autoauyuda plantean temas muy serios y por tanto muy complejos, y sin embargo lo hacen desde la más absoluta de las superficialidades.
Para ello se escudan en la intención de “no perderse en los intrincados vericuetos a los que acostumbran los académicos para así poder llegar y ayudar a más personas” . Hábil estratagema con la que eludir la obligación de fundamentar nada de cuanto se nos quiera convencer en ellos. Es más, leyéndolos pareciera simplemente que nos están enseñando las cosas tal cual son y que por tanto nada hay que discutir, nada hay que justificar.
El resultado es evidente: acaban por ofrecer una visión muy adelgazada y empobrecida de temas que sin duda merecen mayor respeto y mejores formas.
De hecho, por criticar, podríamos criticar incluso la propia denominación del género, contradictoria y confusa como pocas. Porque, ¿qué diablos significa que te autoayuden?. Si al final van a terminar convenciéndonos de que la solución a nuestros problemas está en nosotros mismos, ¿para qué necesitamos el libro?
Creo que con estos palos tenemos ya al libro de autoayuda medio noqueado. Pero había prometido escribir una apología, así que ya es hora de que me cambie de bando.
A pesar de lo anterior, los libros de autoayuda poseen una virtud que hay que reconocerles: gracias precisamente a su ligereza y a su pretensión de llegar al mayor número de personas, consiguen plantear estos temas importantes de una forma amena y atractiva que puede servir para que mucha gente los descubran y se aficionen.
Ya lo decía Vargas Llosa, existe dos tipos de lectores: los lectores puros, es decir, los que leen por el simple – pero no desdeñable- placer de leer; y los lectores impuros, lectores que van buscando otras cosas más allá del placer de la lectura. Pero generalmente todos, cuando comenzamos a leer, lo hacemos desde la primera postura; queremos disfrutar con lo que estamos leyendo, es decir, nacemos lectores puros –cuando nacemos a la lectura, claro- . Y sólo con el tiempo, y si hay suerte, nos acabamos haciendo lectores impuros. Es aquí donde creo que los libros de autoayuda pueden ser verdaderamente utiles: gracias a esta vocación de amenidad pueden servir como puente entre la lectura sin pretensiones y la lectura consciente y selectiva.
Solo así, considerando a los libros de autoayuda como un punto de partida, y nunca como uno de llegada, considerándolos como un primer contacto desde el que aproximarse a estos temas e iniciar una búsqueda más rigurosa, solo así soy capaz encontrar justificación a su lectura.
Obviando, por supuesto, la muy contundente razón de que cadal cual es libre de ejercer su voluntad como mejor le venga en gana, siempre que no moleste a los demás. Es decir, que olvideis todo cuanto he escrito y hagais lo que os salga de las narices. Es una orden.
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